Filosofía en lengua castellana. Группа авторов

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sus directrices, Cordua ve destacar en Arendt la idea de que tanto Rusia como Alemania se orientan al dominio universal en tanto fuentes originales del comunismo y el nacionalsocialismo, los que, una vez extralimitados más allá de las fronteras del nacionalismo de los derechos humanos, intentan concebirse como razas triunfantes en un proceso de paneslavismo y pan-germanismo. Esta idea es fundamental, pues tan solo después de la Primera Guerra Mundial, el continente estaría preparado para el totalitarismo que se presentará bajo movimientos y gobiernos políticos, sobre todo, considerando que después de esta Guerra, se disuelve la solidaridad entre las naciones europeas y se desintegra la institución política del Estado-nación. Así acontece el totalitarismo.

      Cordua destaca que la teoría del totalitarismo en Hannah Arendt es muy compleja. No obstante, su principal talante puede ser abordado desde la distinción entre poder y violencia. Esto se debe principalmente a los procedimientos políticos que el totalitarismo se permitió emplear, procedimientos en que se ve reflejada dicha distinción. Hay un pasaje particularmente decidor de Sobre la revolución en el que Arendt desarrolla con mayor detalle la noción de violencia, distinguiendo así la de poder. Arendt dice:

      Allí donde la violencia es señora absoluta, como por ejemplo en los campos de concentración de los regímenes totalitarios, no sólo se callan las leyes […], sino que todo y todos deben guardar silencio. A este silencio se debe que la violencia sea un fenómeno marginal en la esfera de la política, puesto que el hombre, en la medida en que es un ser político, está dotado con el poder de la palabra. Las dos famosas definiciones que dio Aristóteles del hombre (el hombre como ser político y el hombre como ser dotado con palabra) se complementan y ambas aluden a una experiencia idéntica dentro del cuadro de la vida de la polis griega. Lo importante aquí es que la violencia en sí misma no tiene la capacidad de la palabra y no simplemente que la palabra se encuentre inerte frente a la violencia. Debido a esta incapacidad para la palabra, la teoría política tiene muy poco que decir acerca del fenómeno de la violencia y debemos dejar su análisis a los técnicos. En efecto, el pensamiento político solo puede observar las expresiones articuladas de los fenómenos políticos y está limitado a lo que aparece en el dominio de los asuntos humanos, que, a diferencia de lo que ocurre en el mundo físico, para manifestarse plenamente necesitan de la palabra y de la articulación, esto es, de algo que trascienda la visibilidad simplemente física y la pura audibilidad. Una teoría de la guerra o una teoría de la revolución solo pueden ocuparse, por consiguiente, de la justificación de la violencia, en cuanto esta justificación constituye su limitación política; si, en vez de eso, llega a formular una glorificación o justificación de la violencia en cuanto tal, ya no es política, sino antipolítica.

      En la medida en que la violencia desempeña un papel importante en las guerras y revoluciones, ambos fenómenos se producen al margen de la esfera política en sentido estricto, pese a la enorme importancia que han tenido en la historia30.

      La interpretación de Cordua sobre el poder en Arendt resalta que:

      El poder es una habilidad humana que hace posible y exitosa la acción. Nunca el poder es propiedad de uno solo; es una capacidad que le pertenece al grupo y dura mientras el grupo se mantiene junto y actúa según planes discutidos y concertados por todos o, al menos, por la mayoría31.

      Para llevar a cabo esta descripción, Cordua alude a que el ejercicio de la política está íntimamente ligada al lenguaje, medio a través del cual los ciudadanos pueden entenderse, expresar sus convicciones, proponiendo y discutiendo en torno a lo que harán. Por lo tanto, la base del ejercicio político arendtiano radica en el discurso como medio de entendimiento mutuo. En este sentido, la prohibición de la palabra implica privar a la co-existencia de los seres humanos la condición política por excelencia. En este marco aparece la noción de violencia. En la lectura de Cordua, Arendt precisa que la violencia, a diferencia del poder:

      Es un medio necesitado de implementos para operar efectos; ella puede ser un instrumento del poder que, tal como otros medios, depende de quien se vale de ellos y guía su uso. La violencia siempre necesita de una justificación, y si no la consigue cae fuera de la esfera de lo legítimamente político32.

