Páginas que no callan. AAVV

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o silenciando el pasado. Así, el olvido del pasado concebido como un paso indispensable hacia la España democrática y el estado de bienestar llevó a la desmemoria histórica del pueblo español, sacrificando la verdad histórica y los intentos de explicarla, comprenderla y asumirla.

      En los textos críticos muy a menudo se confunde memoria colectiva con memoria histórica; esta última constituye una parte de la memoria colectiva y se caracteriza por una conceptualización crítica de acontecimientos históricos. Simbólicamente, la memoria colectiva en el ámbito español que abarca el tiempo entre la posguerra y el posdesencanto de fin del siglo xx se esquematiza en tres tiempos (Colmeiro, 2005: 18-19): el primero, el tiempo de silencio y olvido legislado del franquismo; el segundo, el tiempo de la transición del franquismo a la democracia con la memoria testimonial residual y la amnesia, con el famoso pacto de olvido, con los sucesivos intentos de recuperar la memoria histórica acompañados con un desencanto; y el último periodo, en el que se observa la crisis de la memoria. Es incuestionable que ambas memorias están vinculadas entre sí de tal forma que no puede haber una sin la otra.

      Las memorias históricas individuales, con las que se teje la textura de novelas dedicadas a la Guerra Civil española o al pasado inmediato, son unas piezas sueltas de ese gran mosaico de memoria colectiva, memorias individuales, frecuentemente de protagonismo anónimo, a las que se intenta reivindicar y rescatar del olvido por medio de la nueva narrativa de la Guerra Civil.

      A lo largo del siglo xx el motivo de la lucha fratricida ha sido un foco temático de muchas obras literarias sobre el que se edificaba una historia oficial de España conforme a la ideología vigente del franquismo y, posteriormente, de la Transición. Su objetivo ha sido la búsqueda de la verdad histórica objetiva con un rigor científico y no la minuciosa introspección en las fuerzas motrices de los sublevados y un verdadero juicio de los responsables de la tragedia nacional, ni mucho menos la reivindicación de las víctimas al recuperar sus memorias olvidadas, que por aquel entonces no han sido puestas en el discurso público oficial; más bien se ha intentado configurar la cuestión de memoria histórica como una decisión consciente de «echar al olvido» el pasado para que no determinara el futuro. Por lo menos así la defiende Santos Juliá (2004: 50) cuestionando la intencionalidad deliberada del pacto de olvido o de silencio. Al respecto no podemos decir que en aquel tiempo no se estudiaba el pasado o se obstaculizaba su conocimiento, pero en la práctica se construyó una barrera aséptica entre el presente y el pasado, como la define Sebastiaan Faber, que «no sólo hacía caso omiso de las relaciones filiativas –los españoles del presente se negaban a reconocerse como hijos de– [...] sino que al mismo tiempo impedía cualquier tipo de relación afiliativa –la posibilidad de identificarse o solidarizarse con los españoles del pasado en virtud de ideas o vivencias compartidas» (2011: 104).

      Esa actitud fue resultado de una cautela política nacida del temor a no repetir la violencia del pasado y que a toda costa quería mantener la seguridad y garantizar el porvenir de la naciente democracia. Entonces, ¿a qué se debe el cambio de perspectiva en el tratamiento del tema por parte de los escritores del tercer milenio y los mismos españoles? ¿Esa vuelta al manantial que sigue dando nuevas vidas literarias? Sin vacilar, podemos decir que se debe al rechazo del miedo y al creciente interés afiliativo de las recientes generaciones con sus predecesores, hecho que confirma Almudena Grandes (2006: s.p.) diciendo: «Somos la primera generación de españoles, en mucho tiempo, que no tiene miedo y por eso hemos sido también los primeros que se han atrevido a mirar hacia atrás sin sentir el pánico de convertirse en estatuas de sal». Parece que con el comienzo del nuevo milenio también se inicia una nueva etapa del diálogo con la historia que pone al descubierto todas las vivencias y testimonios tan cuidadosamente atesorados en las memorias del pueblo español a los que quieren sacar del olvido escritores recuperacionistas.

