Perros sí, negros no. Jorge Majfud
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Aunque el dinero y el poder en principios son abstracciones incapaces de emociones humanas como el odio y el amor, las emociones, como todo lo demás, forman parte de su mecánica. Los instrumentos se convierten en sujetos y los sujetos en instrumentos. Así, el racismo y los intereses de clases han estado relacionados desde los tiempos del antiguo Egipto.
Hoy en día esa relación se justifica de otras formas, a veces de formas tan mitológicas y sagradas como “la mano invisible del mercado” (que por lo general es solo la mano invisible de los poderosos), “el consumo y el nivel de vida”, “la eficiencia y la productividad” y hasta “la patria y la libertad”.
Dos de los negocios más importantes y más lucrativos del mundo son el tráfico de drogas y la venta de armas. Según la ONU, el negocio de las drogas significa unos 300 billones de dólares por año. La producción y comercio de armas supera el trillón de dólares anuales. Solo por casualidad, 9 de las 10 compañías que más dinero hacen en este mercado son estadounidenses.
Porque la producción de droga está en los países pobres y el consumo en los países ricos, la culpa de la violencia es de los productores, es decir, de los pobres.
Porque la producción de armas está en los países ricos y el consumo en los países pobres, la culpa de la violencia es de los consumidores, es decir, de los pobres.
Cuando la economía en los países ricos prospera, los pobres son los únicos culpables de su propia pobreza, como si el mundo fuese plano y todos tuviesen las mismas oportunidades.
Cuando la economía en los países ricos se estanca o retrocede, entonces los pobres son los culpables de que los demás no tengan trabajo. Sobre todo, si son pobres migrantes.
La culpa es siempre de los pobres.
Hace dos mil años, un profeta rebelde fue crucificado, junto con otros dos criminales, por desafiar al imperio de la época pregonando la no violencia, rodeándose de marginados y asustando a los poderosos con frases como “es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico subir al cielo” o “ustedes han menospreciado al pobre. ¿No son los ricos quienes los oprimen y personalmente los arrastran a los tribunales?”.
Por los siguientes tres siglos, los primeros cristianos fueron inmigrantes pobres, ilegales y perseguidos. Hasta ser oficializados por otro emperador, Constantino, y de perseguidos se convirtieron en persecutores, olvidando la advertencia de los antiguos Proverbios: “Aun por su vecino es odiado el pobre, pero son muchos los que aman al rico”; “La riqueza añade muchos amigos, pero el pobre es separado de los suyos”; “El rico domina a los pobres, y el deudor es esclavo del acreedor”; “La fortuna del rico es su ciudad fortificada, con altas murallas en su imaginación”.
Incluso la estatua de la Libertad de Nueva York, recibió a millones de inmigrantes (europeos), sin visas ni pasaportes, con la frase “Denme los pobres y los cansados (…) denme los que no tienen techo”.
Sin embargo, ahora, según las leyes en los países ricos, si alguien es rico tiene garantizada una visa o la residencia. Si alguien es pobre y su bandera es el trabajo, se les impedirá el ingreso a los países ricos de forma automática. De hecho, la sola palabra trabajo en cualquier consulado del mundo es la primera clave que enciende todas las alarmas y le cierra las puertas a un trabajador honesto. Porque un mundo obsesionado con el crecimiento, donde el capital produce más capital, no cree que el trabajo pueda producir más trabajo. Porque el dinero es más libre que los seres humanos y un ser humano sin dinero no es libre sino esclavo.
Para justificar este apartheid global, ya no se recurre al concepto de raza sino el de naciones y se confunde legalidad con legitimidad, como si las leyes no fuesen la expresión de las conveniencias del poder de turno, como si las leyes no fuesen, con frecuencia, elegantes formas de legalizar la corrupción del poder.
