Filosofía en lengua castellana. Группа авторов

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filosófico, o la filosofía como la única disciplina que, al poder comprender la esencia de la vida contemporánea, se antepone a la ideología. Luego, como segundo punto central, nos enfocaremos en dilucidar de qué modo, cuando Millas critica la violencia, las máscaras y los fantasmas ideológicos del siglo XX, existe una preocupación respecto a reconsiderar a las víctimas, personas que, ante la instrumentalización de las ideologías, son desplazadas o negadas en su calidad y condición de individuos. Finalmente, se ahondará también, a partir del análisis respecto del ser humano bajo el peso de la ideología, cómo Millas pretende siempre sostener la dignidad de la persona humana como absoluto intransable.

       2. Pensamiento al límite

      En los textos del filósofo, que incluyen ensayos, libros, artículos, discursos y entrevistas, se destaca un eje central que se expresa y repite a través de estos distintos medios. Se puede dividir en dos aspectos fundamentales: primero, la actividad intelectual llevada al límite de nuestras posibilidades –la actividad filosófica– comporta una función desideologizante, y segundo, que la propia filosofía, al antagonizar cualquier asomo de oscuridad y fanatismo ideológicos, supone una responsabilidad ante el destino del ser humano. Y por destino, entiéndase el desarrollo histórico del individuo, su libertad y el rol ético ante la responsabilidad humana de comprender lo interdependientes que somos.

      Respecto a la ideología, son varias las definiciones y alusiones que Millas nos entrega a lo largo de su trabajo. En resumen, se comprende como un sistema implacable de ideas que, de modo fanático y falso, se establecen desde un principio con el fin supuestamente de ‘salvar’, o ‘liberar’ al ser humano. Pero, en cambio, aquellas ideas devienen en fines en sí mismas, en absolutizaciones excluyentes –“su verdad es la verdad”3– y cualquier persona solo sería un medio para lograr alcanzar el relato utópico de la salvación, debiendo sacrificarse o convertirse en un pretexto al servicio de este ideal. Por cierto, al imponer dicho sacrificio, existe un sometimiento intelectual ante la subyugación que, ya sea el hombre que se autodetermina, o la sociedad técnica de masas4, o el colectivo, o el Partido establecen. Según el chileno, si la ideología la asociamos con el irracionalismo, se convierte esta en una máscara de la violencia. ¿En qué sentido, dice Millas, la violencia se debe valer de una máscara? ¿Y cuál sería esa máscara ideológica? Pues bien, es la propia inteligencia, en el seno del espíritu humano, que, embotada –término muy millano según su biógrafa, María Elena Hurtado5– fortalece, justifica, disimula y oculta aquella violencia subrepticia. Es decir, la ideología enmascara la violencia a través de una falsificación con carácter legitimador: esta constituye un sistema cerrado, autosuficiente, dotado de propia legalidad, tanto ética como histórica, apropiándose del sentir colectivo, secuestrando a través de una retórica el sentir individual, la libertad y la propia espiritualidad del ser humano. En este sentido, sostiene Millas, “la violencia es verdaderamente una creación del hombre que destruye su propia espiritualidad con recursos del espíritu mismo”6. Una vez legitimada, la violencia se apoya en un disfraz discursivo, como, por ejemplo, “el sacrificio de la nación”, “el heroísmo de la lucha”, “la libertad de los pueblos”, “la grandeza de las naciones”; chantajes con que la ideología históricamente se ha enmascarado para producir violencia. Dice Millas:

      Toda ideología tiene el efecto de sacar las ideas de sus quicios intelectivodescriptivos y de aislarlas, rompiendo sus enlaces con el sistema general del conocimiento que les da sentido. La idea pierde así su función cognoscitiva y se torna en estímulo afectivo y, lo que es más característico y sorprendente, en encubridora, oscurecedora de realidades. Nacida la idea para mostrar y hacer ver las cosas, una vez ideologizada hace todo lo contrario: esconde y enmascara7.

