Muchos son los llamados. Scott Hahn
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Soy un hombre felizmente casado, un padre orgulloso de sus cinco hijos y una hija, y abuelo de tres criaturas. Doy gracias a Dios por la paternidad que me ha otorgado. Y aun así, creo que ha conferido una paternidad más perfecta, y en última instancia más satisfactoria, a Joe Freedy y a quienes Él ha llamado al sacerdocio.
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Me estoy adelantando. Esta es la verdad que deseo esclarecer en el resto del libro. Una verdad que Dios ha revelado desde el inicio de la creación, en la naturaleza y en las Escrituras. En los próximos capítulos, rastrearemos la argumentación que nos proporciona la «historia de la salvación», destacando el desarrollo de la paternidad y el sacerdocio de los hombres de Dios, cuando se empeñan en llevar a cabo su misión, entre éxitos y fracasos.
Si entendemos el punto de vista de Dios acerca de la paternidad y el sacerdocio, estaremos mejor preparados para ayudar a los hombres a discernir su vocación y vivirla con fidelidad, pues muchos son los llamados. De hecho, todos los hombres sienten la vocación de la paternidad de una u otra forma. Pero muchos son llamados a la paternidad del sacerdocio.
¿Qué es un sacerdote? La respuesta a esta pregunta se extiende a lo largo de la Biblia, pero se desprende de las enseñanzas de la Iglesia. Revisaremos las enseñanzas católicas básicas antes de explorar su poderosa fundamentación en las Escrituras.
¿Recuerda el lector el libro que cambió la perspectiva de Joe Freedy respecto al culto y que dio un giro al curso de su vida? Bien, mi oración se dirige a que este pequeño libro pueda hacer por el sacerdocio lo que aquel libro hizo por la misa, al menos en el caso de un quarterback en Buffalo, Nueva York. No es la vanidad lo que alienta mis esperanzas. Hablo desde el punto de vista de la experiencia. He escrito varios libros, y sé que escribir conlleva una ardua tarea para el autor.
Sin embargo, cuando se hace correctamente, leer puede convertirse en una colaboración entre el lector y el Espíritu Santo; y es en ese momento cuando la lectura de un libro es mucho más grandiosa que su escritura. Si logro que al menos un puñado de lectores acuda al Espíritu cuando lea estas páginas, mi plegaria habrá sido escuchada.
2. EL DENOMINADOR COMÚN DEL SACERDOTE
Revisión de los puntos básicos
Me crié presbiteriano, aunque en un vecindario en el que habitaban abundantes familias católicas. Por ello, no tardé mucho en darme cuenta de que mis amigos católicos eran distintos de mí y de mis amigos protestantes en numerosos aspectos. Tomemos como ejemplo la geografía. Tendíamos a marcar las lindes municipales de acuerdo con los distritos escolares: ¿Tú vas a Mount Lebanon o a Bethel Park? Con sólo cruzar una calle, acudías a un colegio de secundaria diferente. Podrías considerarte en un país totalmente diferente.
Por su parte, los católicos dividían el territorio por parroquias. ¿Vas a la de St. Bernard o a la de St. Germaine? E incluso daban un paso más en la geografía católica, pues cada parroquia era identificada por su párroco: Father Lonergan en la de St. Bernard, y Father Hugo en la de St. Germaine. En cierto modo me asombra que, aun habiendo crecido como presbiteriano, todavía me acuerde de estos detalles después de tantos años. En las clases de geografía del colegio tuve que memorizar las capitales de los principales países del mundo, y posiblemente no pueda citar hoy en día ni la mitad de ellas. No obstante, sí que recuerdo con claridad los nombres de las parroquias y de sus párrocos, a quienes jamás conocí. No importa, pues los países y sus capitales aparecen y desaparecen, mientras que las parroquias siguen en pie en su lugar, y los parroquianos todavía veneran los nombres de aquellos pastores.