      En este punto del análisis, Cordua recuerda una relación desarrollada largamente por Arendt en sus textos: la de la guerra y la revolución basadas en la violencia33. En opinión de la profesora chilena, el totalitarismo también pertenecería a esta relación por su violencia, aun cuando el gobierno totalitario, la guerra, incluso la revolución, no están completamente determinados por la violencia, pues cuentan con otros ingredientes a su haber que exceden a esta. Esta es la razón de que Cordua recuerde una referencia ineludible de Arendt para su estudio: “nunca ha existido un Gobierno exclusivamente basado en los medios de la violencia. Incluso el dirigente totalitario, cuyo principal instrumento de dominio es la tortura, necesita un poder básico”34. Pero, finalmente, ¿qué representa el Estado totalitario? En su respuesta, Cordua desarrolla la mirada de Arendt de manera ejemplar. Dice la profesora:

      Para representar al Estado totalitario conviene prestar atención a los campos de concentración inventados por el poder totalitario como instrumentos para ejercer la violencia sin límites y sin estorbos sobre los allí detenidos: los campos son espacios cerrados y controlados en los que puede reinar una violencia sin límites y sin mezcla de ingredientes de otras clases. Queda prohibido hablar, pedir, protestar, discutir, quejarse, hacer acuerdos y actuar concertadamente. Queda prohibida, en suma, la acción política como tal. Allí donde ha desaparecido la política, la violencia se impone absolutamente y no deja nada fuera de sí, reduce todo y a todos al silencio y a la sumisión. Esta situación extrema, una exclusividad del siglo XX, es a la vez un símbolo y un instrumento al servicio de lo que Arendt designa como Estado totalitario. El campo de concentración revela, en cuanto medio de Estado, el carácter de quien se sirve de él. ¿En qué consiste prácticamente la violencia ilimitada? Ya lo vimos: impone el silencio y la sumisión totales de sus prisioneros35.

      En el marco de la interrupción de la historia, el Estado totalitario carga con su propia paradoja: siendo absolutamente ‘poderoso’, es carente de legitimidad por la sencilla razón de que su establecimiento no está basado en el acuerdo de aquellos que quedan sometidos a él. Aquí entra en juego la distinción propia de Arendt que Cordua pone en primera fila, respecto de la legitimidad o justificación del poder y la violencia. En la medida que un grupo actúe habiendo acordado verbalmente la acción a realizar nace el poder que precede a los fines por efectuar, por lo que no es un medio al servicio de fines, sino más bien, es aquello que faculta a un grupo para actuar.

      Al poder lo único que le hace falta es la legitimidad, que se deja decir y que, por eso mismo, no precisa de una justificación ulterior; en cambio a la violencia siempre se le ha de pedir una justificación. Si se la practica en la medida en que acalla y somete absolutamente queda fuera del campo político e histórico36.

      Así dice Carla Cordua sobre la distinción arendtiana. Esta distinción guarda su sugestiva fuerza en su propia posibilidad. Por esto, es importante tener presente la imagen que nos regala Arendt: “la violencia puede siempre destruir el poder; del cañón de un arma brotan las órdenes más eficaces que determinan la más instantánea y perfecta obediencia. Lo que nunca podrá brotar de ahí es el poder”37.

       4. Propaganda totalitaria

      Justamente la red conceptual en la que se enmarca la teoría del totalitarismo en Arendt (acontecimiento, líderes, gobierno, política, leyes, terror, ideología, dominación total, campos de concentración etc.), a la que solo nos hemos aproximado grosso modo, conduce ineludiblemente a la noción de propaganda. La profesora Cordua, ya en un texto de más de diez años de su publicación, aborda esta problemática, teniendo en mente precisamente lo antes expuesto. Dicho texto, pronunciado en el marco del simposio internacional Hannah Arendt: sobrevivir al totalitarismo, realizado el 2006 en Santiago de Chile, organizado por el

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