Historia del pensamiento político del siglo XIX. Gregory Claeys

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Historia del pensamiento político del siglo XIX - Gregory  Claeys Universitaria

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monárquica, a menudo importando al rey de la rama colateral de una familia real arraigada, lo que demuestra lo conservadora que era la ideología de la nacionalidad histórica.

      Hubo otra víctima potencial del principio histórico-liberal de la nacionalidad: las nacionalidades «no históricas». En ellas se diseñó un principio de nacionalidad diferente y 1848 aceleró y cristalizó su evolución.

      LA NACIÓN COMO ETNIA

      Términos como «no histórica» o «carente de historia» se consideraban denigrantes para las naciones a las que se aplicaban. Hoy usamos otras expresiones como comunidad étnica no dominante (Hroch, 1996: 80). En realidad, estos términos reflejan la idea nacionalista de la conexión entre identidad e historia. Así que aquellos nacionalistas que defendieron la causa de nacionalidades no históricas se centraron en la construcción de una historia nacional.

      Los modelos más antiguos de dominio y alta cultura no se formularon en términos de grupos «homogéneos», sino de un orden social jerárquico en el que los que estaban en la cúspide no tenían la misma cultura que los que conformaban la base. Si la jerarquía social era estricta y las diferencias culturales estaban claras, algo cada vez más evidente a medida que uno se desplazaba por Europa de oeste a este, era difícil que la cultura de la elite resultara atractiva para el pueblo. La movilidad social iba acompañada necesariamente de una asimilación cultural. Un inmigrante de lenga checa, establecido con fortuna en Praga, aprendía alemán y se aseguraba de que sus hijos fueran educados en la cultura alemana (Cohen, 1981).

      Existen muchas razones que explican por qué fue decayendo este tipo de asimilación. La economía dinámica generaba más oportunidades de ascenso social de lo que resultaba manejable para el orden tradicional, y los hombres nuevos –agricultores, comerciantes y manufactureros– crearon su propio grupo identitario. La emancipación de los campesinos también dio lugar a una gran movilidad y minó la jerarquía social. Gellner formuló una teoría de la industrialización y del desarrollo desigual para explicar el surgimiento de tales movimientos nacionalistas. Hroch vincula la eclosión de pequeñas naciones en Europa Central con el crecimiento de ciudades mercantiles en las regiones manufactureras y dotadas de una agricultura comercial. Berend ha hecho hincapié en el papel del atraso económico y en la coexistencia de resentimiento hacia «Occidente» con un deseo de emularlo (Berend, 2003, especialmente caps. 2 y 3; Deutsch, 1966; Gellner, 2006; Hroch, 1985).

      El hecho de que los grupos dominantes utilizaran argumentos nacionalistas en vez de civilizatorios provocó una reacción entre los portavoces de los grupos subordinados. Los magiares se habían negado a hablar alemán como lengua oficial y habían seguido utilizando el latín, hasta que en la década de 1830 empezaron a presionar para usar el húngaro, lo que llevó a los croatas a exigir el uso de su propia lengua en sus asambleas (Okey, 2000, pp. 121-125). En cuanto se descendía un nivel, la lengua, más que ser una forma de comunicación y administración, servía para dotar de identidad al grupo y sus intereses (Lyons, 2006, pp. 76-97).

      Cabe vincular directamente la creciente importancia de estos intelectuales a los nuevos intereses socioeconómicos. Los periodistas, por ejemplo, proveían de prensa en lenguas vernáculas y solicitaban financiación a nuevos ricos que no se expresaban correctamente en la lengua de la elite. Lajos Kossuth (1802-1894) llegó a la política a través del periodismo. Otros intelectuales nacionalistas procedían de instituciones existentes (sobre todo las iglesias) que tenían estrecha relación con grupos subordinados, como la Iglesia católica en Irlanda, o la ortodoxa griega y las Iglesias unionistas entre los pueblos eslavos de Europa Central. A veces defendían los intereses de elites regionales contrarias a la dinastía centralizadora. El historiador nacionalista checo František Palacký (1798-1876) empezó su carrera escribiendo una historia de Bohemia-Moravia bajo el patronazgo de un noble.

      Estas vanguardias intelectuales eran un reto para los defensores de una cultura dominante o histórica, que negaban que su cultura tuviera las mismas raíces históricas o igual dignidad que las demás. Había una gran variedad de fuentes históricas y culturales para apuntalar este reto. Los intelectuales dedicaron sus esfuerzos a crear más recursos en vez de interpretar los que ya estaban a su alcance. Se hacía énfasis en tres cuestiones: la cultura vernácula, la religión y el dominio político (Sobre el papel desempeñado por estos intelectuales cfr. Kennedy y Suny, 1999).

      Para exigir un reconocimiento igualitario había que idear una forma escrita de la lengua de la cultura subordinada. La escritura en lengua vernácula permitía imaginar la lengua como una entidad concreta y bien delimitada que una nación poseía. La nación podía incluso definirse como la comunidad imaginada de lectores en una lengua vernácula escrita y estandarizada (Anderson, 1991). Normalmente había algún tipo de forma escrita anterior en la que basarse (como el checo medieval), pero a menudo hubo que hacer modificaciones sustanciales. Se dedicó mucho esfuerzo a trabajar con los alfabetos (como el latino o el cirílico), la ortografía y la pronunciación, a estudiar qué forma dialectal había que tomar como norma, a estudiar gramática, a compilar diccionarios para purgarlos de préstamos y a acuñar palabras nuevas. Hubo batallas para promocionar la propia lengua en las escuelas y por medio de la poesía, las obras de teatro, las novelas y los artículos de prensa. Los conflictos que surgieron a causa de la lengua en escuelas, tribunales y asambleas provinciales guardaban relación con intereses materiales concretos, pues determinaron, por ejemplo, las perspectivas de trabajo para maestros o abogados. Sin embargo, estos intereses sólo se tuvieron en cuenta después de que surgiera el movimiento que promovía el uso de las lenguas vernáculas. Es difícil saber por qué ocurrió en el caso de unas lenguas y no de otras (Berend, 2003, cap. 2).

      Las diferencias religiosas cuajaron en distinciones culturales y sociales. La expansión imperial en Europa Central y del Este estableció diferencias entre la religión dominante y las religiones subordinadas. En el Imperio otomano, los musulmanes gobernaban a las poblaciones cristianas. En el Imperio Habsburgo, los católicos gobernaban a otros cristianos. La expansión rusa conllevaba la primacía de la Iglesia ortodoxa rusa sobre otras confesiones. Cuando se redujeron los conflictos religiosos a partir del siglo XVII, se pasó de la conversión o expulsión a una jerarquía de Iglesias nacionales privilegiadas que toleraban a otras subordinadas.

      Estas Iglesias aportaron una base institucional y una pequeña contra-elite que las culturas subordinadas utilizaron para construir un principio de nacionalidad. A finales del siglo XVIII, la Iglesia de Transilvania y el clero

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