Indicios visionarios para una prehistoria de la alucinación. Zenia Yébenes Escardó

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Indicios visionarios para una prehistoria de la alucinación - Zenia Yébenes Escardó Ciencias Humanas

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son percepciones falsas, “en ausencia de objeto”, construidas íntegramente por la mente. En su observación sobre la alucinación, “si un hombre tiene la convicción de percibir realmente una sensación en la que no hay un objeto externo, se encuentra en estado alucinado: es un visionario” (Esquirol, 1838: 159). Vemos en la identificación esquiroliana entre el visionario y el alucinado la medicalización de una experiencia y la tesis de la ausencia a la que se refiere Orsi.

      De acuerdo con esta tesis, la forma de contemplar la experiencia visionaria sin medicalizarla prácticamente ha desaparecido, algo que, como veremos, el mismo Orsi discute. Las investigaciones que han querido poner de manifiesto la integración cultural en contextos religiosos del “ver visiones”, bien se centran en la premodernidad (Kroll y Bachrach, 2005) o en el estudio antropológico en las sociedades contemporáneas de ciertos grupos religiosos minoritarios y marginales (Luhrmann, 2012), o investigan sociedades consideradas primitivas (West, 2007).

      Según Certeau, la mística designa la invención de un espacio que desea manifestar la presencia de lo que, en tiempos de relativización y proliferación de narrativas alternas, ya no se manifiesta ni en la institución eclesial ni en la Escritura. Ese lugar de manifestación, habremos de verlo, será el sujeto (Certeau, 1993b: 11-40). Certeau escribe sobre las comunidades espirituales reunidas en torno a “modos de hablar ‘y’ estilos de hacer” en la noche de los cuerpos que ya no pueden encontrar orientación en los significantes de una tradición cultural establecida (Certeau, 1993b: 16). No se trata, como en la teología escolástica del Logos, de construir un conjunto coherente de enunciados sino de la emergencia de una ciencia experimental, instauración de un espacio en el que la presencia sagrada pueda aparecer. La mística de los siglos xvi y xvii porta la marca de violentos conflictos puesto que nos llega a través del canal de los procesos inquisitoriales, disciplinarios y judiciales. En el siglo xvii se agudiza la contradicción entre los principios sobrenaturales que postulan su funcionamiento y las normas epistemológicas en las que ella misma se bate y enuncia. Desde fuera, en el espacio público, la mística sigue siendo peligrosa o sólo ininteligible, pero en cualquier caso opaca. Si nada del exterior garantiza su verdad y su legitimidad, paradójicamente, la locura y la censura del exterior constituirán la garantía de su verdad. Hay que liberarse de la disyuntiva entre devoción y patología y formular la cuestión de un modo enteramente nuevo para dar con la pregunta acerca de cómo se vuelven reales las presencias visionarias.

      Al elegir como subtítulo “Para una prehistoria de la alucinación”, sigo a Terence Cave (1999). Por “prehistoria” Cave entiende una práctica que atiende a la oscuridad de la historia. Mientras que la práctica tradicional de la disciplina tiende a construir grandes narrativas o mutaciones epistemológicas dramáticas, la prehistoria opta por permanecer más tiempo en la oscuridad, abandonar los relatos canónicos (“la historia”) y observar de cerca las señales pequeñas, distintas e inquietantes dentro de los textos: indicaciones de que algo está cambiando. Así, abre espacio a la contradicción y a los cabos sueltos. Esta “prehistoria”, entonces, no se ofrece como un relato de los orígenes de la alucinación (término que ni siquiera aparece en los textos que indagaremos), no es un relato de la sucesión visión-alucinación, sino, más bien, indica la coexistencia, y con ella las posibilidades, entre la presencia y la ausencia; entre la eclosión del fenómeno visionario como un fenómeno moderno y su creciente reducción, asimismo moderna, a lo marginal y lo patológico. A pesar de que Cave se distancia de Foucault y de que sólo sigo a Cave en lo que acabo de señalar, entiendo su prehistoria como lo que Foucault describe como problematización:

      Para que un campo de acción, un comportamiento, entre en el campo del pensamiento, es necesario que cierto número de factores lo haya vuelto incierto […] pero éstos sólo juegan el papel de incitación. Pueden existir y ejercer una acción durante mucho tiempo antes de que haya problematización efectiva […] y ésta cuando interviene no toma una forma única que será el resultado directo o la expresión necesaria de estas dificultades; es una respuesta original y específica, a menudo multiforme, a veces incluso contradictoria en sus diferentes aspectos. [La problematización es] una respuesta a esas dificultades que son definidas mediante una situación o un contexto que valen como cuestión posible [Foucault,1999c: 360].

      Creo que todo ensayo comienza con una pregunta que le sirve como faro e hilo, como marco de referencia y principio rector. Por vaga y absurda que pueda parecer, mi pregunta se dirige a cuestionar, cómo he señalado con anterioridad, qué significaría para los supuestos metodológicos modernos

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