Prietas las filas. José Ignacio Cruz Orozco
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A LA BÚSQUEDA DE UN MODELO
Como ya se ha indicado en páginas precedentes, la política de juventud del régimen franquista adquirió una dimensión mucho más amplia, integrándose por primera vez en nuestra historia en la acción política de gobierno y generando su correspondiente estructura administrativa, a partir del Decreto de Unificación promulgado en 1937. Lógicamente, dentro del contexto bélico, esa parcela específica no fue considerada prioritaria y su desarrollo tardó en concretarse. De todos modos, se le otorgó cierta importancia ya que algunos de sus planteamientos fueron objeto de estudio detallado por parte de la incipiente estructura político-administrativa que rodeaba a Franco, con algunos de sus máximos responsables a la cabeza.
En febrero de 1938, casi un año después de la unificación y su promulgación, se celebró en Salamanca el primer Congreso de Mandos de Juventudes, en el curso del cual se puso en pie la estructura normativa y organizativa de la Organización Juvenil del partido único. La meta de la reunión consistió en coordinar las realidades existentes en distintos lugares, intentar definir una cierta doctrina e implantar algunas normas de actuación comunes. El propio nombre que recibió en esos primeros momentos la entidad que se responsabilizó de toda esa problemática, Delegación Nacional de la Organización Juvenil –aunque también se empleara con profusión la denominación de Organizaciones Juveniles, incluso en documentos oficiales– indica con claridad su vinculación con la estructura política del franquismo y el gran interés de este por la socialización política de las nuevas generaciones.
Posteriormente, ya finalizada la Guerra, concretamente el 6 de diciembre de 1940, se promulgó la Ley Fundacional del Frente de Juventudes. Esa norma debe ser considerada como un verdadero hito definitorio y supuso el auténtico lanzamiento de la política juvenil. Su finalidad no fue otra que poner en marcha mecanismos más sólidos y plataformas bastante más amplias que las empleadas hasta ese momento, para conseguir la meta de socializar con la mayor eficacia posible a la juventud española en los ideales políticos del nuevo régimen. En cierta medida, se trataba de una evolución lógica. Finalizada la Guerra, se pretendía superar el periodo anterior caracterizado principalmente por la provisionalidad, en la cual todos los esfuerzos habían estado supeditados al esfuerzo bélico.
Pero tampoco debe perderse de vista que, desde un contexto más general, el Frente de Juventudes surgió en unas coordenadas muy precisas de la historia política del franquismo, formando parte de un conjunto de iniciativas de más amplio calado, las cuales perseguían metas muy bien definidas. Según diversos especialistas, la creación del Frente de Juventudes fue uno de los elementos destacados de la ofensiva emprendida en aquellas fechas por amplios sectores falangistas encabezados por Serrano Suñer, para aumentar su influencia social, ocupar un espacio mayor en las tareas de gobierno y orientar la política de este y de la organización del Estado hacia los postulados nacionalsindicalistas.10
La ley encajaba perfectamente en el proyecto totalitario que dichos grupos estaban impulsando y, como no podía ser menos, situaba bajo su radio de acción a toda la juventud española. El preámbulo de la ley resulta especialmente clarificador. En él se puede leer lo siguiente: «Al Frente de Juventudes corresponden dos tareas: la primera en estimación e importancia, consiste en la formación de sus afiliados para militantes del Partido; en segundo lugar, le compete irradiar la acción necesaria para que todos los jóvenes de España sean iniciados en las consignas políticas del Movimiento.» Para cubrir metas tan ambiciosas, la propia ley señalaba en el artículo 8.º que las funciones del Frente de Juventudes con «toda la juventud no afiliada» –lo que en la terminología interna se llamaría a partir de ese momento los «encuadrados»– serían, entre otras, la iniciación política y la educación física. Y «para sus afiliados», llamados a convertirse en los futuros militantes del partido, el artículo 7 señalaba, entre otros, los siguientes objetivos: «la educación política en el espíritu y la doctrina de Falange Española Tradicionalista y de las JONS, la educación física y deportiva» y la «educación premilitar».11
Interesa destacar esta última faceta. Ya que, además de ocuparse de la iniciación en la socialización política, el Frente de Juventudes, siguiendo los pasos que ya había marcado la anterior Organización Juvenil, tuvo como objetivo fundamental –«tarea primera en estimación e importancia» indicaba textualmente la exposición de motivos de la ley– la formación de los militantes juveniles de la Falange Española Tradicionalista y de las JONS. Y para llevar a cabo esa tarea, el Frente de Juventudes creó una entidad específica, que durante sus primeros meses de existencia se denominó Falanges de Voluntarios. Esa estructura recogía la experiencia previa de la Organización Juvenil a la que aplicaba ciertos retoques. Desde los primeros días de 1942 comenzaron a dictarse normas para organizar el encuadramiento y las actividades que debía llevar a cabo. En septiembre de ese mismo año la organización adquirió perfiles más definidos cuando pasó a llamarse Falanges Juveniles de Franco. Con ese nombre se conoció a partir de tal fecha la entidad que durante casi dos décadas desempeñó la función de organización juvenil del partido, dentro de la peculiar estructura que fue la Falange Española Tradicionalista y de las JONS.
LA HITLERJUGEND
Dentro del contexto descrito, a la hora de poner en marcha la política de juventud que el nuevo estado demandaba, y dada la carencia de toda experiencia previa, los dirigentes falangistas no tuvieron más remedio que dirigir su mirada hacia los modelos existentes en las naciones amigas. Los principales aliados del régimen franquista a principios de la década de 1940 eran Alemania e Italia, los países del Eje con los que España mantenía fluidos intercambios políticos y económicos. Además, como indican todos los especialistas, en esos momentos los sectores falangistas aglutinados en torno a Serrano Suñer pugnaban con gran tesón por imponer su modelo político, en el cual la Alemania nazi, en unas fechas en que sus ejércitos dominaban Europa, ocupaba el lugar preferente. «Querían un Estado totalitario como el alemán, con un partido totalitario como el alemán, la propia Falange, encaramado en el poder», indica con claridad uno de estos investigadores.12 Alemania era la referencia destacada en todos los ámbitos y también en el de la política de juventud.
En cierta medida, los contactos habían comenzado tiempo atrás. Ya durante la guerra se había llevado a cabo un programa relativamente amplio de intercambio de visitas. Mandos y miembros de la Organización Juvenil habían viajado a Alemania e Italia y militantes de las organizaciones juveniles fascista y nacionalsocialista –la Opera Nazionale Balilla y la Hitlerjugend, respectivamente– habían correspondido con estancias en España. Los jóvenes pasaban unos días confraternizando con los miembros de la organización «hermana», visitaban algunas de sus instalaciones y eran recibidos por las autoridades del país anfitrión. Los mandos que les acompañaban analizaban todo con interés y luego, de vuelta a su lugar de origen –sobre todo los españoles, que eran los que tenían una mayor carencia–, trataban de aplicar lo que habían visto, en la medida de sus posibilidades.
Tales visitas se incrementaron al inicio de la década de los 40 y llegaron a tener cierta trascendencia que, aunque complicada de aquilatar, no conviene minusvalorar. Un buen ejemplo lo encontramos en la que realizó en otoño de 1943 un grupo de las juventudes hitlerianas a Barcelona. Un relato de aquellas fechas recuperado recientemente señala que el 8 de noviembre llegó a la capital catalana una representación