Historia del pensamiento político del siglo XIX. Gregory Claeys

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Historia del pensamiento político del siglo XIX - Gregory  Claeys Universitaria

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en sus propias rocas, convertirse en una reliquia semisalvaje de tiempos pasados, girar en su pequeña órbita mental, sin participar ni interesarse por la marcha general del mundo. Lo mismo cabe decir de los galeses y de los escoceses de las Tierras Altas, todos miembros de la nación británica (Mill, 1977b, p. 549).

      No debemos proyectar nuestra forma actual de ver las cosas sobre este pasaje. Mill no estaba afirmando que hubiera que acabar con todas las costumbres galesas o bretonas («modos de vida»). Este pasaje es muy anterior a la cultura de masas y a los estados intervencionistas con una cultura «pública» extensa y una cultura privada limitada. Sin embargo, era una época en la que el proyecto de escolarización obligatoria en Gran Bretaña había suscitado la cuestión del lenguaje en el que debía impartirse la enseñanza y dado lugar a un debate sobre cómo hablar inglés «adecuadamente». El impacto de este tipo de ideas en Europa Central y del Este fue muy importante.

      Las ideas de Mill se basaban en diferencias evidentes entre los civilizados y los atrasados, y volvieron a estar en el candelero durante los procesos de democratización. En Europa Central, la «nacionalidad» como concepto político estaba vinculada a la alta cultura. En 1600, ser polaco significaba ser un miembro privilegiado de la república polaco-lituana. De manera que los grupos privilegiados pudieron hacerse eco de las ideas de Mill durante los conflictos políticos que se agudizaron en 1848. Para las audiencias liberales de talante «milliano», era muy importante que los defensores de causas nacionales –griegos, alemanes, polacos, húngaros, italianos– dejaran claro no ya que sus naciones existían, sino asimismo que eran civilizadas.

      La aplicación del discurso

      El discurso de la nacionalidad histórica era fundamental para las exigencias hechas en nombre de alemanes, italianos, magiares y polacos. La idea central era cierta preocupación, obsesión incluso, con la modernidad entendida desde una perspectiva liberal. Sin embargo, hubo que evitar la mera emulación de las variantes francesa y británica de la modernidad y darles un giro nacionalista con ayuda del principio de la nacionalidad histórica. (Estudios recientes que no se citan en otros lugares: Denes, 2006; Wingfield, 2003).

      Existían diferencias importantes. En Polonia había imperado desde hacía mucho tiempo una concepción aristocrática de la nacionalidad polaca. Había habido un Estado polaco hasta 1795, y existía una relación directa entre dicho Estado y los defensores de su restauración en el siglo XIX. Democratizar el principio de nacionalidad supondría no sólo desmantelar el orden aristocrático, sino asimismo acomodar a vastos contingentes que no hablaban polaco. La escala del problema se pudo comprobar en Galitzia, en 1846, cuando los campesinos se mostraron contrarios al levantamiento de los propietarios de la tierra nacionalistas y cerraron filas con la monarquía de los Habsburgo. El suceso demostró que las dinastías tenían a su disposición una opción populista que podían utilizar contra el nacionalismo elitista (Gill, 1974; Snyder, 2003).

      En Hungría predominaba la cultura magiar aristocrática. Eran territorios autónomos gobernados por una dinastía extranjera y había un porcentaje significativo de personas entre la población sometida que no hablaba húngaro. Pero, al contrario que en el caso polaco, el área central de Hungría contaba con un campesinado que hablaba magiar e hizo una revolución en 1848-1849 tras la proclamación del fin de la servidumbre. Llevaban esperando la independencia más tiempo que los polacos y la alta cultura magiar dejaba mucho que desear. Los nacionalistas húngaros tenían la ventaja de que dirigían sus exigencias políticas a una dinastía, no a tres, como los polacos, y existía la posibilidad de un compromiso sobre autonomía interna, puesto que los Habsburgo gobernaban en calidad de reyes de Hungría, no de emperadores. En 1848-1849, los revolucionarios que ya habían obtenido concesiones del gobernante (las Leyes de Abril) insistieron en que no se rebelaban contra su rey (Deak, 1979).

      Los magiares compartían con los polacos el problema de que el llamamiento popular a la nacionalidad, basada en una cultura y en una lengua comunes, podía no ser tan conveniente allí donde las masas campesinas eran de otra etnia, hablaban otra lengua o presionaban para llevar la reforma agraria mucho más lejos de los que las elites nacionalistas estaban dispuestas a aceptar. Cuando la constitución dual de 1867 dio la autonomía al Reino de Hungría, la ficción de una «nación que es una e indivisible» desató reacciones antinacionalistas.

      Los estados alemanes estaban gobernados por príncipes y elites. La alta cultura alemana se había construido con gran eficacia, y ya a mediados del siglo XIX había arraigado en los curricula de los Gymnasien y universidades. El sistema jurídico-político alemán era muy laxo. Se hablaban dialectos, pero eran dialectos del alemán. Los nacionalistas alemanes podían argumentar que constituían una nacionalidad y que bastaría acabar con la fragmentación para crear un Estado nacional. Sin embargo, la falta de dominio extranjero privaba a los nacionalistas alemanes de un enemigo exterior; además, los contrapuestos intereses de Estado y los conflictos entre Austria y Prusia obstaculizaban la unificación (Breuilly, 1996; Vick, 2002).

      Estas cuatro naciones podían decir, por causas diversas, que formaban una nación histórica caracterizada por el dominio y la alta cultura. Los visionarios liberal-radicales de una Europa nacional emprendieron a mediados del siglo XIX la unificación de Italia y Alemania, así como la restauración de Polonia y Hungría. Las víctimas serían los pequeños estados de los territorios italianos y alemanes, amén de los Imperios Habsburgo y Romanov. Monarquías como el Piamonte y Prusia fueron partidarias de esta idea, por la que tuvieron que renunciar a algunas de sus prerrogativas por más que a la opinión pública liberal le

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