Nosotros los anarquistas. Stuart Christie
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José Peirats, historiador anarquista y secretario de la Federación de Grupos Anarquistas de Barcelona dijo esto:
Los militantes de la FAI provenían de la CNT y se sentían más «cenetistas» que «faístas». Ese era el origen del problema. La FAI era más revolucionaria que los anarquistas... No destacaba como escuela filosófica y eso la perjudicó mucho; la única circunstancia atenuante era el corrosivo ambiente en que nació y vivía.
Sobre la cuestión de formar un estado dentro de un estado, añadió:
El descubrimiento de las actas revela que la FAI no pretendía manipular a la CNT, sino colaborar estrechamente con ella. Las cosas sólo se complicaron más tarde, después de la escisión de 1931.[11]
Francisco Carrasquer también refuta la acusación de que la FAI fuese «un estado dentro de un estado».
Nunca fue su propósito actuar como directiva ni nada del estilo. Para empezar, no tenían eslóganes, no dictaron ninguna prohibición, excepto la adhesión a cualquier estructura jerárquica... Esto es lo que los historiadores de fuera deberían entender de una vez por todas: que ni Durruti, ni Ascaso, ni García Oliver –por nombrar sólo a los más grandes representantes de la CNT– lanzaron advertencias a las «masas», ni mucho menos prepararon planes de actuación o conspiraciones para el conjunto de militantes de la CNT. Cada grupo de la FAI pensaba y actuaba tal como consideraba oportuno, sin preocuparse por lo que los otros pudieran pensar o decidir.[12]
[1] Broué y Temime: The Revolution and the Civil War in Spain, Londres, 1971, p. 57.
[2] José Llop: El movimiento libertario español, París, 1974, pp. 293-298.
[3] Francisco Carrasquer: «¿Ha habido una ideología política en el anarquismo español?», Cuadernos de Ruedo Ibérico, núm. 35-57, enero-junio, París.
[4] Frank Jellinek: The Civil War in Spain, Londres, 1938, pp. 92-93.
[5] Franz Borkenau: The Spanish Cockpit, Londres, 1937, p. 37.
[6] Progreso Fernández: El movimiento libertario español, p. 288.
[7] Fidel Miró: Cataluña: los trabajadores y el problema de las nacionalidades, Méjico, 1967, pp. 45-50.
[8] Gerald Brenan: The Spanish Labyrinth, Cambridge, 1976, p. 249.
[9] César M. Lorenzo: Les anarchistes Espagnoles et le pouvoir, París, 1969, pp. 66-68.
[10] Progreso Fernández, «Anarquismo en el mundo», Bicicleta, núm. 11, Barcelona, 1977.
[11] José Llop: El movimiento..., op. cit., p. 231.
[12] Carrasquer, cit., p. 177.
VII. ¿SECCIÓN DE TRABAJOS SUCIOS?
A los militantes de la FAI se les ha acusado de «poco realistas», criminales y psicópatas. Pero en realidad, esas acusaciones no son más que conjeturas, sumamente subjetivas y no verificadas, fruto de los prejuicios de sus autores. En los pocos casos en que se aduce alguna «prueba», resulta que no es más que un testimonio indirecto de un testigo hostil. La patología criminal del anarquismo español sólo puede refutarse con estudios empíricos en vez de con teorías abstractas de historiadores indolentes o malévolos.
George Woodcock, por ejemplo, que por lo que parece ignoraba que las bases de la FAI eran mayoritariamente cenetistas, declara que, además de «los esforzados dirigentes sindicalistas y de los teóricos del anarquismo español» (la mayoría de los cuales no entraron en la FAI hasta 1934 y para entonces ya había dejado de ser un instrumento revolucionario) también contenía «un sospechoso contingente del hampa de Barcelona». La última acusación fue una idea lanzada y repetida por Borkenau. Esta profana alianza, añade Woodcock, demuestra la conexión bakuninista.
Fue él (Bakunin) quien puso más énfasis en una alianza entre los idealistas y los elementos sociales marginales, necesaria para derrocar al Estado y preparar el terreno para la sociedad libre.
Los fundadores de la FAI
mezclaron la devoción idealista a una causa con la afición a la conspiración, una justificación para la ilegalidad y el tiranicidio –y una inclinación hacia los experimentos sociales de carácter comunista primario.[1]
Gabriel Jackson opinaba que «la FAI combinó el idealismo anarquista con el gangsterismo, a menudo en las mismas personas». Presenta a la FAI como a una mafia y a la CNT como a un sindicato español de camioneros. «Recaudaban las cuotas de los afiliados a la CNT y con ellas constituían fondos para presos, compraban armas y ‘protegían’ a los trabajadores de la policía». Jackson clasifica a los anarquistas de «Zaragoza» en tres tipos.
Había un puñado de idealistas autodidactas, lectores de Bakunin y Tolstoy, a veces pacifistas místicos, otras vegetarianos o nudistas. Vivían ascéticamente, de lo recaudado con su trabajo mal pagado, del que se sentían orgullosos, y estaban convencidos de que la expansión del comunismo libertario por toda la península conduciría inmediatamente a una sociedad pacífica, próspera e igualitaria. Después, estaba la masa de trabajadores con poca o ninguna formación... Antes de la aparición de la FAI, a esas personas se las podía convencer fácilmente para que renunciaran a la lucha... Pero la conciencia de clase y la mística revolucionaria que la FAI les inculcó, les animó a demostrar a sus jefes que la sociedad dependía de ellos, los trabajadores. Disfrutaban exhibiendo su poder paralizando a la ciudad y consideraban sus huelgas generales ensayos para el futuro triunfo revolucionario del comunismo libertario... Por último, había un pequeño, pero importante, grupo de pistoleros profesionales, que no eran todos españoles.[2]