Muchos son los llamados. Scott Hahn

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estar a la altura de su título honorífico: «Siervo de los siervos de Dios».

      Como dije antes, un sacerdote es alguien que media entre el hombre y Dios. Un sacerdote es alguien que ofrece sacrificios. En la Carta a los hebreos aprendemos que el propio Jesús era el perfecto sacrificio, ofrecido «de una vez para siempre» (Hb 10, 10); pero será a través de las manos de sus sacerdotes de la Nueva Alianza como su sacrificio llegará a «todos» por medio de los sacramentos. Aprendemos en la Primera carta de San Pablo a Timoteo que «uno solo es Dios, y uno solo también el mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre» (1 Tm 2, 5); pero en el mismo capítulo encontramos que hemos de compartir su mediación intercediendo por «todos los hombres» (2 Tm 2, 1).

      Cuando un hombre recibe el sacramento del Orden Sagrado, cambia para siempre. El sacramento confiere un carácter permanente, al igual que el bautismo. Una vez bautizado, uno ha cambiado para siempre. Es cristiano para siempre. Y como recuerda el dicho: una vez católico, siempre católico. Puede que en ocasiones sea el lector un cristiano inmoral, o incluso un cristiano perdido. Pero siempre será cristiano, porque el carácter del bautismo es permanente.

      De igual forma, una vez que un hombre es ordenado, éste será «sacerdote para siempre» (Sal 110, 4; Hb 7, 21). Puede tratarse de un sacerdote inmoral o, en caso de que la Iglesia lo haya sancionado, un sacerdote apartado del sacerdocio que ya no puede celebrar los sacramentos ni ser llamado «Padre». Pero seguirá siendo sacerdote.

      Como antes mencioné, el poder sacramental no depende de que uno lo merezca o no. Cristo lo merece todo. Es todopoderoso, puro, libre de pecado, y es él quien actúa en la persona del sacerdote, a través de su voz y sus manos. Y esto ocurre a pesar de sus debilidades e incluso de sus pecados. Así ha sido desde la primera generación, cuando Jesús ordenó tanto a Pedro como a Judas. San Agustín lo expresó con convicción: Cuando Pedro bautiza, es Cristo quien bautiza; cuando Judas bautiza, es Cristo quien bautiza.

      Y deberíamos entenderlo como buenas noticias. Para nosotros es muy duro soportar el escándalo, mas hemos de aceptarlo: es parte de la vida en la tierra, y lo será hasta que Dios nos llame a su reino. Nadie es merecedor de la misión confiada por Cristo. Nadie es merecedor del servicio de Dios.

      Al fin y al cabo, ¿quién puede hacer lo que Cristo ordenó cuando dijo «haced esto en memoria mía»? ¿Quién de entre nosotros es capaz de realizar los prodigios divinos, las maravillas que ocurren cuando un sacerdote unge o absuelve?

      Estas acciones no son simplemente difíciles. ¡Son humanamente imposibles! Aun así, son muchos los llamados a realizarlas, y son llamados por Dios, que es quien más sabe de todo. Para llevar a cabo su trabajo, los sacerdotes reciben el poder de Dios, capaz de realizar todas las cosas. Y ellos pueden también realizar todas las cosas en Él, que les otorga fortaleza para ello (cfr. Flp 4, 13).

      [1] Catecismo de la Iglesia Católica, 1547, 1120.

      [2] Ibid, 1551.

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