Muchos son los llamados. Scott Hahn
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Estas verdades transformaron a Joe y estimularon sus deseos de acudir a la Iglesia. Así es como él mismo lo explicó: «Si una persona que jamás ha visto fútbol acude a un partido sin conocimiento alguno de reglas o estrategias, posiblemente no disfrutará del encuentro. Cuando entendí lo que ocurría en misa, disfruté de ella aún más».
Joe comenzó a acudir a Misa con más frecuencia, hasta que lo hizo a diario. Sus compañeros de equipo percibieron desde el principio un cambio drástico. Joe seguía siendo Joe, pero había madurado, se tomaba la vida más en serio, y había perdido el interés por las fiestas.
La nueva experiencia le hizo despertar a algo más. Escuchando con más atención en la oración, Joe no tardó en distinguir la voz del Señor. Dios le llamaba al sacerdocio.
Continuó la temporada y la acabó con excelentes resultados, terminando en tercera posición en Buffalo, cuyo programa de fútbol se enorgullecía de contar con una antigüedad de más de un siglo.
En la primavera de 2002 Joe se licenció en comunicaciones; tres meses después, comenzó sus estudios en el Seminario de San Pablo en Pittsburgh, donde seguiría un exigente programa de seis años como preparación para su ordenación. Continuó estudiando hasta obtener dos posgrados. El primero lo obtuvo en una universidad romana, y luego añadió a su brillante preparación unos estudios completos de lengua española en México, realizados durante su tiempo libre.
La mañana del sábado, 21 de junio de 2008, el Obispo David zubik ordenó a Joseph Freedy sacerdote de Jesucristo. Era algo más que un nuevo partido, más que una nueva temporada, más que un nuevo equipo o una nueva carrera. Para Father Joe, aquel paso constituyó una nueva vida, una nueva forma de existencia. (Continuará más adelante.)
Al cabo de un año atendía como capellán a las Misioneras de la Caridad, la orden religiosa fundada por la Madre Teresa de Calcuta. Y estas, a cambio, le animaron a pasar las vacaciones de Navidad de 2008 en Etiopía, entre las gentes más pobres. Después, cuando regresó a Pittsburgh, no tardó en aparecer en las noticias al ser uno de los primeros clérigos en presentarse en la escena de un asesinato en masa que había ocurrido en un club deportivo de las afueras.
Son muchos los llamados al sacerdocio. No todos los hombres que responden a la llamada terminan con una historia como la de Joe, aunque todos ellos tengan su propia historia. En cambio, todos reciben lo mismo que Father Joe. Reciben el sacerdocio de Cristo y el poder divino de ofrecer los sacramentos a un mundo que los necesita.
Cada sacerdote recibe lo mismo que Father Joe. En última instancia, obtienen el cumplimiento sobrenatural de algo que Dios les dio por naturaleza: madurez, masculinidad. De ahí que consideremos al sacerdote como un «Padre».
Madurez, paternidad… no existe nada mejor.
La masculinidad y su caricatura
Sin embargo, los anuncios de televisión cuentan una historia diferente, ¿verdad? Todos los medios de comunicación populares se basan en ciertos estereotipos para transmitir una imagen de masculinidad. En lugar de su esencia, nos ofrecen machismo, que es la mera caricatura de la masculinidad.
Nos muestran a hombres sexualmente promiscuos, físicamente agresivos y ostentosamente ricos. Quieren que creamos que la medida de la masculinidad se encuentra en el dormitorio de un tipo y en sus proezas en el asiento trasero de un coche, en sus peleas (sublimadas, tal vez, hasta convertirlas en deportes competitivos) o en sus gastos pródigos.
Los estereotipos quieren hacernos creer que el cromosoma Y (el del varón) no se verá completo si le falta alguna de estas capacidades. Así lo creíamos mis amigos y yo cuando éramos adolescentes, aunque no creo que llegásemos a expresarlo nunca. Nuestros modelos masculinos eran atletas profesionales, estrellas del rock y jóvenes emprendedores y con éxito que vivían a lo grande. La decisión vocacional del quarterback Joe Freedy nos habría dejado perplejos, al igual que el sentido de plenitud de Father Joe Freedy.
No se equivoquen, no tengo nada en contra del deporte profesional, la música rock o el libre mercado. De hecho, soy ávido fan de los tres. Pero no creo que los medios de comunicación nos ofrezcan las mejores imágenes del hombre en estos ámbitos. El reportero se apresura hacia el boxeador con el fin de lograr las afirmaciones más atroces. Los paparazzi persiguen a un cantante por media California para conseguir una foto furtiva de éste con su amante. ¿Y por qué? Porque cualquier elemento provocativo contribuye a la «buena» televisión. Y un escándalo aporta «buenas» ventas a los periódicos.
Y repito, mi intención no es dejar el deporte o la música por los suelos. Por cada prima donna empachada de esteroides o cocaína hay también un Lou Gehrig, el jugador de primera base de los Yankees, que sin llamar la atención y armado de valentía disputó miles de juegos, incluso estando lesionado; alguien que siempre da propina, pero nunca para presumir; alguien que se preocupa por su madre. Hay también un Roberto Clemente, outfielder de los Pirates, que arriesgó su vida en lo más álgido de su carrera, y la perdió al acudir en ayuda de las víctimas de un desastre natural en tierras lejanas.
Sin embargo, hemos de admitir que los estereotipos dominan los medios de comunicación, al igual que dominan la conciencia de tantos chicos jóvenes (y de otros muchos no tan jóvenes). Cuando el joven Joe Freedy aseguró que su vida giraba en torno «al fútbol y a su propia imagen», la imagen que tenía en mente era sin duda la de ese «gran tipo» que mostraban los anuncios publicitarios de cerveza en el descanso del partido. En cierto momento aprendió que el machismo no satisface, no completa al hombre, y descubrió algo que sí lo consigue.
La verdad oculta sobre los hombres
¿Por qué tantos hombres buscan satisfacción donde no la hay? ¿Por qué nos aferramos a ciertas caricaturas en lugar de a lo verdadero? ¿Por qué creemos en la masculinidad distorsionada que nos ofrecen los medios de comunicación?
Creemos en todo ello precisamente porque son caricaturas, falsificaciones, estereotipos. Todas estas falsedades están basadas en una verdad de la que dependen, aunque la simplifican, distorsionan o exageran en exceso.
Cuando los medios de comunicación reflejan al hombre como libidinoso, agresivo y avaro, están distorsionando en extremo los auténticos roles del varón (roles paternales), es decir, de dador de vida, protector y abastecedor. En el curso habitual de la vida familiar, un padre es progenitor; da vida a través de la expresión sexual del amor hacia su esposa. En el curso habitual de la vida familiar, un padre es quien defiende a la familia de amenazas externas; y en casos extremos esto puede conllevar una intervención violenta. En el curso habitual de la vida familiar, un padre abastece a su mujer y a sus hijos, no solo como la persona que trae el pan y el sueldo a casa, sino también como sabio consejero, paciente maestro y estable apoyo emocional.
¿Qué ocurre cuando estos roles se ven seccionados entre sí, escindidos de la paternidad, privados de su significado religioso y profundamente teológico?
Cuando esto ocurre, nos encontramos en la sociedad con hombres como los que aparecen en los medios de comunicación.
Y cuando esto nos ocurre a nosotros personalmente, nos hundimos en una profunda frustración, confusión e insatisfacción.
Lo que espero lograr en el trascurso de este libro es recuperar la verdad bíblica y teológica sobre