México ante el conflicto Centroamericano: Testimonio de una época. Mario Vázquez Olivera
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A mediados de 1982, tuvo lugar una nueva ronda de conversaciones entre Estados Unidos y Nicaragua, realizada gracias a la iniciativa del gobierno mexicano. El punto nodal fue la exigencia por parte de Washington de que se democratizara el régimen sandinista, como un mecanismo de presión en contra de Nicaragua encaminado a aislarla del resto de Centroamérica. De esta reunión no se desprendieron resultados concretos y se fortaleció la idea de que Estados Unidos no tenía ninguna intención de negociar. Derivada del acercamiento entre México y Venezuela, en septiembre del mismo año tuvo lugar en Cancún una reunión de cancilleres de ambos países, en la cual los presidentes de México y Venezuela acordaron enviar sendas cartas a sus homólogos de Estados Unidos y Honduras, así como al coordinador de la Junta de Reconstrucción Nacional, conminándolos a frenar la escalada bélica en Centroamérica y a fomentar el diálogo y la negociación para la solución de los conflictos. El presidente Reagan ignoró este llamado y optó por convocar a un Foro para la Paz y la Democracia, en San José de Costa Rica, cuya finalidad consistía en aislar al gobierno sandinista. En esta reunión participaron Costa Rica, El Salvador y Honduras, quedando excluidas Nicaragua y Guatemala por no cumplir con los principios de un gobierno democrático. Por ello, ni México ni Venezuela aceptaron participar en el Foro y prefirieron concertar una entrevista entre Daniel Ortega y el nuevo presidente de Honduras, Roberto Suazo Córdova, con el fin de promover el diálogo acerca del problema de la contra. Sin embargo, Suazo Córdova no aceptó la invitación y la mediación de México y Venezuela quedó sin efecto alguno.74
Más allá de los principios
A partir de 1979, la relación entre la política exterior y los principios se modificó. En primer lugar, el gobierno mexicano empezó a definir una serie de intereses, ubicándolos por encima de los principios y, en segundo lugar, comenzó a entenderse la necesidad de relativizar dichos principios, ya que en ciertas ocasiones debía imponerse el pragmatismo. En suma, se pensaba que había llegado el momento de apoyarse en los principios, pero sin limitarse a ellos. Había otro elemento de mayor jerarquía que justificaba la nueva política de México hacia Centroamérica: la batalla contra la violación de los derechos humanos. Así, se mantuvo la idea de la no intervención directa, pero se comenzó a justificar una política diplomática activa y una participación más decidida en los conflictos.
A todo ello coadyuvó a la idea de que los principios son algo más que verdades eternas e inmutables y encierran cierto grado de ambigüedad que les permite ser más flexibles. De aquí que no puedan abstraerse de una relación constante y compleja con la política real y concreta, pues son un ingrediente necesario pero, a veces, insuficiente en la elaboración y ejecución de la política exterior.75 De este modo, se produjo una ruptura en el sentido de que los principios se colocaron en un lugar diferente y México empezó a llevar a cabo acciones diplomáticas con repercusiones reales. La política exterior buscó, a partir de entonces, influir en las acciones y decisiones de otros países. ¿Podemos entonces hablar de intervencionismo? Pondremos algunos ejemplos.
