Postmodernismo y metaficción historiográfica. (2ª ed.). Santiago Juan Navarro
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En los apartados cinco, seis y siete se subrayan las dificultades de toda periodización. Para Hassan un periodo debe ser contemplado “tanto en sus continuidades como en sus discontinuidades” (1982: 264). El postmodernismo, en particular, conlleva una “doble visión” en la que se conjugan impulsos apolíneos y dionisíacos: la igualdad y la diferencia, la unidad y la ruptura, la filiación y la revuelta. Como cualquier periodo, el postmodernismo es una construcción sincrónico-diacrónica que requiere definición histórica y teórica. Las fechas inaugurales son, pues, arbitrarias y sería posible descubrir antecedentes del postmodernismo en autores tan dispares como Sterne, Sade, Blake o Rimbaud. Hassan apuesta por una visión dialéctica y plural que contemple equitativamente continuidades y discontinuidades, diacronías y sincronías y en la que los rasgos definitorios no sean excluyentes. Los dos últimos problemas conceptuales discutidos por Hassan (nueve y diez) insisten en la necesidad de considerar el postmodernismo no solo como un fenómeno artístico, sino también como un fenómeno social. Se advierte, asimismo, sobre el peligro de convertir algo concebido originalmente como una descripción, en una actitud evaluativa o en categoría normativa del pensamiento literario, lo que llevaría a valorar a unos autores por encima de otros, en función de su adscripción a determinada corriente artística.
En la parte sin duda más conocida de su ensayo, Hassan ofrece una tabla de treinta y cinco diferencias esquemáticas que distancian al postmodernismo del modernismo. En todo momento, Hassan intenta escapar de la acusación de rigidez taxonómica reivindicando una visión dialéctica y plural. Las formas modernistas coexisten en la actualidad con las propiamente postmodernas, y algunos elementos de ambas podrían entreverse en manifestaciones artísticas anteriores. La historia es contemplada por Hassan como un palimpsesto en el que se entremezclan las formas culturales del pasado, presente y futuro (1980). Partiendo de disciplinas tan distintas como la teoría literaria, la antropología, el psicoanálisis o las ciencias políticas, entre otras, su finalidad es establecer una teoría de la “indetermanencia”. Con semejante neologismo Hassan se refiere a los dos elementos teóricos que constituirían la episteme del postmodernismo: la indeterminación y la inmanencia.
La indeterminación responde a la voluntad de deshacer que, como hemos señalado, caracteriza al discurso postmodernista, según Hassan. La ambigüedad, la heterodoxia, la discontinuidad y el pluralismo se manifestarían en una inclinación manifiestamente deconstruccionista: desintegración, descentramiento, diferencia, desplazamiento, discontinuidad, demistificación, destotalización, son tan solo algunos de los recursos deconstructivos que ofrece Hassan. En la literatura, esta tendencia se manifestaría en un cuestionamiento de los conceptos canonizados por el mundo académico: tanto de nuestras ideas del autor, libro y lectores, como del género, la crítica literaria o la propia literatura. Hassan menciona los casos de Roland Barthes, Wolfgang Iser, Paul de Man y Geoffrey Hartman para apoyar su valorización de la indeterminación como un componente indispensable en el acto de la creación y la comunicación literarias.
Por lo que se refiere a la inmanencia, Hassan la define como la creciente capacidad de la mente para generalizarse mediante símbolos, intervenir en la naturaleza, y actuar sobre sí misma, a través de sus propias abstracciones, para acabar convirtiéndose en su propio ambiente (1982: 270). Esta tendencia intelectualizante se manifiesta en conceptos como difusión, diseminación, pulsión, comunicación e interdependencia. Detrás de las diferentes manifestaciones de una postmodernidad fluctuante (como revelan la historia, la ciencia, la cibernética y las tecnologías) encontramos la inmanencia del lenguaje (1982: 270). Como precisará posteriormente, los lenguajes constituyen el ejemplo paradigmático de esta dinámica de la inmanencia, pues “reconstituyen el universo en signos de su propia creación, transformando la naturaleza y la cultura en un sistema semiótico inmanente” (1986: 122).
