Autonomía universitaria y capitalismo cognitivo. Esther Juliana Vargas Arbeláez
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La investigación de Esther Juliana Vargas se enmarca en el campo de la filosofía y pregunta, una vez más, por la idea de la universidad; pero, esta vez, situada en el contexto histórico, social y político del siglo XXI, pues es un hecho que esta se ha visto sometida a múltiples cambios que la afectan y que obligan a los filósofos a pensarla de nuevo. En la actualidad, en Colombia, conocemos los estudios que ha realizado, especialmente, la filósofa estadounidense Martha Nussbaum, gracias a la traducción y publicación al español de El cultivo de la humanidad: una defensa clásica de la reforma en la educación liberal (2016) y de Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades (2014). No obstante, esta no fue la perspectiva que asumió Carlos Enrique Restrepo, pues él, desde una orilla muy distinta, recogió las reflexiones de los autonomistas italianos, las cuales, a su vez, asumió Esther Juliana, cuando se preguntó por la universidad en Autonomía universitaria y capitalismo cognitivo. Una aproximación a la idea de universidad.
Esta perspectiva, como se sabe, hunde sus raíces en las reflexiones que realizan Antonio Negri y Michael Hardt cuando analizan en Imperio (2005) las nuevas características que adopta el capitalismo en las sociedades actuales. Para esto retoman la noción de biopoder, proveniente de las reflexiones de Michael Foucault (2001, 2005, 2006); adicionalmente, adoptan la noción de los comunes, para referirse a todo aquello que no es privado ni público, sino que le pertenece a la humanidad en su conjunto. Estos autores consideran que, con las nuevas condiciones del capitalismo, lo común es cercado por el mercado y por los sistemas financieros, lo que conlleva su apropiación por parte de unos pocos particulares, lo cual se constituye en una amenaza para la supervivencia de todos pues, finalmente, gran cantidad de la población es excluida de lo que es considerado esencial para su supervivencia y para la realización de su humanidad. Posteriormente, en el 2009, con el commonwealth, los autores retoman la noción de lo común para precisarla:
Por lo “común” entendemos, en primer lugar, la riqueza común del mundo material —el aire, el agua, los frutos de la tierra y toda la munificencia de la naturaleza— que en los textos políticos clásicos europeos suele ser reivindicada como herencia de la humanidad en su conjunto que ha de ser compartida. Pensamos que el común son también y con mayor motivo los resultados de la producción social que son necesarios para la interacción social y la producción ulterior, tales como saberes, lenguajes, códigos, información, afectos, etc. (Hardt & Negri, 2011, p. 10)
Así incorporan a la noción de lo común, además de los recursos naturales, saberes, lenguajes, códigos e información, pues estos, al ser producidos por la humanidad en su conjunto, les pertenecen a todos, y debido a su mercantilización, no pueden acceder a ellos la gran mayoría de la población, como de hecho puede comprobarse ocurre en la actualidad. Esta última consideración sobre el conocimiento es retomada por la segunda generación de los autonomistas italianos, quienes al defender la idea de lo común igualmente para el conocimiento, también tienen que defender una idea de universidad que no esté sometida a las exigencias del mercado. Este es el caso, por ejemplo, de Gigi Roggero, quien en La revolución del conocimiento vivo (2013), traducido por Esther Juliana Vargas, continúa con las críticas a todo aquello que convierte a las universidades en empresas del conocimiento. Esta es la línea de pensamiento que siguió Carlos Enrique Restrepo desde la Universidad de Antioquia, quien, además de asumir los planteamientos de los autonomistas italianos, hizo suya la idea de una universidad nómada para desarrollarla en Colombia. Precisamente, a esta se refirió cuando afirma:
[…] la posición de los autonomistas ha trascendido a la forma política de un movimiento, encaminado en lo fundamental a la reapropiación social de la producción de saber, mediante la crítica a la captura capitalista de la universidad, desterritorializándola en un movimiento de fuga y de éxodo. (Restrepo & Hernández, 2015, p. 39)