Incluso, hasta las mejores leyes suelen ser injustas, especialmente con aquellos que no están en el poder. Como ejemplo bastaría con la observación que hiciera hace cien años el novelista francés Anatole France: “La Ley, en su magnífica ecuanimidad, prohíbe, tanto al rico como al pobre, dormir bajo los puentes, mendigar por las calles y robar pan”.
2017
Somos civilizados porque matamos a todos los salvajes
En el artículo editorial de El País de Montevideo de hoy (19 de abril de 2009), el ex presidente de Uruguay, Julio María Sanguinetti, reacciona contra la reivindicación de los charrúas y, sin advertirlo, nos da las claves de una mentalidad que gobernó por dos períodos y que siguió influyendo en la ideología de un vasto grupo social durante décadas.
El doctor Sanguinetti afirma que “no hemos heredado de ese pueblo primitivo ni una palabra de su precario idioma […], ni aun un recuerdo benévolo de nuestros mayores, españoles, criollos, jesuitas o militares, que invariablemente les describieron como sus enemigos, en un choque que duró más de dos siglos y les enfrentó a la sociedad hispano-criolla que sacrificadamente intentaba asentar familias y modos de producción, para incorporarse a la civilización occidental a la que pertenecemos”.
La habilidad literaria y filosófica de Sanguinetti radica en reunir tres o cuatro ideas en una sola frase: (1) No hemos heredado casi nada de ese pueblo salvaje. Porque los matamos a casi todos en nombre de la civilización; (2) Perú o Guatemala no pertenecen a la civilización occidental porque en su mayoría su población lleva sangre indígena. Ni que hablar de Japón, que lamentablemente no ha podido integrarse a la cultura occidental por el problema de su raza y sus costumbres; (3) A pesar de que los matamos a todos y no heredamos nada de ellos, ni una sola palabra, de cualquier forma sabemos que su idioma era precario. Los charrúas no sabían decir “Hegel” ni “weltanschauung” ni “iPod” ni “ley de obediencia debida”. No sabían conjugar sus propios verbos y cuando hacían el amor proferían quejidos sin pluscuamperfectos. Como los quechuas, debían tener sólo tres fonemas vocálicos, dato por el que se demuestra la inferioridad del español ante el inglés, idioma de la civilización, como decía otro insigne educador, Domingo Faustino Sarmiento. Ni que hablar de los escandinavos, quienes van a la punta de la civilización con el uso de nueve vocales; (4) De los charrúas no conservamos “ni un recuerdo benévolo de nuestros mayores españoles, criollos, jesuitas o militares, que invariablemente les describieron como sus enemigos”. Si quienes colonizaron, expropiaron y asesinaron a los primitivos no conservan ningún recuerdo positivo de ellos, ergo los primitivos eran malos y no dejaron ni un recuerdo rescatable. Salvo la tierra y el honor que las víctimas en cada guerra siempre confieren al vencedor; (5) Durante dos siglos, los charrúas se enfrentaron con “la sociedad hispano-criolla que sacrificadamente intentaba asentar familias y modos de producción, para incorporarse a la civilización occidental a la que pertenecemos”. Sacrificadamente expoliamos a los primitivos, de eso no hay dudas. No fue fácil. No se dejaban.
El autor, para demostrar que es capaz de ver algo bueno en un pueblo primitivo elogia a los guaraníes: “la etnia guaraní misionera, esa sí fundamental en la construcción de nuestra sociedad, desde las murallas montevideanas, por ella levantadas, hasta la formación de nuestro ejército”. Es decir, los guaraníes (corregidos) contribuyeron a la construcción de las murallas y los ejércitos de los colonizadores que se asentaron en la franja de tierras charrúas. Aunque el número de estos esclavos que colaboraron en la empresa era ínfimo en relación al pueblo que se extendía desde Paraguay hasta Uruguay, conviene identificarlos con todo el pueblo. Esos salvajes sí eran buenos porque colaboraron “en la construcción de nuestra sociedad”, trabajaron en las murallas y se hicieron matar por los nobles colonos blancos.