En el libro de Emma Yanes se afirma que los integrantes del movimiento mexicano de solidaridad con Nicaragua siempre pudieron trabajar con absoluta libertad, aprovechando las facilidades otorgadas por el gobierno, tales como “lugares para hacer prácticas de tiro en Cuernavaca, casas de seguridad, dinero y pasaportes”. Se hace referencia también a los apoyos del propio presidente José López Portillo, del secretario de Gobernación Jesús Reyes Heroles y de Carlos Sansores Pérez, entonces dirigente nacional del PRI, quien les proporcionó “dos millones de dólares en efectivo, un avión Cessna de turbohélices y un automóvil blindado Ford LTD”.76
Por otra parte, en septiembre de 1978, meses antes del triunfo de los sandinistas, cuando Gustavo Iruegas estaba por partir para hacerse cargo de la Embajada de México en Managua, después de que el gobierno de México retirara a su embajador en ese país, el canciller Santiago Roel le dijo: “Vaya usted a Nicaragua a hacer todo lo que pueda por esa gente y su revolución, cuidando las formas, esas son sus instrucciones”.77 Iruegas siguió al pie de la letra la encomienda del canciller, pero reconoció que eran unas instrucciones muy poco comunes.78
Un aspecto más que pone en evidencia la manera en que los operadores de la política exterior mexicana relativizaron el principio de no intervención y participaron de forma directa en los asuntos políticos de Nicaragua fue la forma de negociar la ruptura de relaciones. Como se argumentó arriba, la ruptura en sí misma no contrariaba los principios tradicionales de la diplomacia mexicana y tenía sustento en la Doctrina Estrada. Sin embargo, el matiz que se señala ahora tiene que ver con la manera en que el encargado de negocios colaboró para llevar a cabo esta ruptura.
Cuando enviaron a Gustavo Iruegas a Nicaragua, en la Cancillería le preguntaron si debían romper relaciones con el gobierno de Anastasio Somoza y él respondió que no “porque venía una guerra más larga, porque iba a haber necesidad de dar asilo y necesidad también de saber qué pasaba en el país”.79 Por eso en un principio él recomendaba no romper, sino estar presentes en la situación de guerra. Unos meses después, ya en 1979, volvieron a preguntarle y su respuesta fue distinta: “Ahora pienso que sí, porque ya existe el Ejército Sandinista, pronto van a hacer la ofensiva final, y la ruptura de México iniciaría el aislamiento internacional de Somoza”.80 En ese momento, la lucha sandinista era vista como una causa revolucionaria, tanto en México como en América Latina. Sin embargo, al principio, en la Cancillería hubo cierta reticencia a la ruptura de relaciones por distintos motivos, entre ellos, la posibilidad de tener un conflicto con Estados Unidos o la idea de que con la ruptura se estuviera mucho tiempo alejado, sin saber lo que pasaba, prácticamente desconectados.81 En su testimonio, Iruegas narra como “el viejo Rosenzweig, que era el más sabio de todos, dijo: si se ha de hacer, hay que buscar un pretexto”.82 Pero Iruegas argumentó que no debería buscarse ningún pretexto, sino que debían romper relaciones con Nicaragua, no porque le hubiera hecho algo a México, sino por lo que su gobierno le estaba haciendo a su pueblo.83
El acuerdo fue entonces que Iruegas les mandaría decir cuándo lo consideraba más conveniente y regresó a Managua. Primero habló con los sandinistas para ponerlos al tanto de la decisión y luego se trasladó a Costa Rica para hablar con Daniel Ortega, “clandestino yo y clandestino él”.84 Los sandinistas querían que la ruptura coincidiera con la “ofensiva final”, pero Iruegas pensaba que eso no era conveniente, sino que era mejor anunciarla un tiempo antes, para que realmente tuviera repercusiones. De lo contrario, la noticia de la ofensiva ahogaría a la de la ruptura y ésta no tendría efecto alguno. Ortega estuvo de acuerdo y programaron juntos una posible fecha.85 Sin embargo, debieron esperar a que tuviera lugar la visita de Fidel Castro a Cozumel, en mayo de 1979, para que no se le vinculara con la decisión de romper relaciones con Somoza. Iruegas aclara que aunque algunos medios vincularon la visita de Castro con el anuncio de la ruptura de relaciones, como si ésta hubiera sido idea de Fidel, en realidad ambos acontecimientos no tuvieron nada que ver. López Portillo ya había tomado la decisión antes.86
Casi al mismo tiempo, el presidente mexicano había cesado al secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles, al secretario de Relaciones Exteriores, Santiago Roel, y al de Presupuesto, Ricardo García Sainz. La primicia “era que el nuevo secretario de Relaciones era don Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa”.87 Sin embargo, ante la presión de los acontecimientos, Iruegas decidió adelantarse y viajar a México porque la ruptura era ya muy urgente. Al llegar escuchó por la radio al presidente López Portillo que decía que le estaba ordenando