Delitos Esotéricos. Stefano Vignaroli
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En agosto se llegó a la conclusión del proceso, con la condena a muerte para Artemisia y las otras cuatro mujeres más unidas a ella: Emanuela Giauni, llamada Emanuela La Capricciosa, Viola y Alessandra Stella y Teresa Borelli, llamada Teresa Il Maschiaccio, por su costumbre de llevar los cabellos cortos, vestir ropas masculinas y yacer con otras mujeres. Cuando ya parecía que la ejecución de la condena de las cinco mujeres, por ahorcamiento e incineración de los restos, era inminente, intervino el Padre Inquisidor de Genova, pidiendo que fuese respetado su cargo, que hasta aquel momento había sido excluido del proceso. Le correspondía a él, de hecho, como representante de la Inquisición de Roma, juzgar los crímenes de las brujas. De esta manera las cinco condenadas fueron transportadas a Imperia y desde allí, a bordo de una nave, hasta Genova, donde fueron recluidas en las cárceles del gobierno, dado que la Inquisición no tenía suficiente sitio, yendo a hacer compañía a otras presuntas brujas de otros pueblos de la zona. Todo parecía ir sobre ruedas, dado que el Doge había prometido que haría lo posible por salvar sus vidas, ahora que estaban bajo su protección. Las mantendría en la cárcel durante un periodo, luego, cuando la población se hubiese olvidado de ellas, las liberaría, con el acuerdo de no volver a sus pueblos de origen. Pero el maligno, bajo los despojos mortales del Podestà y del jefe del Consiglio degli Anziani de Triora, metieron la pata. No fue difícil para los matones a sueldo de los dos ilustres personajes corromper a los carceleros con unas pocas monedas de plata, sustituir a las cinco brujas con otros tantos cadáveres de unas pobres mujeres, muertas por enfermedad o por las dificultades debidas a la carestía que ahora se había desencadenado entre los montes de la alta Valle Argentina, y devolver las cinco brujas a Triora para una ejemplar ejecución pública.
Atada al palo, Artemisia recorría con la mente las principales etapas de su vida, a partir de su iniciación, cuando, con poco más de trece años, fue colocada en el centro del círculo mágico, creado por su madre, su abuela y otras adeptas de la secta, en los alrededores de la Fonte della Noce, una fuente situada bajo un gran nogal.
Ya entonces había percibido la fuerte presencia del Maligno, una fuerza negativa en el exterior del círculo, que quería sus víctimas para asimilar los poderes y convertir en incomparable su malvado poder. Las enseñanzas trasmitidas de la madre y de la abuela, la adquisición de poderes como la videncia y del uso del tacto y de la vista para percibir y curar los males del cuerpo y del alma, siempre habían sido utilizados por ella para el bien. Había aprendido los poderes curativos de las hierbas, que quitaban el dolor, que ayudaban a las mujeres parturientas durante el parto. Había aprendido a usar, en la justa medida, esporas de hongos venenosos, para aplicar en heridas infectadas para hacer salir las secreciones purulentas. Había aprendido a fabricar talismanes, a recitar fórmulas mágicas rituales, a realizar encantamientos de invisibilidad. Pero nunca usó sus poderes con fines malvados, jamás. Y sin embargo, al final, había sido tildada de bruja y, junto con sus cuatro compañeras de más confianza, Emanuela, Viola, Alessandra y Teresa, había sido encarcelada y torturada con la cuerda, el fuego y el agua. Al comienzo del verano de 1588 fue a su celda el Podestà, Stefano Carrega, que era aquel que había comenzado la caza de brujas y, en ese momento, Artemisia comprendió que era él quien representaba el mal, la gran amenaza que se cernía sobre ella y sus amigas. Ya debilitada por las torturas, fue desnudada y atada de pies y manos a dos palos de madera dispuestos en forma de cruz de San Andrés, de manera que tenía brazos y piernas separadas. Los carceleros le rasuraron los pelos de la zona genital, luego la dejaron sola con el Podestà que se le acercó levantando la túnica y mostrando un gran miembro ya en erección. No había ninguna posibilidad para Artemisia, atada como estaba, de eludir la violencia sexual, pero era consciente que debía ser fuerte en aquella situación, que debía ceder al placer, en caso contrario, por medio del acto sexual el hombre le sustraería todos sus poderes y conocimientos, asumiéndolos. Salió victoriosa. Mientras sentía el calor eyaculado penetrar en sus vísceras, dispuso su mente para estar lo más lejos posible de allí, para que vagase por los bosques que amaba, y a su cuerpo a no sentir ni un temblor, ni un estremecimiento. El Podestá, al no conseguir alcanzar sus fines, se puso furibundo.
―¡Peor para ti, bruja! Morirás en la hoguera, tú y tus compañeras, y la fuerza de las llamas me transferirá vuestros poderes.
El hecho de haber vencido aquella batalla le había dado un atisbo de esperanza y cuando, a pesar de la condena de los inquisidores, ella y sus cuatro compañeras fueron transferidas a Genova, creyó que el peligro se había alejado. Es cierto, después de la relación con el Podestà no le había venido la menstruación. Era evidente que llevaba en el vientre un hijo, o mejor, como podía percibir, una hija. Rechazaba que fuese hija del maligno. De todos modos la iniciaría en las prácticas mágicas y esotéricas, justo como habían hecho con ella su madre y su abuela, es más, sentía dentro de su corazón que aquella hija tendría poderes sobrenaturales realmente fuertes, capaces de contrastar cualquier poder maligno y llevar hacia el bien a su estirpe. Pero, después de unos meses, el maligno había vuelto a actuar, se había aliado con el Consiglio degli Anziani y había enviado a Genova a unos hombres encapuchados para devolverlas a ella y a sus cuatro compañeras a Triora, donde serían ajusticiadas. En el mes de marzo, Artemisia estaba casi al final del embarazo. Cuando llegó a Triora, el jefe del Consigli degli Anziani, Giulio Scribani, quiso cerciorarse personalmente de su estado, ya que no podía permitir que, junto a la bruja, fuese quemada en la hoguera una criatura inocente. Artemisia usó todos sus poderes para penetrar en la mente del anciano, en el que inculcó el concepto de que ella sería sacrificada en la hoguera, con tal de que su sacrificio sirviese para salvar a su hija y a sus compañeras. El Podestà había hecho preparar las cinco hogueras y ya estaba deleitándose con el espectáculo de aquella noche, en la que, debido a una rara conjunción astral, en ese día del equinoccio de primavera, día de plenilunio, tendría lugar un eclipse total de Luna. Pero Giulio impuso su voluntad.
―No quiero asistir a una bárbara matanza. He enviado una comadrona a Artemisia, conoce los métodos para conseguir un parto anticipado. El recién nacido será confiado a una matrona. Sólo Artemisia, que es la más poderosa de las brujas, será quemada. Las otras, atadas a sus palos, asistirán a su ejecución, luego serán marcadas de manera tal que quien se tope con ellas las reconozca como brujas y las evite. Cada una de ellas tiene ya un extraño tatuaje sobre la pierna derecha, en la parte interna de la pantorrilla. Están diseñados tres tomos, que representan los libros que han estudiado para convertirse en adeptas de su secta. ¡Haremos completar el tatuaje con unas llamas que envuelvan los libros y el mismo tatuaje se hará a cada primogénita descendiente de las brujas!
El Podestà lanzaba chispas de odio hacia el anciano pero no podía contradecirle. Por lo menos podría asumir la parte de los poderes de Artemisia. Pero ésta, atada al palo, a la espera de que las llamas encendiesen su montón de leña, permanecía concentrada y formaba una barrera protectora frente a sus amigas, que estaban en contacto telepático con ella. La posición en semicírculo de los otros patíbulos detrás del suyo favorecía la protección. De esta manera, cuando de la multitud de espectadores se elevaron los grito ¡No las escatiméis, quemadlas a todas!, y un hombre, con una antorcha encendida en la mano, consiguió saltar la barrera de los guardias y acercar la llama a la hoguera de Teresa, dos soldados lo cogieron por los brazos y lo devolvieron