Este movimiento de fuga y de éxodo, para el cual se acuña el nombre de nomadización, se remonta, según Grisoni en Políticas de la filosofía (1982), al movimiento de mayo de 1968 y fue concebida y desarrollada por algunos de los principales filósofos de la época. A su vez, esta noción es precisada por Leopoldo Zea, de la siguiente manera:
Lo que se halla al margen, lo nómada, se enfrenta a lo institucional, a lo magistral. Y de esta forma se hace filosofía de los profesionales de la filosofía y la filosofía de los que quieren saber, los que interrogan, pregunta por lo que es el mundo o por lo que no saben. Filosofía institucional y filosofía nómada, filosofía esta última que ha de estar realizándose día a día, de acuerdo con la cambiante realidad con que tropieza. Una filosofía se institucionaliza, se codifica; la otra salta entre códigos, los anula y los deja a un lado. (1990, p. 246)
En el marco de las anteriores indagaciones y posiciones políticas se ancla la investigación de Esther Juliana Vargas, con el propósito de trazar su propio recorrido sobre la idea de universidad, con el cual precisa que a esta le corresponde —dadas las precisiones alcanzadas por los autonomistas italianos— actuar como “institución de los bienes comunes del conocimiento”, pues, además, esta funda su potencia en la autonomía del conocimiento. Esta noción de potencia es traída por Esther Juliana Vargas de La potencia del pensamiento (2007) de Agamben, pues la universidad es el lugar donde tal potencia debe mantenerse y preservarse; si no lo hace, corre el riesgo de declinar su tarea esencial y, con ello, desaparecer como tal. Esta potencia del pensamiento, sin embargo —así lo pone de manifiesto Esther Juliana—, se encuentra en tensión desde su fundación con la aspiración por la autonomía institucional, por darse sus propias normas y reglas para su funcionamiento. Si bien esto es cierto, la universidad no puede dejar de estar sometida a los efectos de las leyes y a la distribución de los recursos para su sostenimiento, que provienen de los Estados a los que se encuentra inscrita. Estas dos nociones: la de potencia y la de aspiración de autonomía institucional, son las que se ponen en tensión, viven y se mantienen desde la creación de las universidades. Con esta reflexión, Esther Juliana Vargas contribuye a ampliar la comprensión de la idea de universidad y a entender cómo las reflexiones y luchas que alientan a los estudiantes y maestros se inspiran en el esfuerzo por preservar la universidad, para que no sucumba ante los embates del mercado. Al hacerlo, opta por una posición diversa a la asumida por Carlos Enrique Restrepo, pues ella no ve una salida para la universidad en la nomadización, en el éxodo y el exilio sino, más bien, en mantenerla y preservarla como el lugar en el que maestros y estudiantes se encuentran, sin desconocer la tensión que se da entre potencia del pensamiento, su autonomía y las exigencias estatales y del mercado, a la que debe, por supuesto, responder con sus acciones, vigilancia y formas de gobernanza apropiadas para mantener la universidad como el espacio del conocimiento que nos es común.
Para desarrollar y mostrar la viabilidad de su tesis, Esther Juliana Vargas propone el siguiente camino: primero, aclara conceptualmente varias de las nociones que están involucradas en el problema planteado con respecto a la tensión que se da en la universidad entre potencia del pensamiento y la autonomía institucional. Al hacer este recorrido se apoya en diversos filósofos de nuestra tradición, con los que rastrea los conceptos de autonomía, los comunes, la institución y el gobierno. Segundo, muestra cómo desde la fundación de las universidades en el medioevo, la tensión que ella explicita entre estas dos formas de autonomía —la del conocimiento y la de la institución— ha estado presente y a la que se ha intentado responder de una manera o de otra, según sean las circunstancias sociales, históricas y culturales de cada época. Tercero, al aplicar la idea de potencia del pensamiento, recreada por Agamben (2007) desde Aristóteles, Esther Juliana señala con acierto cómo esta potencia está inscrita en el conocimiento y retoma la idea de aspiración, tan cara a Platón para el conocimiento, pues desde ella se puede entender la fuerza que anima y empuja a la universidad. El concepto de autonomía institucional es revisitado en las formulaciones de los filósofos, con el fin de mostrar cómo se ha dado un traslapo —esta es su expresión— desde la fundamentación moral a la política y, de allí, a la universidad, con lo que se puede explicar, aún más, las