La cultura como trinchera. Maria Albert Rodrigo

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La cultura como trinchera - Maria Albert Rodrigo

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y el ensayo (Joan Fuster, Vicent Andrés Estellés, Manuel Sanchis Guarner, Juan Gil-Albert, Enric Valor), en otros campos como las artes plásticas (Joan Genovés, Eusebio Sempere, Andreu Alfaro, Grup Parpalló, Equip Crònica, Equip Realitat, Joaquim Michavila, Antoni Miró), la música (Joaquín Rodrigo, Amando Blanquer, Raimon, Ovidi Montllor, Al Tall y la Nova Cançó) o el cine (Luis García Berlanga y la publicación Cartelera Turia). En suma, queda claro que las propuestas de Fuster ayudaron a generar un nuevo valencianismo, minoritario, progresista y conformado sobre todo por profesores y estudiantes universitarios, que impregnó el antifranquismo valenciano de reivindicaciones nacionalistas valencianas y que, por tanto, se convirtió en un factor crucial en la convulsa transición democrática.13

      Paralelamente, desde los años sesenta se habían ido produciendo en el País Valenciano un conjunto de condiciones que iban a modificar profundamente su trayectoria histórica. Fueron los años de la industrialización extensiva y acelerada, de urbanización y desruralización, que por primera vez alteraba las bases del «agrarismo social» dominante, abriendo la puerta a una dinámica de cambios hasta entonces desconocida. La relativa modernización económica, cada vez más visible en el territorio y los paisajes, coincidía con transformaciones equivalentes, y más avanzadas, que se daban en Europa occidental, y con formas aceleradas de cambio social y cultural que llegaban rápidamente a incidir en las nuevas generaciones de valencianos urbanos o urbanizados. Todo ello propiciaba, por vez primera, la formación de «nuevas élites» procedentes del ascenso social y profesional de estratos medios y populares autóctonos hasta entonces reducidos a la subordinación y la marginalidad. Además, el acceso de la Universidad a una gran masa de estudiantes valencianohablantes, no procedentes de la burguesía urbana, generó una mayor receptividad al nuevo nacionalismo fusteriano ligado a una cultura crítica, la lealtad al pueblo y a la modernidad. De manera que un bloque nuevo y ascendente de valencianos

      proposava la necessitat de redefinir la pròpia realitat del grup –la pròpia realitat del país– en termes nacionals autòctons i no imposats, en termes no obligatòriament espanyols, en termes valencians. I per primera vegada, sobretot, aquesta proposta de reflexió i de decisió es convertia en un element central, inajornable, de la vida política, del debat intel·lectual i de l’acció cívica i cultural d’aquesta societat» (Mira, 1997: 211).

      Las transformaciones del postfranquismo, las nuevas iniciativas culturales valencianistas ligadas a los movimientos democráticos antifranquistas y las reacciones conservadoras a estas sentaron las bases para la eclosión del conflicto identitario que se produjo en los años setenta, y que tan decisivamente influyó, como intentaremos demostrar, en el marco de las políticas culturales desplegadas en el nuevo periodo democrático, hasta el punto de conferir singularidad al caso valenciano en comparación con otras comunidades autónomas. Como ha subrayado Mira (1997), la centralidad adquirida por el «tema del país» hizo que la cuestión nacional se transformara en un problema que continuamente provocaba acciones y reacciones, tomas de posición, conflictos y movilizaciones. Era «una cuestión de fondo, de actitudes muy profundas, de divergencias que tienen el origen en una larga historia, de visiones diferentes de futuro, y en definitiva una cuestión de definiciones nacionales que son bastante más que verbales» (Mira, 1997: 213).

      En realidad, el conflicto identitario valenciano ocultaba un conflicto ideológico y político entre derecha e izquierda, que se plasmaba en su forma distinta de abordar el hecho cultural, de manera que convertir la identidad regional valenciana en sinónimo de anticatalanismo fue el gran éxito de la derecha. Entre 1983 y 1995, los socialistas en el poder autonómico, más interesados en desplegar un programa de modernización, no fueron capaces de modificar los fundamentos del modelo identitario regional heredado, y el tibio valencianismo cultural por ellos desplegado fue del todo insuficiente en este sentido (Archilés, 2013). Posteriormente, y como veremos más adelante con más detalle, el Partido Popular valenciano fue capaz de reinventar el relato del regionalismo (fagocitado a Unió Valenciana, el partido anticatalanista por excelencia), un regionalismo tradicionalista que hace del anticatalanismo un recurso recurrente. Al mismo tiempo, adoptó la defensa de un programa de «modernidad» fundamentado en grandes eventos y proyectos al servicio de una cosmovisión neoliberal asociada a episodios de despilfarro y corrupción (Archilés, 2013).

      Como resultado del proceso ligado al conflicto identitario en el marco autonómico se va a poder constatar que se trata de un conflicto regional sobre las identidades, más que un conflicto entre identidades, como ocurriría en Cataluña; un conflicto entre un regionalismo hegemónico enaltecedor de la nación española y un

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