Prietas las filas. José Ignacio Cruz Orozco
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En el siguiente capítulo se tratan los mecanismos de actuación más relevantes que se emplearon para llevar a cabo sus objetivos. Entre otros, se estudian aspectos de índole más interna, como el modelo de encuadramiento o el papel que jugaron los denominados mandos menores. Pero sin olvidar otros más vinculados a la acción externa, como los cursos de formación, los campamentos o las denominadas campañas de agitación. Al respecto, también se dedica un espacio a los problemas que surgieron en diversos momentos debido al incumplimiento de las normas dictadas. Mi intención ha sido mostrar, no solo los planteamientos oficiales, sino la realidad más cotidiana, para añadir matices y profundidad al estudio.
El cuarto y último capítulo está dedicado a la descripción y al análisis del proceso que llevó a la disolución de las Falanges Juveniles de Franco y su sustitución por la Organización Juvenil Española. Si en los capítulos anteriores las fuentes de documentación en las que me he basado han tenido que ser en parte forzosamente secundarias, en este caso he podido trabajar con fuentes primarias de la mayor solvencia. Me refiero a las actas de las reuniones de los máximos dirigentes de la organización en las que se trataron muy ampliamente los problemas que atenazaban a las Falanges Juveniles de Franco y sus posibles soluciones. Entre otros materiales he podido contar con la transcripción literal de la grabación de algunas reuniones que duraron bastantes horas, en las que los asistentes hablaron con mucha claridad y que contaron con la presencia del ministro secretario general del Movimiento.
La intención que ha guiado en todo momento la realización de este trabajo ha sido elaborar un relato lo más contrastado posible y basado en una amplia y sólida documentación. Un relato, en suma, que aporte análisis y explicaciones, pero que no excluya en modo alguno el diálogo con otras posibles interpretaciones.
1 J. I. Cruz: El yunque azul. Frente de Juventudes y sistema educativo. Razones de un fracaso, Madrid, Alianza, 2004.
2 A. Alcoba: Auge y ocaso de El Frente de Juventudes, Madrid, ed. San Martín, 2002, p. 17.
3 Ibíd., p. 11.
LA GUARDIA DEL MAÑANA
Somos flechas, la guardia del mañana
que en los luceros su puesto tienen ya.
Los camaradas caídos nos esperan
y el santo y seña Falange nos lo da.
Estrofa de la canción «La guardia del mañana»
Del cancionero de las Falanges Juveniles de Franco
Pese a lo que pudiera parecer por la responsabilidad que asumieron durante todo el franquismo, la atención a la juventud no fue uno de los objetivos de la primitiva Falange Española en los años previos a la Guerra Civil. Incluso puede afirmarse sin temor a cometer ninguna apreciación errónea, que no preocupó, ni poco ni mucho, a sus dirigentes y militantes. Desde su fundación en 1933, y durante toda la II República, la Falange fue un partido con escasos afiliados, cuyas principales actividades se centraron en las iniciativas de proselitismo, las tareas de propaganda y los actos de defensa y ataque frente a los grupos de izquierda que intentaban impedir por todos los medios la consolidación de núcleos de ideología fascista. En ese periodo de la historia falangista protagonizado por los «camisas viejas», no se conoce ninguna iniciativa específica hacia los niños o los jóvenes como tales. Con posterioridad, una vez finalizada la Guerra, existió la tentación de crear una cierta leyenda en torno a la figura del «flecha» Jesús Hernández Rodríguez, estudiante de bachillerato muerto por un disparo el 27 de marzo de 1934 en un enfrentamiento con militantes socialistas, cuando contaba quince años de edad. Pero como demostró en su momento Sáez, Jesús Hernández no era un flecha en el sentido estricto del término –de hecho, en 1934 ni siquiera existía tal categoría en la organización, ni en el vocabulario, ni en el imaginario falangista– sino un militante de la Falange, muy joven, pero militante con todas las consecuencias, que acompañaba a otros falangistas en una de las acciones de propaganda y castigo tan característica de aquellos días.1
FALANGE Y LOS JÓVENES
Por tanto, la creación y consolidación de intervenciones específicas destinadas a la juventud no surgieron en las filas falangistas durante los años de la II República, sino en plena Guerra Civil. Se trató de un elemento sustancial de la política de juventud, que se fue gestando casi al mismo tiempo que el propio franquismo iba dando sus primeros pasos como régimen político. Esta fue plasmándose en cuanto el conglomerado de fuerzas –políticas, sociales, militares, religiosas, etc.– que habían apoyado la sublevación contra la República, se vieron forzadas a dotarse de una estructura político-administrativa para hacer frente a las necesidades que a medio y largo plazo planteaba la prolongación de la Guerra y la consiguiente necesidad de organizar un «nuevo estado» opuesto al republicano. Desde la perspectiva cronológica, puede considerarse un primer punto de partida el proceso de unificación llevado a cabo en abril de 1937, el cual situó a la Falange en un lugar privilegiado de la estructura política del régimen. En tal momento, y no antes –aunque pudieran existir iniciativas previas de ámbito local o regional–, es cuando algunos responsables falangistas comenzaron a plantearse con cierta intensidad lo que significaba organizar una plataforma amplia de encuadramiento infantil y juvenil con implantación en todo el territorio sublevado, y empezaron a preocuparse por dotarla de los mecanismos de todo tipo que una organización de tal envergadura precisaba.2
Curiosamente, si Falange llegó al proceso de unificación política del 1937 sin casi experiencia en el terreno de las iniciativas específicamente juveniles, no sucedió lo mismo con otros grupos y partidos afectados por tal medida. Así, por ejemplo, la Comunión Tradicionalista contaba desde antiguo con un sistema integral de encuadramiento, en el cual la infancia y la juventud tenían su propio espacio. Si los hombres del carlismo constituían los requetés y las mujeres se organizaban como «margaritas», los niños y jóvenes, a su vez, formaban unidades de «pelayos». Como tales, contaban con uniformes, himnos, programa de actividades, e incluso con alguna publicación periódica especialmente destinada a ellos. Elementos todos ellos que conformaban un espacio específico dentro de la estructura organizativa, las redes de socialización y el universo simbólico del carlismo.3
Además de la organización infantil tradicionalista, la Confederación Española de las Derechas Autónomas (CEDA), otra de las organizaciones políticas con fuerte implantación en los años de la República y una cierta continuidad en el franquismo, también tuvo estrechos vínculos con otra organización juvenil. Me estoy refiriendo a los Scouts Hispanos, asociación de orientación católica creada en 1934 en Madrid por el sacerdote Jesús Martínez y que llegó a contar con seguidores en otras ciudades.4 Así mismo, la CEDA contaba en su estructura de partido con su propia organización juvenil, las Juventudes de Acción Popular (JAP), e incluso con unas secciones infantiles constituidas por niños a los que se denominaba «rayos».
Independientemente de esas consideraciones en relación con las organizaciones juveniles existentes entre las fuerzas que apoyaron la sublevación, el hecho que resulta de mayor relevancia es que, dentro del peculiar reparto de las diversas parcelas político-administrativas del naciente estado franquista, la política juvenil recayó en manos falangistas. Y estos acometieron la tarea bastante ayunos de experiencias sobre todo lo que significaba el universo juvenil. Lo que, en mi opinión, no ha sido suficientemente subrayado,