La cultura como trinchera. Maria Albert Rodrigo

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La cultura como trinchera - Maria Albert Rodrigo

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Cabe añadir que la construcción del imaginario colectivo valenciano se produjo a lo largo de todo el espectro ideológico, lo que contribuyó a su éxito y arraigo, al tiempo que tampoco surgió ningún imaginario alternativo, de manera que el imaginario regional, con sus límites y parcialidades, ha venido siendo históricamente el único referente consolidado de la identidad valenciana, un hecho a tener en cuenta para entender mejor el desarrollo de las políticas culturales en el País Valenciano.

      A comienzos del siglo XX apareció el valencianismo político, que pronto derivó en el primer nacionalismo valenciano, si bien fue siempre minoritario, frente al abrumador predominio del regionalismo local. Con todo, su presencia fue constante en las tres primeras décadas del siglo XX y especialmente fue notable su impacto en la esfera cultural a partir de finales de los años veinte. Debe subrayarse especialmente que un solo elemento resultó central para la narrativa del nacionalismo valenciano: el significado de la historia como pieza esencial de la afirmación identitaria (Archilés, 2008). En las vísperas de la Segunda República se produjo una renovación del valencianismo político de signo nacionalista, lo que, pese a su limitado alcance político, significó una enorme aportación al replanteamiento de las políticas culturales en el País Valenciano. Según Baldó (1990b), en estas tres primeras décadas del siglo XX la actividad del valencianismo político, en gran medida cultural, significó le búsqueda de una cultura moderna, que no solo subvertía la Renaixença sino que apostaba por la vanguardia artística y el compromiso social.

      Efectivamente, como han señalado Aznar Soler y Blasco (1985), la acción del valencianismo político durante la Segunda República fue fundamental para construir una primera infraestructura cultural, hasta el punto de que las primeras «políticas culturales» dignas de tal nombre datan de esta época. Como han subrayado los autores citados, se partía de una situación de enorme déficit de infraestructuras culturales valencianas, razón por la cual los escritores valencianistas relegaron a un segundo plano la creación literaria «con la misión de dotar de coherencia política el valencianismo cultural» (Aznar Soler y Blasco, 1985: 41-42). Entre 1930 y 1936 se puso en marcha un compromiso colectivo para construir, como minoría intelectual dirigente, la infraestructura cultural necesaria para una visión valencianista, republicana y nacionalista del País Valenciano, lo que se ha llamado la «normalización» de la cultura valenciana. Por ello fue muy relevante la participación de grupos intelectuales en la acción valencianista. Sin embargo, ya en esos años apareció una cierta polémica entre un valencianismo nacionalista catalanófilo y un incipiente regionalismo valenciano de signo anticatalanista. El grupo más activo fue el primero, con revistas como El Camí u organizaciones como Acció Cultural Valenciana.

      Durante estos años, y paralelamente a la ascensión de las grandes fiestas valencianas (en especial la de las Fallas) como expresión ritual de la identidad valenciana, apareció lo que se ha dado en llamar el «valencianismo temperamental», que alude a una «vivencia prepolítica que imagina la existencia de lazos presociales más decisivos, más auténticos y profundos que los vínculos de la estructura social» (Ariño, 1992), y que se expresa en la creencia en un «temperamento valenciano», de tipo popular, étnico y comunitario, horizontal y unitario, que afirma, a modo de religión civil, la diferencia esencial cultural valenciana, manifestada especialmente en sus fiestas populares. Por ello Ariño (1992) señala que las Fallas, que eclosionan como fiesta grande valenciana en la época de la Segunda República, se convirtieron ya entonces en una auténtica liturgia civil del valencianismo (temperamental o sentimental). Este sentido de pertenencia o valencianía, funcional en principio al regionalismo, estará también disponible para explotaciones de tipo nacionalista, si bien históricamente se vinculará al proyecto nacional español, marcando la especificidad valenciana.

      En 1932, la preocupación por normalizar la lengua y cultura propias exigía la unificación ortográfica con el catalán del resto de territorios catalanohablantes, y por ello se firmaron en Castelló de la Plana las conocidas como Normes de Castelló, que desde entonces fijaría el estándar del valenciano-catalán en el País Valenciano, en coherencia lingüística con las normas fabrianas defendidas por el Institut d’Estudis Catalans. La lista de los firmantes de las Normas ya nos indican las principales instituciones culturales valencianas del momento: fueron la Societat Castellonenca de Cultura, el Centre de Cultura Valenciana, el Seminari de Filologia de la Universidad de Valencia, Lo Rat Penat, Unió Valencianista, Agrupació Valencianista Republicana, Centre d’Actuació Valencianista, Agrupació Valencianista Escolar, Centre Valencianista d’Alcoi, Centre Valencianista de Bocairent, Centre Valencianista de Cocentaina, Juventud Valencianista Republicana de Manises, L’Estel y El Camí. Las Normas también estaban firmadas por lo más granado de la intelectualidad valencianista.

      En este contexto también se hizo un esfuerzo por promover la normalización pedagógica valenciana, y así, la Agrupació Valencianista Escolar, fundada en 1932, asumió un marcado carácter universitario y organizó la Universitat Popular Valencianista, donde se impartían cursos de lengua y literatura, geografía e historia del País Valenciano, disciplinas incorporadas a los planes oficiales de estudio de la Universidad de Valencia, que iba de la mano de una revisión crítica del régimen universitario centralista. Para completar la acción se iniciaron, también en 1932, las Setmanes Culturals Valencianistes. Paralelamente se fomentó el arte y literatura populares, con el telón de fondo de la reivindicación de un Estatuto de Autonomía para el País Valenciano, que finalmente truncó el estallido de la Guerra Civil.

      En 1934 la revista valencianista La República de les Lletres publicó los que deberían ser los objetivos de una nueva política cultural para el País Valenciano, que se resumiría en seis grandes puntos: el primero era el reconocimiento de la unidad del idioma, respetando la autoridad en el terreno ortográfico del Institut d’Estudis Catalans, y solicitando el ingreso de una representación valenciana en él; el segundo consistía en promover la creación de un Institut d’Estudis Valencians, independiente de la Universidad y sin intromisión estatal; el tercero era la solicitud de una cátedra de lengua catalana-valenciana en la Universidad de Valencia, de la que debía ser responsable Carles Salvador, uno de los mayores poetas y lingüistas valencianos; el cuarto era el reconocimiento del derecho a recibir educación en lengua materna, posibilitado por la declaración de cooficialidad del castellano y del valenciano; el quinto punto señalaba la necesidad de responsabilizar al escritor valenciano en la tarea de normalizar el idioma como lengua cultural nacional; el sexto y último punto proponía conmemorar el 9 de octubre de 1238, fecha de la conquista cristiana de Valencia, como fiesta nacional valenciana, y el intento de preparar el VII Centenario de la fundación del País Valenciano el 9 de octubre de 1938. Para ello se proponía la organización de un Congrés de la Llengua, la creación de la Biblioteca de València, la restauración del monasterio de Santa Maria del Puig como lugar referencial de la nación valenciana, la formación del Museo de la Cerámica y la finalización

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