Roja esfera ardiente. Peter Linebaugh
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Del socialismo utópico al socialismo científico, el libro publicado por Friedrich Engels en 1880, formó parte de esos debates sobre el socialismo que le dieron la oportunidad de conectar mucho más que nunca sus opiniones con las de Marx[27]. El socialismo utópico y el socialismo científico comparten la interpretación de la lucha de clases. También se parecen en la medida en la que ambos proponen abolir la propiedad privada y las clases sociales. Pero lo que los diferencia es, de acuerdo con Engels, primero, que los socialistas científicos se adhieren a la concepción materialista de la historia, y segundo, que entienden que el secreto de la producción capitalista es el plusvalor, o la apropiación de trabajo no remunerado. La causa de la transformación del socialismo utópico en socialismo científico fue el desarrollo del propio modo de producción capitalista, en concreto la aplicación de la maquinaria (Engels resalta la energía de vapor y la maquinaria para fabricar herramientas), en un extremo del desarrollo, y la acumulación de proletarios, en otro.
La criminalización de la apropiación de materiales de producción por parte de los obreros es esencial para la separación, la alienación y la expropiación de estos, y por lo tanto para el establecimiento del proletariado. Por eso Engels escribió acerca de «la ley no escrita de la marca»[28]. Los obreros cultivaban las tierras en común por franjas y redistribuían dichas franjas por lotes. La llegada de la propiedad privada a los bosques y a los campos había sido objeto de una feroz oposición desde la Revuelta campesina de 1526. Lo que los artesanos habían poseído o usado a voluntad se había convertido en gratificaciones o apropiaciones consuetudinarias, que fueron criminalizadas en las transformaciones destructoras de la comunidad.
El libro de Engels tiene especial interés para nosotros porque sitúa el origen del socialismo utópico en 1802, el año de la conspiración de Despard. Nombra tres socialistas utópicos: Robert Owen, cuyo New Lanark Mill se inauguró en 1800; Charles Fourier, que sentó las bases de su teoría en 1799; y Saint-Simon, que en 1802 publicó Cartas de un habitante de Ginebra a sus contemporáneos. Pero el rompecabezas del pensamiento de Engels incluye el ensayo sobre la «marca», el resto de los bienes comunales alemanes, cuya complejidad analiza en este ensayo y cuyo origen se describe en parte por las pruebas aportadas por el historiador romano Tácito en Germania. La separación que Engels establece entre el socialismo de cualquier tipo y la marca puede muy bien ayudarnos a analizar el comunismo y lo común. Sitúa la marca en el pasado.
El hecho fundamental que rige «la historia primitiva de todas, o casi todas, las naciones», escribía Friedrich Engels, «es la propiedad común sobre el suelo»[29]. La tierra es la raíz de lo común. Las raíces son enmarañadas, profundas o superficiales. El campo, el bosque, los montes y la costa son los paisajes de lo común. «Inglaterra no será un pueblo libre, mientras los pobres carezcan de tierra, mientras no tengan permiso para cavar y trabajar en lo común», declaró Winstanley en 1649[30]. «Todavía en 1800, buena parte de los pastizales del mundo –las praderas norteamericanas, las pampas sudamericanas, el interior de Australia, las sabanas africanas– seguían siendo bienes comunales de los pueblos indígenas»[31].
Adán y Eva fueron expulsados del Jardín del Edén, una expropiación de lo común, y desde entonces, lo común ha sido tratado principalmente como un fenómeno agrario u hortícola. Es cierto que Adán y Eva no fueron expulsados del taller de carretas, ni del cobertizo de telares, ni del camarote de los marineros. Pero otros sí, y no procedían del Edén, sino de Irlanda, el Atlántico, Iroquia, Escocia y Albión.
Engels plantea tajantemente la cuestión de la agencia: ¿quién tiene la capacidad de hacer realidad la revolución comunista? En la práctica había otras muchas fuerzas que practicaban el uso en común, como los esclavos del Caribe, los indígenas de Norteamérica, los irlandeses de Irlanda, y los campesinos de Inglaterra, incluso la muchedumbre urbana, como comprendió Gracchus Babeuf. Pero «el negro no es capaz de volverse tan inteligente como el europeo», escribía el socialista utópico Saint-Simon en el momento de la conspiración de Despard[32]. El racismo y el estadialismo eran congruentes. Al no tener en cuenta la esclavitud y su poder en la lucha por la libertad, la interpretación determinista económica, o estadial, de la historia parecía ser una historia desbancada por la esclusa y la geología.
El fantasma del padre asesinado de Hamlet clamaba venganza desde la tumba, y Hamlet, sorprendido, respondía: «¡Bien dicho, viejo topo! ¿No puedo yo trabajar la tierra con tanta rapidez? ¡Un valioso pionero!». En 1805, en las conferencias pronunciadas en Jena, Hegel recuerda las palabras de Hamlet: «A menudo, el espíritu parece haberse olvidado y perdido; pero internamente opuesto a sí mismo, avanza en su interioridad (como cuando Hamlet dice de su padre “¡Bien hecho, viejo topo! ¿No puedo trabajar yo el suelo tan rápido?”) hasta que, después de fortalecerse por sí mismo, levanta la corteza de la tierra que lo separaba del sol, su concepto, para que la tierra se derrumbe». Medio siglo después, Marx también los recuerda: «Reconocemos a nuestro valiente amigo Robin Goodfellow, el viejo topo que puede trabajar en la tierra tan rápidamente, ese valioso pionero, la Revolución». El fantasma de Shakespeare exige legitimidad, el espíritu de Hegel exige la verdad, la revolución de Marx exige justicia. Ya sea en lo común de campos abiertos o cercados por vallas, los túneles de los topos continúan. Para Marx, la revolución proletaria es «nuestro valiente amigo Robin Goodfellow», una figura tradicional de la gente del común. Para Shakespeare, «Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, / que las que se sueñan en tu filosofía», una reprimenda al conocimiento convencional[33].
Concluimos estas reflexiones sobre el subsuelo de la naturaleza con la larga estructura filamentosa llamada micelio, que soporta la aparición impredecible de las setas venenosas desde el subsuelo. El micólogo inglés Alan Rayner escribe:
El micelio se me parece cada vez más a un ejército heterogéneo de tropas híficas, cada una variadamente equipada para ejercer diferentes funciones y diferentes grados de comunicación con las demás. Sin más comandante que los dictados de sus circunstancias medioambientales, estas tropas se organizan en una estructura dinámica hermosamente abierta o indeterminada, capaz de responder continuamente a las exigencias cambiantes. Recuérdese que, durante su vida potencialmente indefinida, un ejército micelial puede migrar entre depósitos de energía; absorber recursos fácilmente asimilables, como los azúcares; digerir recursos refractarios como la lignocelulosa, emparejarse, competir, batallar con sus vecinos; ajustarse a condiciones microclimáticas cambiantes; y reproducirse[34].
[1] K. Polanyi, The Great Transformation: The Political and Economic Origins of Our Time, Boston 1957; K. Pomeranz,