      Los textos que forman parte de la corriente denominada una nueva novela de la Guerra Civil2 (Mainer, 2006: 157-158) aspiran a guardar una relación con el pasado infame más indagadora, más personal y más ética, sin precedentes. Como advierte Sebastiaan Faber, estas obras «comparten, en grandes líneas, una actitud nueva ante el pasado: consideran sus dimensiones éticas desde un punto de vista individual, como un problema que afecta a las relaciones personales entre generaciones presentes y pasadas, y como un desafío que exige un esfuerzo de voluntad por parte de aquéllas» (2011: 102). Podemos añadir que también se diferencian de la postura anterior por el hecho de que se alejan de la neutralidad valorativa, de la objetividad tan predilectamente forzada por la Transición en favor de exigir justicia, en el afán de recuperar la memoria perdida.

      En otras palabras, la nueva narrativa recuperatoria responde a la necesidad de otro tipo de historia, no tan objetiva, sino que reclame una historia personalizada, vivida por personas concretas, testigos, víctimas con quienes nos podemos identificar. Y lo podemos experimentar con los protagonistas de las novelas seleccionadas a propósito de este análisis: el miliciano republicano Antonio Miralles y sus muertos compañeros de guerra o los «amigos del bosque» del relato real Soldados de Salamina (2001), de Javier Cercas; también con los protagonistas de la novela El lápiz del carpintero (1998), de Manuel Rivas, el doctor Da Barca y el Pintor asesinado, trasuntos del doctor Paco Comesaña y el pintor Camilo Díaz Baliño respectivamente, o con las mujeres republicanas encarceladas en la madrileña prisión de Ventas de la novela La voz dormida (2002), de Dulce Chacón. En las novelas de Cercas y Rivas no solo se privilegia la figura del testigo, sino que se hace cómplices de los hechos evocados a los lectores por medio de la incorporación de la figura de un joven entrevistador que, al llevar un diálogo intergeneracional, descubre una verdad histórica que no le deja indiferente. Así es el caso del periodista-narrador-personaje Javier Cercas de Soldados de Salamina y el periodista Carlos Sousa de El lápiz del carpintero. Ese interés identitario por la gente del pasado se muestra más evidente en la obra de Cercas al arrancar la acción poco después de la muerte del padre biológico del narrador, hecho que despierta su interés por la historia con un intento de afiliación fracasado con el escritor y falangista Rafael Sánchez Mazas y con otro recuperado con el miliciano republicano Miralles o la «gente del bosque», testigos todavía vivos.

      La novela o el relato real Soldados de Salamina (2001) es uno de los libros más vendidos en lengua castellana de los últimos años, también galardonado con varios premios literarios y traducido a más de veinte lenguas.3 La novela sorprende al lector en muchos aspectos; en primer lugar, se nota su naturaleza híbrida en cuanto a su estructura genérica, aquí coinciden varias tendencias y géneros literarios de la narrativa española actual, por ejemplo, el thriller, la novela histórica, la metaficción y el documental. En la primera parte del libro, titulada Los amigos del bosque, Cercas personaje se refiere en un modo metanarrativo a la génesis del libro, desde la entrevista con el hijo de Sánchez Mazas, el escritor Rafael Sánchez Ferlosio, hasta la posterior reconstrucción de hechos en los testimonios dados por los «amigos del bosque». Al avanzar la lectura crece nuestro conocimiento de lo sucedido aquel invierno, el 30 de enero de 1939, pero este no crece en una forma lineal; el lector, tras el narrador Cercas, también se convierte en un detective, asumiendo o descartando algunos detalles de su investigación, colocando esas piezas de historia en su sitio, al mismo tiempo experimentando la sensación de que la novela se hace ante sus ojos en el proceso de gestación de la propia obra por parte del personaje-narrador Cercas. Otro elemento que deja estupefacto al lector es el giro que se da en la acción. A lo largo de dos tercios de la novela se le involucra al lector en una especie de investigación, llena de incógnitas, sobre el ideólogo falangista Sánchez Mazas, para después desviar y sustituir su protagonismo por el del soldado republicano que no le delató. Así se ofrece al lector la perspectiva indagadora en conocer los motivos del miliciano, de otorgarle un estatus del verdadero héroe no solo por la dimensión humana que mostró al perdonar la vida a su enemigo, sino por el valor simbólico de su condición: la de ser veterano de todas las guerras. En las últimas páginas del libro se hace la revelación del sentido de la obra y de la historia humana: el verdadero heroísmo

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