40 ejercicios de neurociencia para deportistas. Néstor Braidot
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Inscripción ley 11.723 en trámite
ISBN edición digital (ePub): 978-987-42-7929-3
Introducción
El ejercicio físico siempre tuvo adeptos, pero en estos tiempos la conciencia sobre su valoración para optimizar la calidad de vida convirtió a muchos sedentarios en activistas del movimiento.
El cerebro se ve beneficiado por esta tendencia: el movimiento físico repercute en su mejor desarrollo.
Sin embargo, una experiencia que se inició décadas atrás entre los deportistas de elite llega ahora a los corredores de maratones o carreras.
Mientras en el pasado el entrenador de alto nivel necesitaba convencer al sistema de que la cabeza del deportista debía ser atendida del mismo modo que su físico, hoy es moneda corriente que en los planteles de profesionales trabajen psicólogos, terapeutas del comportamiento y neurocientífico.
Lo hacen a la par del preparador físico para dejar a punto al sujeto, en todos los frentes posibles, antes de cada competencia.
Desde el punto de vista del cerebro, se sabe que éste comanda integralmente cualquier práctica que se desarrolle. Esto incluye, claro, las deportivas.
El desarrollo de sus potencialidades colabora en…
• alcanzar un mejor rendimiento;
• aprovechar más eficientemente el entrenamiento;
• combatir el estrés físico;
• recrear escenarios exitosos en competencia;
• fortalecer las actitudes a la hora de los momentos decisivos;
• experimentar satisfacción y serenidad en los logros obtenidos.
Esta obra propone un recorrido ameno y realizable para emprender esa senda: una serie de conceptos y ejercicios que ayudarán a ganar concentración, potenciar la práctica deportiva y fortalecer crear nuevas capacidades.
EL CEREBRO ACTIVO
Ante la práctica deportiva, el cerebro es el responsable de coordinar la movilidad de los músculos y permitir que funcionen de manera adecuada.
Cuando la demanda de la participación cerebral es mayor en virtud a la realización de más actividad, el cuerpo envía señales al cerebro para que impulse las adaptaciones fisiológicas necesarias para dar una respuesta.
Como órgano complejo, el cerebro determina su rendimiento a partir de las experiencias vitales y ambientales, sus capacidades innatas a partir de la transmisión genética, las experiencias de aprendizajes y todos aquellos estímulos a los que se lo expone para adquirir nuevos saberes o prácticas.
Toda actividad, no necesariamente vinculada a lo culto o técnico, predispone al cerebro a construir (o no) nuevos tendidos de redes neuronales.
Estos puentes que conectan las zonas cerebrales permiten al sujeto poner en juego mayores potencialidades en todas las áreas de su vida.
Cualquier actividad propone un encuentro de doble vía con el cerebro: por un lado, lo impacta cambiando su estructura conectiva; por otro, brinda rendimiento, efecto, condiciones, facilidades o dificultades.
Como toda acción cotidiana, la práctica deportiva entra en este juego y propone el desarrollo de conexiones en áreas como:
• Las motoras. Poner el cuerpo a “trabajar” redunda en una mayor necesidad de movilidad y coordinación.
• Las límbicas. Las regiones emocionales del cerebro procesan, entre otras sensaciones, el estado del ánimo. A más ejercicio, mejor humor.
• La de los lóbulos frontales. Colabora con un mejor desarrollo de las tareas de prevención de riesgos y de planeamiento de objetivos.
Cuando se piensa en la estimulación motora que produce el ejercicio, no siempre se estima el impacto global que produce.
No se trata solo de lo estrictamente relacionado al hecho de subir o bajar una pierna o los brazos, sino a la idea de “movimiento” en términos globales.
Esto es, la estimulación neuronal, la muscular, la del sistema nervioso...
Este último, por ejemplo, colabora en la reducción del ritmo cardíaco y en la movilidad de los vasos sanguíneos y regula el sistema endocrinológico, entre otros aspectos.
La práctica deportiva, en conclusión, mejora los procesos generales del organismo: digestión, metabolismo, respiración, etc.
El sistema límbico se construye a partir de diferentes emociones: ira, goce, temor, felicidad…
Con la práctica deportiva se liberan neurotransmisores (serotonina, adrenalina y dopamina) que generan efectos positivos para el organismo.
Al liberar adrenalina, el cuerpo incrementa la presión arterial y la frecuencia cardíaca, mejorando el rendimiento y la condición física.
La serotonina, a su vez, es un compuesto que estabiliza las emociones y mantiene un estado de ánimo armónico.
La actividad deportiva moderada desencadena un juego que termina en la generación de serotonina a nivel cerebral.
Media hora diaria de ejercicios promueve esta acción, de tal modo que es recomendable para quienes están en déficit de energía o con problemas anímicos.
Gozo deportivo
La endorfina es llamada “la hormona de la felicidad”. Es la causante de que un individuo perciba bienestar y placer.
El término nace de la combinación de los conceptos “morfina” (elemento que funciona como analgésico) y “endógeno” (que la produce el organismo).
En resumen, la hormona es una sustancia que, producida por el organismo, provee una sensación agradable de bienestar.
Frente a la práctica física se promueve su liberación, lo que hace que no se perciba el cansancio y aparezca un suave efecto estimulante.
Aunque todas las disciplinas propician su aparición, los ejercicios de resistencia son los más efectivos.
Las prácticas de menor a mayor intensidad ayudarán a generar un sentimiento de mayor motivación.
Se ha demostrado que así como el deporte genera estas sensaciones, cuando existe una experiencia de plenitud y felicidad, el cuerpo percibe reacciones similares.
Incluso, sólo el esbozo de una sonrisa, aún sin causa, apenas el efecto de realizarla, genera la misma consecuencia.
Como cualquier otra droga, en este caso también se puede generar dependencia.