Hassan concluye su ensayo subrayando las paradojas últimas que encierra el postmodernismo: a pesar de su preferencia manifiesta por lo abierto, lúdico, optativo, provisional, disyuntivo o indeterminado, el postmodernismo se inclina por los procedimientos penetrantes, las interacciones ubicuas, los códigos inmanentes, los medios de comunicación, los lenguajes. De acuerdo con este crítico, la humanidad atraviesa un periodo de globalización, al mismo tiempo que se desintegra en sectas, tribus, y facciones de todo tipo (1982: 271).
Como era de esperar, muchos han criticado los prejuicios jerárquicos que subyacen al conjunto de características contrastivas propuesto por Hassan. En su esquema tantas veces citado el modernismo aparece asociado con principios autoritarios, mientras el postmodernismo se convierte en una especia de utopía libertaria gobernada por el poder ilimitado de la imaginación. Resulta irónico, sin embargo, que, para poder comunicar su mensaje anárquico, Hassan se valga de una nomenclatura binaria que implica una forma profundamente jerárquica de ver la realidad. Como bien ha señalado Steven Connor, “[i]nterestingly, one term that we might have expected to turn up in Hassan´s sinister column of dishonor is ‘binarism’: the fixation upon strict and homogeneous contrasts. Hassan here has to rely upon this binary logic to promote the very thing that appears to stand against binary logic, the ideas of dispersal, displacement and difference” (1989: 112).
Brian McHale: ontologías en tensión
Como Hassan, McHale parte del presupuesto de que el postmodernismo es una construcción discursiva y no una categoría de valor empírico. A diferencia de otros teóricos del postmodernismo preocupados en diversas disciplinas como la arquitectura, la fotografía, el cine o la cultura de masas, McHale centra su análisis en la llamada narrativa postmodernista. Bajo esta etiqueta, discute movimientos literarios tan diversos como la metaficción norteamericana, el realismo mágico latinoamericano, el nouveau roman, y algunas de las formas más recientes de la ciencia ficción y la prosa concreta. Para McHale el paso del modernismo al postmodernismo se caracteriza por un cambio en la “dominante”. El concepto de la “dominante” lo toma de Tyniánov y Jakobson, quienes lo definen como el componente central de una obra que gobierna, determina y transforma a los demás. La evolución poética se produce por un cambio en esta jerarquía. Adelantando posibles objeciones al carácter determinista o monolítico de tal modelo, McHale advierte que el concepto de Jakobson es, en realidad, plural. Hay muchas dominantes dentro del arte en general, dentro de la historia cultural, e incluso dentro de un mismo texto (dependiendo de qué aspecto del mismo estemos analizando). Para McHale describir el cambio en la dominante es, en efecto, describir el cambio histórico-literario.
Si el modernismo se caracteriza por una dominante de tipo epistemológico, el postmodernismo se origina en base a preocupaciones de carácter ontológico. En lugar de los problemas del conocimiento y la interpretación, los cuales sirven de inspiración a los autores modernistas, los postmodernistas se muestran más interesados en reflexionar sobre la naturaleza de lo literario y su relación con la realidad. Tales preocupaciones se articulan a tres niveles: 1) ontología de la realidad (¿qué mundo es este? ¿cómo está estructurado? ¿qué podemos hacer en él?); 2) ontología de la obra literaria (¿qué es una obra literaria? ¿cómo está estructurado el mundo proyectado por la obra?); y muy especialmente, 3) la confrontación de ambas (¿qué ocurre cuando mundos diferentes–la llamada “realidad empírica” y la realidad de la obra literaria–son enfrentados o cuando se violan sus marcos estructurales? ¿cuál es el modo de existencia de un texto en el mundo?).
Este cambio en la dominante es ejemplificado por McHale mediante la obra de autores que a lo largo de su carrera literaria recorren el espacio entre las preocupaciones epistemológicas del modernismo y las motivaciones ontológicas del postmodernismo. Autores como Samuel Beckett, Alain Robbe-Grillet, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Vladimir Nabokov, Robert Coover y Thomas Pynchon le sirven a McHale para ilustrar este cambio en la dominante, como se desprende de una comparación entre sus obras tempranas y su obra ulterior. McHale subscribe Molloy de Beckett, La jalousie de Robbe-Grillet, La muerte de Artemio Cruz de Fuentes, Rayuela de Cortázar, Pale Fire de Nabokov, The Origins of Brunists de Coover y V. de Pynchon a un perspectivismo modernista estilizado