Los católicos saben quiénes son sus sacerdotes, de eso no cabe duda. La pregunta es, ¿tenemos nosotros igual de claro qué es un sacerdote? Quizás no.
No es un simple trabajo
Si hubiese preguntado a mis antiguos amigos del vecindario, seguramente me habrían explicado que un sacerdote es a la parroquia católica lo que un ministro es a la iglesia protestante. Es el director general de todas las operaciones, la persona que preside el culto cada domingo.
En cierto modo así es. El «trabajo» que un sacerdote realiza a lo largo de una semana cualquiera puede mostrar en apariencia numerosas similitudes con el «trabajo» de un ministro protestante, cargo que yo mismo ocupé durante cierto tiempo antes de convertirme al catolicismo. Como pastor presbiteriano, prediqué sermones, aconsejé a la gente y visité a los enfermos. Me preocupé por las goteras del tejado de la iglesia, trabajé con las congregaciones de los «grupos de los mayores» y participé en programas para la recaudación de fondos. Todas estas obligaciones eran comunes a las del clero católico en las parroquias de la ciudad.
Sin embargo, existían otras diferencias más amplias y profundas entre nosotros, ministros protestantes, y ellos, sacerdotes católicos. Del mismo modo, existen diferencias amplias y profundas en la forma en que los sacerdotes católicos y los ministros protestantes entienden su oficio, su trabajo y su vida.
El ministro protestante apareció tras la Reforma protestante del siglo XVI, como un rechazo consciente a la concepción católica tradicional del sacerdote. De ahí que las diferencias sean fundamentales, hasta el punto de llegar a producir divisiones de larga duración entre los cristianos. No es mi intención hacer hincapié en las diferencias, pero considero que es indispensable que seamos conscientes de ellas, pues afectan a nuestro entendimiento del clero. Más aún para aquellos de nosotros que vivimos en sociedades cuya historia ha sido esculpida por el cristianismo protestante.
En un momento volveremos a centrarnos en esas diferencias. Por ahora, basta con que examinemos qué enseña la Iglesia Católica sobre el sacerdocio.
Por el bien de los sacramentos
Me gustaría dejar claro desde el principio que los sacerdotes son también ministros. Son ordenados para cumplir su ministerio. Y dado que la palabra ministerio significa «servicio», los ministros son siervos. El catecismo de la Iglesia deja muy claro que la vida de un sacerdote está consagrada «al servicio de»[1] sus feligreses. Tras la ordenación, considerará el resto de su vida como un «periodo de servicio». Lo que haga durante su ministerio deberá medirse «según el modelo de Cristo, que por amor se hizo el último y el servidor de todos. El Señor dijo claramente que la atención prestada a su rebaño era prueba de amor a Él»[2]2.
Ahora bien, un hombre puede servir de formas muy variadas a las personas de su comunidad. Puede cortar el césped de sus jardines, preparar sus impuestos, organizar los banquetes de bodas o cambiar el aceite a los coches, y todos estos propósitos serán nobles. No obstante, no es la manera en que un sacerdote es llamado a servir.
El Nuevo Testamento es bastante específico respecto al ministerio y a las principales obligaciones de los sacerdotes. Éstas son rituales y expiatorias, tal como leemos en la Carta a los Hebreos: «Porque todo Sumo Sacerdote, escogido entre los hombres, está constituido en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados» (Hb 5, 1). ¿Qué podemos deducir de esto? Que un sacerdote es alguien que ofrece sacrificios. Es un mediador entre Dios y la humanidad. Y ésta es la verdadera naturaleza de su servicio.
Cuando Jesús ordenó trabajos específicos a sus apóstoles (de forma colectiva), estos trabajos eran invariablemente sacramentales y rituales. Lo vemos en cada uno de los Evangelios. Jesús ordenó a sus apóstoles que bautizaran: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos» (Mt 28, 19). Les ordenó que dijeran Misa: