Roja esfera ardiente. Peter Linebaugh
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Dios nos asista, aquí, señor Smith, aquí, en lo que usted llama «Shoddy Hall». ¿No conoce lo «común»? Por Dios, yo pensé que cualquier niño de Riding conocía lo «común». A derecha e izquierda, hasta la bastilla y el cuartel, era todo comunal. Y todo paisano de Devil’s Dust tenía una vaca, o un burro o un caballo en el común, y jugaban al críquet, y hacían carreras, y peleas, y todo tipo de juegos en el verano. Ay, Dios bendiga mis viejos huesos, recuerdo cuando muchachos y zagalas se «saltaban» el trabajo por la tarde y se reunían en la plaza del mercado para correr por el común[8].
Shoddy Hall es donde vive Smith. Los cuarteles se construyeron en tiempos de Despard, como cercamientos para impedir la conexión entre la soldadesca y la población. La «bastilla» era un término coloquial referente a cualquier prisión o asilo para pobres. Despard estuvo de hecho encarcelado en la primera cárcel que portó ese nombre revolucionario. Shoddy [de pacotilla, de mala calidad] hace referencia al deterioro del nivel de vida provocado por la mecanización y por el consecuente cercamiento de las artesanías. El nombre de la aldea, Devil’s Dust, Polvo del Diablo, hace referencia al polvo provocado por el hilado mecánico, causante de la bisinosis. O’Connor está escribiendo una alegoría. Lo común está ahora señalizado: «Cuidado con los perros» o «Atención, trampas para hombres y armas con resorte» o «Cualquiera que invada esta propiedad será perseguido por la ley». El deporte o el juego se oponen ahora firmemente a los nuevos tipos de explotación; los muchachos y las zagalas se «saltaban» el trabajo para jugar en lo común, que era también un espacio de subsistencia.
Robin camina hacia la hacienda del señor Smith, Shoddy Hall: «Llevo ya una veintena años sin llegar a lo “común”». Eso situaría la escena en 1803, el año en el que murió Despard. «Ay, es más. Veamos», continúa Robin, «fue un tiempo en el que los ricos amedrentaron a los pobres hasta enloquecerlos con el “que viene” y “que vienen”». «¿Quiénes vienen?», pregunta Smith, olvidando que en 1803, concluida la Paz de Amiens, se retomó la guerra contra Bonaparte.
¡Por favor, Dios nos asista! ¿No lo sabe usted? Pues Boni y los franceses, sin duda. Bien, ese tiempo en el que los ricos asustaron a los pobres y les robaron toda la tierra. Por Dios, como si los tuvieran fascinados, y la gente esperaba que se la comieran a cada minuto, pero dejaron a los nobles y hacendados tomar la tierra, pero por Dios, no la van a devolver. Entonces todo era común, señor Smith. Común para el pobre con polvo del Diablo, para mantener una vaca; pero por Dios, Hacendado Jugador representó entonces la Carrera, y Billy Minero fue obligado a contenerse, y Hacendado era un buen tramposo, y dice la gente, que cuando el ministro le pidió el voto a Hacendado, Hacendado le pidió al ministro los «bienes comunales»; y por Dios, sin duda, el ministro obtuvo su voto, y Hacendado se hizo con lo común, y la vaca del pobre se quedó en el camino, y el pobre consiguió un hatillo. Pero por desgracia, Mr. Smith, tardaría mucho en contarle todo acerca de las peleas y las revueltas por el cercamiento de lo común. ¡Ay, pobre de mí! muchos hombres honrados fueron colgados y deportados por el viejo común[9].
No es en absoluto una explicación mítica, sino sorprendentemente precisa. No fueron la sangre y el fuego sino las argucias legislativas y los engaños de la clase dominante los que causaron la pérdida de lo común. O’Connor y Goldsmith nos dejaron resúmenes alegóricos y poéticos de los cercamientos. Es significativo que ambos fueran voces irlandesas.
La expresión «economía moral» deriva de Bronterre O’Brien, el irlandés que lideró a los cartistas ingleses:
La verdadera economía política es como la verdadera economía doméstica; no consiste exclusivamente en esclavizar y ahorrar; hay una economía moral, además de política […] Estos charlatanes harían zozobrar los afectos, a cambio de la producción y la acumulación incesantes. […] Es de hecho la economía moral la que siempre mantienen oculta. Cuando hablan de la tendencia de las grandes masas de capital, y de la división del trabajo, a aumentar la producción y abaratar las mercancías, no nos hablan del ser humano inferior que una ocupación única y fija no puede sino producir[10].
La formación de la clase obrera en Inglaterra olvidó en gran medida a los obreros irlandeses, ya fuese en Inglaterra, en Irlanda, o en el medio (buques), de modo que es notable que dos de las ideas significativas para los argumentos de Thompson –una negativamente (lo común) y la otra positivamente (la economía moral)– le llegaran de irlandeses, Feargus O’Connor y Bronterre O’Brien. El hecho es que ambos fueron importantes organizadores, periodistas y oradores de la clase obrera y el movimiento sindical en Inglaterra durante el segundo cuarto del siglo XIX. De hecho, fueron líderes del movimiento obrero revolucionario del cartismo.
Él lo denomina «economía moral». La revuelta por los alimentos estaba legitimada «por la suposición de una economía moral más antigua», que enseñaba que era injusto beneficiarse de las necesidades de la gente. «Estas acciones populares estaban legitimadas por la vieja economía moral paternalista» ¿Por qué se fijó en la «costumbre» y no en «lo común»?
Los ludistas formaron parte de la lucha contra la fuerza centrípeta del capitalismo, la tendencia de este a intensificar la explotación. Los haitianos supusieron la parte más fuerte de la lucha contra la fuerza centrífuga del capitalismo, con su tendencia a extender la expropiación. Cuando E. P. Thompson escribió que los años bajo la superficie fueron «de una riqueza que solo podemos intuir», debemos añadir a dicha riqueza no solo experiencias de vida comunitaria como las de «las cumbres borrascosas» de Yorkshire o el campo ludista, sino también las de las «montañas atlánticas» de William Blake, que tan bien conocían Edward y Catherine Despard. Los hábitos estadialistas de la mente borran el recuerdo de las economías basadas en lo común.
El concepto de lo «común» está relacionado con la ensoñación, lo gótico, lo surreal, lo oculto y lo mítico. Está relacionado con lo «clandestino», y este es el punto de unión, el «algo», en el que se encontraban las tradiciones romántica y obrera, como la historia de los Despard podría enseñarnos en cuanto establezcamos plenamente el contexto de ambos. John Clare, exagricultor cuyos terrenos comunales habían sido cercados, expulsándolo, se refiere varias veces en su poesía a esas criaturas subterráneas, los topos:
Mientras miro, los topillos cuelgan meciéndose al viento
en el único sauce viejo que permanece en todo el campo
y la naturaleza oculta el rostro allí donde ellos oscilan en sus cadenas
y en un silencioso murmullo se queja
aquí estaba la posesión común de sus colinas, donde ellos siguen buscando la libertad
aunque todo lo común ha desaparecido y aunque se ponen trampas para matar
a los pequeños mineros sin hogar[11].
Se convirtieron en metáforas para las sorpresas de la historia.
Un historiador local del condado de Kildare escribió: «El cruce de caminos de Lyons fue una de las guaridas del Perro Negro, que parece haber estado emparentado con el perro de la mitología griega que protegía el mundo subterráneo»[12]. Catherine se perdió bajo la superficie, en el inframundo, incluso. En la