Autonomía universitaria y capitalismo cognitivo. Esther Juliana Vargas Arbeláez

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Autonomía universitaria y capitalismo cognitivo - Esther Juliana Vargas Arbeláez Ciencias Humanas

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provienen de —en términos generales— el capitalismo cognitivo, no es la fuga, la universidad en los bordes, sino la revisión de la idea de universidad —que es tarea impuesta por su carácter autónomo-teleológico (no autónomo-completado)— en defensa del conocimiento como bien común (estudio 6).

       Pero ¿quién tiene la clave de la opinión pública?Una pequeña cohorte, un grupo élite, unos cuantos individuos admirables. […] La obra que va a dirigir la relación entre los tres actores, el poder, la sociedad y los intelectuales, está escrita desde este momento. Los intelectuales se convierten en la instancia de llamada a la sociedad, frente a las exigencias del ejecutivo. No tienen peso más que a condición de tener a la opinión pública de su parte.

      Alan Minc, Una historia política de los intelectuales

      Los últimos años del siglo XIX fueron testigos de la consolidación de una relación que, hasta ese momento, había existido de forma relativamente anónima: la relación entre los “intelectuales” y la política (o la acción política). Carlos Altamirano recoge en su libro Los intelectuales. Notas de investigación sobre una tribu inquieta (2013) el episodio que, según su perspectiva, sería el que moviliza por primera vez en la historia moderna a los académicos en torno de una causa política: el caso Dreyfus.2

      Todo sucedió en 1898, cuando el escritor Émile Zola publicó una serie de textos en los diarios parisinos en defensa del militar Alfred Dreyfus, acusado, al parecer injustamente, “de haber entregado información secreta al agregado militar alemán en París” (Altamirano, 2013, p. 18). A la iniciativa de Zola se sumaron otros escritores y filósofos a quienes, con intención más bien despectiva, llamarían los intelectuales.3 Estos personajes entraron en la vida pública a través de una acción colegiada para defender una causa sin más respaldo que el de su trayectoria académica: “el petitorio sumaba [la firma] de quienes consignaban los títulos profesionales de que estaban investidos o sus diplomas (‘licenciado en letras’, ‘licenciado en ciencias’, ‘agregê’, etc.)” (p. 19). De esta forma, según Altamirano, aparece en la esfera pública un actor que se adjudica el lugar honroso de neutralidad, de supremacía moral, de justicia y, en consecuencia, se presta de árbitro frente a las irregularidades del establecimiento.

      Poco o nada queda de esta idea de los intelectuales como “magistratura que se manifestaba en el espacio público y proclamaba su incumbencia en lo referente a la verdad, la razón y la justicia” (Altamirano, 2013, p. 20). No solo se ha puesto en entredicho tal concepción por cuenta de los estudios críticos de la ciencia y de la sociología del conocimiento,4 sino sobre todo —y sin mucha teoría mediando, más bien por cuenta de las dinámicas de producción de capital— el intelectual ya no representa una “especie de categoría social exaltada” (p. 22), porque su principal patrimonio, el conocimiento, se ha diluido en la forma de producción más básica y corriente en el capitalismo posfordista (acaso también con ello se haya diluido su modesto protagonismo político).

      Este fenómeno es el que intenta abordar este libro, a saber, la nueva configuración del saber institucionalizado, de la universidad, y su relación con las acciones políticas en los tiempos del capitalismo cognitivo. Las páginas siguientes —en esta sección— tienen la intención de delinear la manera en que se ha transformado el papel del conocimiento en el sistema productivo y, a la postre, en la vida política.

      La tesis del capitalismo cognitivo nace en el seno de la corriente italiana de los autonomistas5 —antes llamados operaístas—, quienes han descrito ampliamente el tránsito del capitalismo industrializado al posindustrializado (o posfordista), el cual está determinado —como más o menos lo predijo Marx (1953b/2007)— por el “abandono de la fábrica” y el desplazamiento de la producción del capital a la fuerza del trabajo cognitivo. La estructura capitalista actual depende de la producción de bienes inmateriales que circulan y se consumen —ideas, códigos, intercambio de información, etc.—. El trabajo inmaterial se define como “la labor que produce el contenido informacional y cultural de una mercancía” (Lazzarato, citado en Virno & Hardt, 1996, p. 133) y actualmente es por lo que se paga más dinero.

      Por ello, el sistema productivo ha pasado de depender de la generación de capital gracias a la industrialización, a concentrarse en el capitalismo cognitivo. En el marco de esa forma de producción, que adopta las formas virtuosas de la acción política (Virno, 2003b), la pregunta es por el lugar de los “intelectuales” o, más precisamente, de la universidad. El rol de la universidad en el sistema posfordista es de orden eminentemente operativo: los académicos producen ciencia o analizan los fenómenos sociales en un vértigo de producción y con unos estándares de calidad que están más cercanos al trabajo de oficinistas que de académicos. Los miembros de la comunidad universitaria se han transformado en productores en serie de artículos, formadores de nuevos productores de conocimiento o “transistores” de información. ¿Qué pasa con la universidad en este contexto? ¿Cómo se reconfigura su papel en la sociedad? Más aún ¿qué pasa con la relación entre el saber científico y la acción política? El trabajo de Gigi Roggero (2011) muestra las implicaciones de la captura del “conocimiento vivo” por parte del sistema productivo posfordista, que ha dejado a la universidad desprovista de una dimensión política y subsumida por el sistema productivo capitalista. La universidad se ha integrado, como agente activo de producción, al capitalismo cognitivo. Esa, que es una realidad del orden de la estructura de producción de capital en la sociedad actual, expone la necesidad de preguntarse nuevamente por la dimensión política del conocimiento y de la universidad.

      Roggero (2011) se ha concentrado en el problema del conocimiento y las instituciones, la universidad y lo común. Este autor se pregunta por la forma como ha mutado la producción de conocimiento dentro de los linderos de una de sus formas institucionales —la universidad— considerando el protagonismo que esta adquirió en el capitalismo posindustrializado. Básicamente, el problema del conocimiento, según este autor, es que sufre una objetivación análoga a la que describía Marx (1953b/2007) sobre el trabajo vivo; esto es: el conocimiento ya no es el producto de una potencia creativa “libre” —o sea, no es conocimiento vivo—, sino que está en la línea de producción en serie que enajena a su creador —antes el proletario, ahora el cognitario—.

      Consecuencia de esto es que el conocimiento debe “escapar” de las formas de sujeción, según Roggero (2011), y debe instaurarse dentro de las “instituciones de lo común”, que están en los bordes de la universidad. Para este efecto Roggero, como varios autonomistas italianos, hacen eco de los conceptos de fuga y nomadismo, traídos del posestructuralismo francés. En el caso colombiano, el filósofo Carlos Enrique Restrepo (2012, 2013, 2014) defendió una crítica sistemática al capitalismo cognitivo en la universidad y respaldó la idea de una universidad nómada.

      Simultáneamente, el problema de la idea de universidad contemporánea es que la universidad sigue románticamente funcionando en torno de una estructura en la práctica caduca —inspirada en la modernidad alemana— (su lugar en la sociedad anhelada por Humboldt, la separación de las facultades inspirada en Kant, el espacio de deliberación de Habermas, etc.6); pero, en la práctica, es un agente de la dinámica capitalista, toda vez que tiene como objeto la formación para la producción, esto es, para el trabajo cognitario; además, la universidad ha integrado la estructura y dinámicas de producción en serie, otrora propias de la fábrica (producción bibliográfica vertiginosa, evaluación de rendimiento, tareas administrativas, etc.).

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