      Por otra parte, una de las repercusiones o consecuencias de la ideología comprende el menoscabo de la condición humana, en el sentido de la pérdida de la individualidad, la falsificación de la verdad y de la realidad y, lo más importante a nuestro juicio, la pérdida de libertad y conciencia en el ser humano. Ante ello, el modo de resistir y anteponerse supondrá, en efecto, la defensa de la inteligencia en la plenitud de su ejercicio. Esto último es lo que se apunta con la idea, constante y presente a lo largo de su bibliografía, respecto al pensamiento en el límite o hacia el límite de nuestras posibilidades. El pensar y llevar más allá del límite de lo pensable la razón, supone establecer dos principios mínimos: a) el primer deber de la inteligencia es ver las cosas íntegramente y con claridad; y b) el ser humano debe atenerse a lo visto, imponiéndose la disciplina de no deformarlo, de no falsificarlo. La labor de la vida consagrada al pensar filosófico, y las ideas llevadas al límite suponen una fuerza y una actitud que mueven hacia la sensibilidad e incentivan a comprender la dignidad del ser humano, más allá de cualquier asomo de embotamiento intelectual y fetiche ideológico que esté presente (y lamentablemente está presente) en nuestra condición histórica. “Justamente, una de las aspiraciones supremas –dirá Millas– consiste en abrir la conciencia del hombre al mundo, y hacerle ver su solidaridad con toda la realidad humana y con la totalidad del universo; sólo así puede ensancharse realmente el horizonte de su libertad”8.

      Las máscaras de la ideología y de la violencia, convierten al hombre, anulado por sí mismo, en “un ser sin salida”9. Dicha degradación de la condición humana es vista por el chileno como una fatalidad. Siguiendo a Marcel en Les hommes contre l´humain, Millas explica en el prólogo del libro Idea de Filosofía, que la condición del hombre contemporáneo ante el capitalismo de su tiempo es una tragedia. “Tragedia tanto más angustiosa cuanto hace del hombre un ser sin salidas: un ser cazado en sus propias trampas, que se corta una mano para que ésta no le corte la otra y que condena un estado de servidumbre para exaltar otro igualmente abyecto”10.

      La alternativa que presenta Millas es el pensamiento límite de la filosofía. En una entrevista que El Mercurio le realizó titulada Nada entre Dios y yo, Millas nos entrega una explicación de la filosofía. Señala que: “Filosofía es la experiencia intelectual de pensar no ‘en’ el límite, sino ‘hacia’ el límite”11. Por “experiencia intelectual” el filósofo propone que pensar hasta el límite de las cosas no es solo un ejercicio meramente intelectual, sino que debe traducirse en acciones concretas de las que debemos hacernos plenamente responsables. En este sentido, y siguiendo a María Elena Hurtado, un postulado básico en el chileno es que el hombre para ser íntegro debe llevar a la práctica los dictados de su razón. Tanto Hurtado como Figueroa hacen hincapié en que Millas tomó de Bergson la idea de que hay que obrar como hombre de pensamiento y pensar como hombre de acción, es decir, lo propiamente humano, el fin de nuestro pensamiento, es, conscientes de las cosas, convertirnos en sujeto activo de la relación que tenemos con nuestros pares y con el mundo. En otros términos, es “pasar de la idea de las excelencias humanas a la experiencia concreta de tales experiencias”12. En el pensar mismo hasta el límite de las posibilidades hay un valor fundamental: hay un ejercicio de honestidad que convierte nuestro acto intelectivo en un compromiso con nuestra conciencia, y con nuestra conducta. En la misma entrevista dice Millas que la filosofía no es otra cosa que pensar con riesgo. Es interesante esta última idea. Riesgo es también el modo con que adjetiva la democracia. En el libro De la tarea intelectual, expresa que nuestra realización humana es un riesgo, es una incertidumbre, ya que se encuentra abierta a muchas posibilidades. Pues bien, siendo la democracia el mejor modo en que podemos organizarnos –al menos así lo afirma Millas–, este modelo de orden social, enraizado en la posibilidad, o en el problema mismo que es el hombre, se torna conjuntamente en un riesgo. Respecto a la democracia, dice él: “su esencia es el riesgo, y el riesgo va siempre implicado por la historicidad y la libertad del hombre”13. De este modo, el pensamiento al límite, que ya es un riesgo en el ser humano al hacerlo consciente ante sí y el mundo, se concretiza en lo político en la democracia, la praxis misma del riesgo, que es pensada como un desafío ante el absolutismo de las ideologías. En otro contexto, por ejemplo, en un discurso que se encuentra en su libro Idea y defensa de la Universidad, Millas dice: “No hay libertad sin riesgo, y el riesgo moral de la libertad es la culpa”14.

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