Cuando el fútbol no era el rey. Carles Sirera Miralles

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Cuando el fútbol no era el rey - Carles Sirera Miralles Oberta

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primeras, hubo 13 participantes, y en la última 8 participantes, aunque tuvo que ser suspendida, por haber anochecido y ser imposible seguir tirando, y repetirse al día siguiente por la mañana. Además de los accésits como objetos artísticos, los premios importantes volvían a ser armas de fuego que podían cambiarse por su valor en metálico, un rifle cuyo precio era de 100 pesetas y otro cuyo precio era de 75 pesetas. La mayoría de los concursantes ya había participado en anteriores competiciones, y de los nuevos no ha sido posible obtener ninguna información de interés. Sólo queda decir que varios de los tiradores presentaron una protesta formal por el orden en que se realizaron las pruebas que obligó a suspender la última tirada, pidiendo que se anularan los resultados del certamen y se volviese a celebrar otro día. No es posible saber si esto supuso una contrariedad insuperable para los organizadores o un pequeño inconveniente, pero el hecho cierto es que dejaron de celebrarse torneos de tiro después de 1891.

      El alcance en cifras que llegó a tener la práctica del tiro es imposible de estimar, y es obvio que el número de participantes en estos certámenes estaba limitado por el importe de los derechos de matrícula, cuyo mínimo era de 20 pesetas. De todas formas, las profesiones que se han podido identifi car muestran que el segmento de población que comprendían los concursantes era bastante amplio: un impresor, un médico republicano, el dueño de un café, un empleado, un oficial, un abogado... Se trata de unas clases medias que no se sentían ofendidas ni insultadas por luchar para obtener premios valiosos, o dinero simple y llanamente. Es decir, que no consideraban deshonroso ganar premios en metálico con el ejercicio de sus aficiones, no de sus profesiones.

      Tampoco puede considerarse la cifra de 20 pesetas como el impedimento principal para quienes quisieran concursar, ya que otros factores serían más determinantes, como las posibilidades reales de éxito, que dependían, al fin y al cabo, de la pericia de cada cual con un arma. Esto hacía de la decisión de inscribirse una cuestión de cálculo personal; fácilmente observable en el caso de Manuel Olmos, quien participa en 1886, en 1888 y en 1891, y resulta siempre ganador de algún premio o accésit. Los mejores tiradores repiten; mientras que la pauta de participación del resto es simplemente ocasional, una vez y no más. El coste de la inscripción suponía un sacrificio no compensado y, en consecuencia, se optaba por no volver a jugar. Como participar era caro, ganar era importante. Esto explicaría que la edad de los concursantes rondase los 30 años, ya que no se trataba de una distracción ociosa para que las personas de posición desahogada matasen el tiempo, sino de un deporte competitivo que requería estar en pleno y perfecto dominio de las propias facultades.

      Por otro lado, no se puede observar ningún tipo de discriminación o discrepancias en la organización de los torneos por razones o afinidades políticas. Si la existencia de dos casinos en la ciudad podría inducir a pensar que se trataba de la clásica división conservadores/republicanos, ésta se demuestra imposible por la buena convivencia de ambas entidades. Además, un tirador tan significado políticamente como el republicano Manuel Olmos es en 1886 miembro del Casino de Cazadores de San Humberto; pero en 1891 pasa a ser miembro del Casino de Cazadores de Valencia. Puede que esto se debiese a un acercamiento al sistema alfonsino favorecido por la reintroducción del sufragio masculino, pero, aún así, parece difícil sostener que la adscripción política tuviese un papel relevante o significativo en estos espacios competitivos de sociabilidad.

      4. EL DISCRETO SILENCIO Y LA CONVERSIÓN A LAS SOCIEDADES DE TIRO

      Pero, una vez iniciado el siglo XX, los periódicos expresarían los lamentos que producía la falta de una entidad que organizase tiradas públicas. En relación con un campeonato nacional, escribían:

      Sin embargo, el Ateneo no suplía el déficit de sociedades de caza y la mayoría de encuentros seguía celebrándose en el ámbito privado. Por ejemplo, en la granja de José Moróder de Moncada, donde tenía instalada su vaquería:

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