Traducción, humanismo y propaganda monárquica. Cinthia María Hamlin
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Introducción
1. La traducción en la Edad Media y la relevancia del caso dantesco: estado actual
La traducción en la Edad Media es un objeto que ha ido ganando terreno durante los últimos años en el campo de los estudios medievales. Gracias a trabajos precursores como los de Folena, Wittlin, Buridant y en especial los de Russell, Copeland y Rubio Tovar, los medievalistas hemos ido tomando cada vez más conciencia sobre la importancia de la traducción en la historia de la literatura y de la necesidad de abocar nuestro estudio a los textos traducidos con la misma dedicación que a las obras originales.1 Estos primeros estudios, además de clasificar los diferentes métodos utilizados por los traductores en la Edad Media, fueron precursores a la hora de esbozar lo que podría llamarse una «teoría de la traducción medieval». Más recientemente las compilaciones de trabajos de Beer, Paredes Núñez y Muñoz Raya, Martínez Romero y Recio, Cantavella y Haro, Delpy y Funes, Borsari entre muchas otras, demuestran el mismo interés y abordan la «teoría de la traducción medieval» ya desde un análisis más particular de los textos meta en relación a los textos fuente.2 En el ámbito específicamente castellano, Alvar y Lucía Megías han hecho una labor notable al sistematizar e historiar el complejo mundo de traductores y traducciones del Medioevo castellano, movidos por la necesidad de subsanar una dificultad que el estudioso de la traducción en la Edad Media siempre encuentra —la dispersión de materiales y la información no sistematizada—.3 Sin embargo, y a pesar de notar la proliferación de estudios que se abocan a este campo en los últimos diez años, Alvar y Lucía Megías afirman: «el estudio de las traducciones medievales castellanas constituye un mundo que apenas ha empezado a descubrirse».4
El interés que ha motivado todos los nuevos impulsos en los estudios de traductología en la Edad Media puede explicarse gracias a la conciencia cada vez más certera de que las traducciones, como señaló Tovar, «reflejan tanto como las obras de pura creación las corrientes culturales y literarias de una época».5 Ahora bien, al adentrarnos en los siglos XV y XVI este objeto impone mayor atención aún: no se pueden comprender los primeros pasos que da el humanismo peninsular sin tener en cuenta las traducciones de los grandes poetas italianos (Dante, Petrarca, Boccaccio) en las bibliotecas de los grandes nobles, el impulso de la traducción horizontal (entre lenguas romances), las traducciones encomendadas —por quién, a quién y para qué—, la autotraducción y todo el tráfico cultural que se da en estos siglos. La traducción es la práctica literaria que expresa de forma paradigmática este proceso de relaciones culturales y literarias nuevas y será pues fundamental no sólo para entender la historia de la literatura sino toda la historia social, política y cultural. En este sentido, el estudio de la particular situación que presentan las traducciones y glosas medievales castellanas de la Divina Commedia en los siglos XV y XVI se vuelve más que pertinente, ya que en ellas es posible leer no sólo el traslado de la Commedia dantesca sino también las condiciones y líneas problemáticas de la particular situación histórico-cultural de la España humanista.
Además, el universo particular de las traducciones de la Commedia ejemplifica de manera paradigmática la noción de traducción vigente a fines de la Edad Media: «la traducción no tenía una especificidad, no era un ejercicio autónomo, netamente diferenciado de la glosa o del comentario».6 Así, en el panorama específico de las traducciones dantescas peninsulares, «es muy delgada la línea que separa a traductores de glosadores o comentaristas»7. En efecto, traducir, trasladar al romance o vulgarizar,8 implicaba interpretar y «glosar» —mediante amplificatio, duplicatio, etc.— el original en el mismo entramado del texto. Copeland, de hecho, ha ya demostrado muy bien cómo la traducción medieval no puede ser entendida como una práctica ajena a la práctica hermenéutica de la enarratio poetarum y a la retórica de la inuentio. Al contrario, según Copeland, la traducción al igual que el comentario sirve a su texto fuente pero, al mismo tiempo, desplaza su fuerza original. La enarratio asume así un poder creativo que aleja esta práctica de la mera reproducción.9 El panorama de las traducciones dantescas en el ámbito hispánico resulta harto complejo si se tiene en cuenta, además, que los comentarios a la Divina Commedia eran de por sí una traducción. Todo lo que de Dante repercutió en España parece haber llegado a través del tamiz de la reescritura.
Será pertinente destacar, además, que el interés por estas traducciones se debe también a que durante los siglos XIV y XV la concepción sobre la traducción comienza a cambiar. Para comprender mejor de qué manera, realizaré primero un breve resumen del origen y evolución del pensamiento traductológico hasta ese momento. En efecto, las preocupaciones teóricas medievales sobre la traducción hunden sus raíces en el debate clásico entre la retórica y la gramática y en la distinción que hace Cicerón entre interpres y orator.10 San Jerónimo fue el primero en entender estas ideas de manera normativa y en la Epístola a Pamaquio, escrita en el 395, las teoriza: una traducción fiel ha de realizarse pro verbo verbum (palabra por palabra) sólo en la Biblia. El verdadero traductor es aquel que intenta captar en su propia lengua el significado total del texto original y no debe traducir las palabras exactas sino el sentido de las palabras: sensum exprimere de sensum.11 Ahora bien, la sed de erudición que se va despertando en las clases dirigentes castellanas a fines del XIV y principios del XV y la consecuente idea de superioridad del latín frente a las lenguas vernáculas —enarboladas por Mena, López de Ayala y Cartagena— opacó estas ideas flexibles en torno a la traducción y llevó a trasvases literales, ad verbum, que respetaban muy de cerca el latín, en detrimento tal vez de la comprensión o la estructura del idioma.12 Habría que aclarar, igualmente, que aunque la mayoría de los traductores latinistas preferían la traducción palabra por palabra, encontramos algunas matizaciones, como demuestran los casos del mismo López de Ayala y Enrique de Villena en las reflexiones de sus prólogos a Las Flores de los Morales de Job y La Eneida, respectivamente.13 Durante esta época, sin embargo, en Castilla la tendencia latinizante era la que dominaba.14 A medida que avanza el siglo XV, sin embargo, se comienza a percibir un cambio en relación a la estructura cerrada del período anterior: se siente la necesidad de romper con la oscuridad de los textos y se intenta hacer más claras y cercanas las traducciones. Se puede observar, pues, en palabras de Recio «una evolución que se muestra en la búsqueda de un equilibrio entre lo ad litteram y lo ad sententiam hasta proponer un texto familiar, variado,