Identidad y disidencia en la cultura estadounidense. AAVV
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Harriet A. Jacobs publicó en 1861 Incidents in the Life of a Slave Girl: Written by Herself. En estos escritos recoge sus memorias como esclava, detallando el maltrato y los abusos sufridos. El libro sigue siendo material esencial dentro de la protesta en contra de la esclavitud americana desde el punto de vista femenino. La voz narrativa traza el camino interminable hacia la libertad que no se logra únicamente al convertirse en un ciudadano independiente del amo, sino al conseguir ser dueña de su cuerpo. En el siguiente fragmento, la escritora parte de la pregunta base del alegato por la abolición y lo plantea desde una perspectiva minoritaria ya que el Norte ya no se presenta como la panacea para sufrimiento del sometido, pues se dibuja cómplice cobarde del Sur:
Admito que el hombre negro es inferior. ¿Pero qué es lo que lo hace inferior? ¿Es la ignorancia en la que el hombre blanco lo obliga a vivir?; ¿es el látigo torturador que azota su hombría hasta acabar con ella? ¿Son los fieros sabuesos del Sur y los sabuesos humanos del Norte apenas menos crueles, que imponen la ley del esclavo fugitivo [. . .] el hombre del Norte no es bienvenido al Sur de la línea Mason y Dixon a no ser que se reprima cada pensamiento y sentimiento que difiera de su “peculiar institución” y no es suficiente permanecer en silencio. Los amos no están complacidos a no ser que obtengan un mayor grado de sumisión que este. (45)
La escritora comienza con una enunciativa afirmativa que parece establecer el hecho de manera categórica para, a continuación, y mediante una serie de interrogativas, demostrar el error del que parte el dogma racista. La violencia, el aislamiento, la censura y el miedo son las armas mencionadas empleadas para mantener al esclavo sometido y para robarle su dignidad.
El intento de secesión y la reconstrucción del mito
El Sur se enfrentaba desde un principio a la guerra civil en desventaja por la ausencia de un ejército suficientemente organizado, habiendo partido del erróneo principio de que conseguirían la secesión sin grandes dificultades. Sin embargo, sus tierras, su economía y su ánimo se vieron rápidamente mermados, añadiendo a esto los incontables daños colaterales. Por lo que en las narraciones del conflicto bélico los sureños expresan su sufrimiento pero siempre culpando a las manos armadas salvajes del Norte.
Mary Boykin Chesnut, mujer de un oficial confederado, recoge en su diario su estancia refugiados en Carolina del Sur: “Estamos aquí encerrados, castigados mirando a paredes muertas, sin correo… Todos los ferrocarriles han sido destruidos y han desaparecido los puentes. Estamos desconectados del mundo aquí para morir de sufrimiento, consumiendo nuestros corazones” (542). Ante esta sensación de aislamiento, el sureño parece perder su alma y cae en la desesperanza ante un entorno en el que el progreso, simbolizado por el ferrocarril y el puente, ha sido destruido por una mano ajena. Al presentar el agente como pasivo, la estrategia de la redactora resulta efectiva al permitirle no incluir a los confederados como participantes activos en los destrozos.
Bien por omisión o por crítica despectiva explícita, el relato de los hechos desde el otro bando se encauza con la intención clara de establecer equivalencias entre el Sur y lo salvaje y el Norte y el progreso y la razón. Incluso, simplemente a través de la diferencia en el ecosistema y paisaje, pues ésta llevaba a los soldados del Norte a un estado de ostracismo psicológico; estas connotaciones se atribuyen a la naturaleza del Sur ya en textos que relatan la Revolución:
Las Carolinas y Georgia eran increíblemente salvajes en la época de la Revolución; exceptuando algunos tramos en los alrededores de las ciudades, que, en general, los partisanos Patriotas evitaban, la jungla quedaba siempre a tiro de mosquete [. . .] las montañas les obligaban a descartar todas las tácticas bélicas formales de la época, teniendo que ser adaptadas al entorno para que tuvieran éxito. (Weller, 123)
Por otro lado, independientemente del carácter radical de las imágenes que ambas partes sostenían del enemigo, se debe tener en cuenta que una de las características principales de las crónicas y remembranzas sureñas de la guerra civil es la reevaluación de la validez de los principios que los llevaros a reclamar la secesión, debido a las pérdidas sufridas y a la confluencia de argumentos conflictivos incluso dentro de los estados del Sur, por más que pretendieran presentarse como una unidad indivisible (Channing, 219). La existencia de diferentes grupos raciales y clases sociales significa que no todos los segmentos de la población podían abanderar los mismos principios. El blanco pobre, el aristócrata dueño de plantaciones y esclavos de varias generaciones componían un frente forzado que inevitablemente presentaba fracturas que dejaban entrever dudas sobre la identidad sureña como ente sólido. Este conjunto desordenado de intereses resultó en una doble pérdida, ya que como dice el reconocido historiador C. Van Woodward: “cuando los objetivos ideológicos se encuentran en conflicto con fines egoístas y pragmáticos, son los ideales los que tienen más posibilidades de ser sacrificados” (552-3). Por lo que los daños materiales, naturales y humanos deberán sumarse al deterioro de la pureza de convicción en los discursos acerca del conflicto.
Tanto en textos escritos por soldados de la Unión, como en la novela de la guerra civil de Stephen Crane, The Red Badge of Courage, como desde la perspectiva de sureños confederados como Gone with the Wind de Margaret Mitchell, se percibe la decepción, el terror y, sobre todo, el legado de tierras baldías, muertes e incertidumbre que las batallas dejaron en el país y, sobre todo en el Sur. Crane narra la experiencia traumática de la guerra en la que el joven soldado oscila de los espasmos de valor a una angustiosa catatonia; en ambos polos se imposibilita cualquier intento de contar la experiencia bélica con tonos generosos, soñadores o sentimentales:
El muchacho se hallaba paralizado por el horror. Miraba fijamente, lleno de agonía y asombro. Se olvidó de que se hallaba ocupado combatiendo el universo. Arrojó a un lado sus folletos mentales sobre la filosofía de los que se retiran y sus reglas para guía de los condenados. La lucha se había perdido. Los dragones avanzaban con pasos invencibles y continuos. El ejército, sin fuerzas en los espesos matorrales y cegado por la noche inminente, iba a ser devorado. La guerra, aquella bestia roja; la guerra, aquel dios henchido de sangre, iba a saciarse hasta hartarse. Algo en su interior le obligó a gritar. Sintió el impulso de pronunciar un discurso de aliento, de cantar un himno de batalla, pero sólo pudo lograr que su voz preguntara al aire: —Pero..., pero..., ¿qué... qué sucede? (Trad. Micaela Misiego, 101-2)
La inocencia del convencido inexperto se corrompe al experimentar la soledad, el pánico, la crueldad, el hastío, el agotamiento, el dolor y lo inhumano de la batalla.
Por el contrario Walt Whitman en su colección de poemas publicada en 1865 bajo el título Drum-Taps, incluye el poema “The Wound-Dresser” que endulza en la voz de un anciano un periodo de fracaso casi absoluto, si no fuera por haber significado el primer paso hacia la libertad de los ciudadanos africano-americanos. El veterano cuenta a su audiencia sus recuerdos entre heridos:
[…]
así en silencio, en proyecciones de sueños,
vuelvo, comienzo de nuevo,
me abro camino en el hospital,
el dolorido, el herido,
los calmo con mi mano que funciona como bálsamo.
Me siento junto a los pacientes agitados en la noche oscura,
algunos son tan jóvenes, otros sufren tanto.
Recuerdo