Cuando el fútbol no era el rey. Carles Sirera Miralles
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Nuestro Casino de Cazadores esperó prudentemente, por espacio de algunos días, para ver si algunos cazadores valencianos aceptaban particularmente la proposición: pero siguió un silencio (...). ¿Debía nuestra corporación recojer este reto? ¿Debía prescindir de él? ¿Esperaba el Casino que contestaran los cazadores particularmente? ¿Esperaban los cazadores que contestara el Casino como entidad social? Este era el problema; y todavía anda en tela de juicio, según el criterio de cada cual (...).
Ocho años lleva de existencia el Casino de Cazadores. En tan largo transcurso de tiempo, y contando con muy buenos elementos, jamás ha provocado competencia alguna; es más en el concurso de tiradores (...) que se celebró en Barcelona el año 1880, ganó el primer premio el valenciano D. Antonio Gómez, y si bien esto nos satisfixo mucho, nada por ello alardeamos, ni lo hicimos cuestión de valencianos y catalanes (...).
¿Cómo habíamos de esperar un reto de quien considerábamos nuestros hermanos en afición, en costumbres y hasta en dialecto?
Pero así ha venido, y así hay que aceptarlo.
Si perdemos, habremos cumplido como buenos; si ganamos, habremos cumplido de igual manera.22
El Mercantil Valenciano ampliaba la información con un tono más neutro y menos apasionado, explicando que la junta directiva del Casino de Cazadores se había reunido para seleccionar una lista con los nombres de los tiradores más diestros, y que el domingo 24 de enero, la víspera de la tirada, escogerían a los participantes y sus suplentes. Por otro lado, también recalcaban que el Casino había realizado una apuesta de 12.000 reales a los cazadores de Gandía y que habían pedido a la empresa de ferrocarriles un tren especial para Carcaixent, lugar donde debía celebrarse la competición el lunes 25 de enero.23 Aquel lunes se vivió el primer acto de multitudinaria pasión deportiva conocido en Valencia; según Las Provincias:
Cada valenciano es un cazador; esto diría, y lo diría con razón, quien ayer hubiese estado en Valencia y hubiese presenciado el entusiasmo, casi podemos decir la locura, que se apoderó de nuestros paisanos, al llevarse á cabo la tirada de palomos en competencia, que por provocación, quizás poco meditada de los cazadores de Gandía, se verificaba en Carcagente (...).
Día señalado, el de ayer; entusiasmo de una y otra parte; mejor dicho, el entusiasmo casi el delirio, comunicándose como reguero de pólvora inflamada, á los miles de diestros tiradores que hay en todos los pueblos del antiguo reino valenciano. Si la competencia hubiera sido entre estos y cazadores de otras regiones de la Península, se hubiese comprendido que el amor propio, escitado por la provocación, caldease tanto los ánimos; pero entre tiradores de la capital y de Gandía, todos valencianos, todos compañeros, todos hermanos, hijos todos de una misma escuela, aleccionados en idéntica práctica, no era el amor propio de un pueblo, herido por estrañas provocaciones, era el amor al arte cinegético, el entusiasmo que despierta en nuestra raza un tiro certero, la vivísima afición que pone en manos de cada valenciano una escopeta, y hace de él un buen tirador. La tirada de ayer era una lid sin triunfo, era una batalla sin enemigos, era un juego entre hermanos, en el que siempre habían de resultar vencedores los valencianos, porque lo mismo lo son los hijos de San Vicente Ferrer que los de San Francisco de Borja (...).
Á las nueve de la mañana centenares de aficionados de todas las clases, desde el encopetado aristócrata acostumbrado a las luchas del sport hasta el modesto industrial, formaban interminable cadena dirigiendose á la estación, llenaban su anchurosa plaza, y pedían impacientes billetes para el trén expecial. No fue posible desoirles, y abierta la taquilla despacháronse en breves minutos más de setecientos.
No es posible pintar la animación que reinaba entre aquella muchedumbre. Voces de entusiasmo, saludos cordiales, frases oportunas, cuentos chistosos, se cruzaban de carruaje á carruaje y de uno a otro departamento, revelándose en todos la mayor confi anza (...).
Desfilaban lentamente hacia el teatro de la contienda miles y miles de curiosos que á pie, á caballo y en carruaje de toda clase, desde el tosco carro de labranza hasta el elegante break arrastrado por hermosas yeguas.24
El Mercantil Valenciano, menos exaltado en su crónica, cifraba en unos 8.000 los espectadores que acudieron a Carcaixent y daba el número exacto de 755 pasajeros en el tren especial solicitado por el Casino de Cazadores.25 La tirada se desarrolló según las condiciones pactadas por ambas partes, y consistió en una variación del tradicional tiro al palomo conocido como joc lliure. Éste consistía, en un principio, en una apuesta entre el colombaire y el tirador, pacte rabiós, que enfrentaba la habilidad en la cría de palomos y la pericia para lanzarlos al aire del primero a la puntería del segundo, ya que el escopetero sólo pagaba por los blancos errados. En esta ocasión, la dificultad estribaba en la doble competencia que se establecía entre los tiradores de ambas ciudades y los respectivos colombaires. Los tiradores valencianos disparaban a los palomos lanzados por los colombaires de Gandía, y viceversa; y ganaba el equipo que lograse más aciertos, después de sumar los resultados de dos rondas: la primera por parejas, pacte a dos, y la segunda, por cada tirador, individualmente. El resultado defi nitivo fue de 30 aciertos contra 16, en favor de los representantes de Valencia.
De los participantes de Gandía, sólo consta el nombre; pero de los valencianos hay una breve descripción facilitada por Las Provincias. Encabezaba la delegación José de Ródenas, antiguo teniente coronel de Estado Mayor del ejército nacional y director de una «acreditada Academia preparatoria para carreras especiales». Su compañero era Bautista Salvador, «activo comerciante de granos, joven de barba corta y pelo ensortijado». Los suplentes eran los jóvenes Francisco Bru y Ricardo Beltrán, este último sería concejal por los liberales en el Ayuntamiento de Valencia entre 1901 y 1905. Los colombaires fueron el Llauraoret, y su suplente, Marianet.
Durante la competición, sólo hubo un incidente desagradable y que El Mercantil Valenciano relató de este modo:
Sabido es que los colombaires se valen de todo género de engaños para desconcertar al tirador, tanto que consiste su mayor ó menor mérito segun que sueltan con mayor ó menor dificultad los palomos de la mano. Pues bien, el Sr. Quiles hubo de incomodarse con el Llauraoret, y cuando éste se disponía á soltarle el segundo palomo de su pacte, le puso los cañones de la escopeta en el vientre dirijiéndole algunas frases inconvenientes. El público se indignó, y tras un momento de confusión siguió tirando el Quiles hasta obtener el resultado que queda dicho.26
Mientras que Las Provincias optaba por abreviarlo de la siguiente forma:
Debemos prescindir de algún incidente poco correcto que surgió con desagrado de las personas sensatas.
Para terminar resumiendo el enfrentamiento en tono elogioso:
En la inmensa mayoría del público hubo esquisita prudencia, huyendo de provocaciones y jactancias, que agriaran los ánimos, si bien fue de lamentar que se desoyesen los consejos de la autoridad que se proponían despejar el círculo del tiro para comodidad de todos. Faltan costumbres en nuestro pueblo para espectáculos de esta índole (...).
Entre hermanos hay apuestas, no hay luchas, y el resultado de ayer sólo debe servir para acreditar que todos los que tomaron parte en la competencia