Episodios republicanos. Antonio Fontán Pérez
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¿A qué grupos respondían estos republicanos? ¿Cuáles eran sus orígenes?
Hasta la segunda mitad del siglo XIX no había habido republicanos en España. La nueva planta nació con signo revolucionario y antimonárquico, más que con sentido positivo o creador de alguna especie, en el seno del partido demócrata y en los más avanzados sectores del 68. La anarquía de aquellos años desató pasiones, rencores y violencias, que en algunos casos pueden compararse a sucesos de la revolución francesa de 1789. Si se hicieran estadísticas de los incendios, destrucciones y secularización y profanaciones de iglesias en el 68 y en el 73, de las expresiones de la prensa y de los políticos (la sesión de Cortes de 26 de abril de 1869, llamada la «sesión de las blasfemias»), de los motines, o de la ocupación del poder local o provincial por grupos de exaltados, los lectores de esas cifras y noticias quedarían asombrados. La única diferencia con los sucesos españoles del año 36 y de la Guerra Civil, es que en el 68 todavía se conservaba cierto respeto por la vida humana individual, y no hubo la misma proporción de asesinatos.
Cánovas había incorporado al régimen restaurado de Sagunto a extensos sectores del republicanismo español, que se pueden simbólicamente representar en el nombre de Sagasta y en la actitud benevolente de Castelar.
Hasta el 98 no quedan en España, prácticamente, más republicanos que unos pequeños grupos de nostálgicos, de soñadores, con cohesión de secta, pero con escasísima proyección sobre el país. Es después de la descomposición del régimen de Cánovas, con la pérdida de las posesiones de Ultramar, las divisiones de los liberales a la muerte de Sagasta, y su transformación en gobierno de autoridad con Canalejas, cuando van cobrando fuerza los nuevos republicanistas españoles. En su crecimiento influyeron notablemente, muchas torpezas y falsas habilidades de los Gobiernos de la monarquía. Lerroux, por ejemplo, «emperador del Paralelo» y rey de la vida municipal de Barcelona durante años, fue indudablemente apoyado en secreto por gentes del régimen, como peón frente al internacionalismo obrero de los anarquistas de Barcelona y frente al autonomismo catalanista de la Lliga. La protección dispensada a los intelectuales de la Institución y de la Junta, la aceptación de los excesos verbales de Rodrigo Soriano y de Blasco Ibáñez en Valencia, por el crédito abierto al prestigioso escritor que era este último, y por la suposición de que una izquierda republicana sería un contrapeso frente al alarmante crecimiento del marxismo y del internacionalismo, contribuyeron a su desarrollo.
Los republicanos históricos —política y socialmente en cierta manera moderados— se agruparon en torno al partido radical de Lerroux. Los otros grupos, más o menos fantasmales, que en las elecciones a Cortes constituyentes de julio del 31 obtuvieron actas de diputados eran pequeñas cofradías de notables con poca gente detrás, que se beneficiaron del abstencionismo de los monárquicos y de gran parte de los católicos, desconcertados aun por los sucesos de abril, del apoyo socialista y de la desigual —pero efectiva— asistencia electoral de los anarcosindicalistas. Estos sufrían entonces la gran crisis de la Federación Anarquista Ibérica (FAI) frente a los «treinta», pero veían en la república de izquierdas, a pesar de la presencia de sus «hermanos enemigos» los marxistas, un paso adelante —o una remoción de obstáculos— en el camino al paraíso ácrata del comunismo libertario.
Se fue formando, sin embargo, progresivamente y pronto, un conjunto de grupos de intelectuales de Ateneo, de jóvenes profesionales ambiciosos, de honestos burgueses sinceramente igualitarios y demócratas, de reformistas iluminados con hambre de poder, todos los cuales fueron al fin los republicanos de la izquierda. Eran los hombres fuertes de la burguesía, anticlericales por principio unos, por espíritu de revancha o afán de liberación otros. El hombre de estas gentes iba a ser Azaña. Ganó el puesto en los primeros meses de las nuevas Cortes. La precisión y la sobriedad de sus discursos y la fría voluntad de hacer el país totalmente de nuevo conforme a nuevos moldes, atrajeron hacia él a esos grupos.
Los seguidores de Lerroux eran galdosianos, y demasiado históricos para poder encuadrar un aluvión de savia nueva, muchas veces traída por puro oportunismo. Los modos oratorios de Alcalá Zamora, su respeto de liberal exmonárquico por la religión, y sus concesiones verbales a la historia, a la legalidad y al catolicismo, carecían de seducción para la nouvelle vague de 1931.
Era difícil para los católicos colaborar con el nuevo sistema. La hostilidad a la Iglesia pareció enseguida consustancial con la república. Los anarcosindicalistas se llamaron pronto también a engaño, porque la coalición republicano-socialista había hecho saltar la monarquía, pero quería conservar y aun reforzar el Estado. Y ese, para ellos, era el verdadero enemigo.
En medio de las dos crecientes oposiciones de los católicos heridos y de los anarquistas engañados, dio comienzo la historia de la Segunda República española. El régimen de la izquierda burguesa, orientado por intelectuales acatólicos, emprendía una inquietante marcha que no auguraba una larga y sostenida duración.
NOTAS COMPLEMENTARIAS
El libro de VICENTE CACHO VIU, La Institución Libre de Enseñanza (Madrid, 1962), expone y analiza el proceso histórico del movimiento krausista, así como sus consecuencias de orden político y cultural. Aunque su trabajo se detiene en 1881, la obra de Cacho ilumina toda la historia posterior y es, sin duda, el punto de partida indispensable para cualquier intento de comprensión de la historia de la cultura española de la época contemporánea.
Noticias generales sobre Giner y la Institución hay en Madariaga España, 6 ed. México, Buenos Aires, 1955. 847 págs. especialmente en las páginas 114 y ss. Castillejo War of ideas in Spain, Cambridge, 1937, 165 págs. (especialmente págs. 90-95 y 113-116). Una breve biografía y retrato de Giner de los Ríos en CACHO (op. cit. págs. 225 y ss.) y una amplia bibliografía sobre la Institución y la vida cultural de la época ibid. págs. 535 a 552.
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