Identidad y disidencia en la cultura estadounidense. AAVV

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Identidad y disidencia en la cultura estadounidense - AAVV BIBLIOTECA JAVIER COY D'ESTUDIS NORD-AMERICANS

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ni la naturaleza o los jóvenes. Miraba a los jóvenes como si estuviera oliendo su estupidez. Un día la señora Hopewell había cogido uno de los libros que la muchacha acababa de dejar y, abriéndolo al azar, leyó: “[. . .] la ciencia no desea saber nada acerca de la nada. Eso es, después de todo, la actitud estrictamente científica frente a la Nada. Lo sabemos al no desear saber nada acerca de la Nada”. Estas palabras [. . .] tuvieron para la señora Hopewell el efecto de alguna encarnación diabólica en forma de parloteo. Cerró el libro rápidamente y salió del cuarto como si estuviera a punto de ser presa de terribles convulsiones. (268-9)

      Cuando el Sur absorbe de manera forzada los términos que el Norte impone, en un intento de alejarse del estereotipo de escasa sofisticación e ignorancia, el resultado roza el ridículo. Los significantes del Sur inadaptado se aplican, sin éxito, a elementos de la realidad, valores e ideas que no corresponden al contexto en el que son interpretados y la situación resultante es delirante.

      El Sur postmoderno

      Y, a pesar de que los libros no salvan de la brutalidad a los personajes de los relatos mencionados, el avance cultural durante los años 60 y los movimientos por los Derechos Civiles cambiarán no sólo el Sur sino los Estados Unidos, eso sí, no de manera definitiva ni alcanzando un ideal de igualdad. La literatura relacionada con el movimiento tendrá como objetivos principales denunciar y reafirmar. Así lo hace el siguiente poema de la poetisa de Kansas Gwendolyn Brooks titulado “Still Do I Keep My Look, My Identity...” (“Aún así mantengo mi apariencia, mi identidad…”):

      Todo cuerpo posee su arte, su preciosa pose prescrita

      que incluso en curiosas contorsiones de pasión, vals

      o golpes de dolor —O cuando una pena da una puñalada

      O el odio lo hace trizas —es de su propiedad y de nadie más. […]. (231)

      Los años 60 no sólo causan trauman en estos cuerpos, símbolo de la esperanza común, al observar el rechazo a un estado de justicia social e igualdad, sino también los marcarán la cruel experiencia de la guerra de Vietnam. A este respecto, resultan interesantes las siguientes palabras del líder del movimiento por los derechos civiles Martin Luther King en su discurso “A Time to Break Silence” (“Un momento para romper el silencio”), que parece resumir el despertar general de las voces minoritarias en los diferentes estados: “Nos han hecho enfrentar repetidamente la cruel ironía de ver a los chicos negros y blancos en las pantallas de los televisores mientras matan y mueren juntos por una nación que ha sido incapaz de sentarlos juntos en las mismas escuelas” (<Break Silence>). El orador y activista desvía la culpa del dolor causado hacia fuerzas superiores, liberando de ella a regiones o colectivos específicos; así todos son espectadores del horror causado por el gobierno central, el poder nacional que explota al ciudadano, independientemente de su clase o raza. Anima, de este modo, a liberarse, en lugar de ser esclavos, de opresión racista, máquinas, armas, ideologías imperialistas, industrias o intereses económicos de políticas exteriores.

      El problema es que la historia de los Estados Unidos se ha narrado desde la perspectiva del presente en la que América y Norte se convertían en sinónimos, mientras que el Sur ha continuado mirando al pasado, y narrando y fabricando su historia desde la nostalgia y la memoria. Y esto ocurre a medida que la globalización aumenta, que las estrategias políticas de manipulación en el Sur, como las trabajadas por Richard Nixon con “The Southern Strategy” en su campaña del 1969, complican todo esto y diluyen cualquier intento de conseguir una sensación de integridad, de identidad no fragmentada. De hecho, Arthur Miller en su artículo “Sincerity Lacking”, publicado en 1967, demuestra tener pocas esperanzas en las nuevas generaciones del país, en la que llama “una era de abdicación”, de las que dice que no es que sufran de una falta de comunicación, “sino de la falta de un tipo de sinceridad tan impresionante que te deja sin respiración y, que de un golpe, los ha convertido en tarados morales” (<Sincerity Lacking>). Así el proceso avanza hacia lo que Richard C. Cobb denomina “una lobotomía cultural” (142), en la que los medios de comunicación tienen un gran impacto en el Sur. La escritora sureña Bobbie Ann Mason describe este cambio en el paisaje en su relato “Shiloh”:

      Las parcelas se extienden a lo largo del Oeste de Kentucky como una marea negra… Leroy no consigue adivinar quién vive en todas esas casas nuevas. Los granjeros que se solían reunir alrededor de la plaza del juzgado en las tardes de los sábados para jugar a las damas y escupir el jugo del tabaco han desaparecido. Hacía años que Leroy no pensaba en los granjeros y habían desaparecido sin que él se diera cuenta. (5-6)

      Las tradiciones se pierden. Los pasatiempos pasan de ser momentos de inclusión en la comunidad, a un mayor aislamiento provocado por una total entrega del tiempo y atención a las nuevas transmisiones y recursos mediáticos. El paso del tiempo obliga al Sur a volver a delinear su geografía humana y física, aunque las incursiones en la modernidad sean percibidas como impuestas e infecciosas. Parte de este cambio llega con el denominado “Sun Belt” y la expansión hacía el Oeste. El Sur comienza a convertirse en una mercancía que puede publicitarse y hacerse atractiva para el Norte. Zonas como California se convierten en destinos ideales de turismo y, es más, el pasado anteriormente rechazado por vergüenza y culpa se reescribe de forma parcial y resaltando las cualidades de un Sur puro e inocente, hasta el punto de conseguir venderlo como una pantalla o escenario en la que el visitante puede volcar sus fantasías y sumergirse en un mundo intacto al que poder volver cuando la nostalgia por un pasado que nunca vivieron les ataque. Y en este Sur sumergido en lo absurdo, Lewis P. Simpson acuña el término Postsureño, un Sur que deberá aceptar la intertextualidad, entendiendo el uso del término como la inclusión de elementos extraños, para poder prosperar en su afán de alcanzar una incorporación final en el discurso nacional.

      El Sur no ha desaparecido pero en el proceso de americanización sí se ha transformado y como dice Edward P. Jones: “El sur es la mejor mamá del mundo y la peor mamá del mundo” (viii). El sureño debe decidir “qué parte de su herencia debería descartar y a cuál debería aferrarse” (Boles, 542). Sin embargo, ésta será una hazaña complicada al tratarse de un lugar repleto de “fantasmas”. Binx Bolling, en la novela de Walker Percy The Moviegoer, viaja al Norte, siendo consciente de la opresiva presencia del pasado en el Sur. Pese a ello describe así las ciudades que encuentra en sus incursiones en el Norte: “un lugar peligroso [. . .] [donde se puede sentir] el viento de los espíritus, brotando excitado y con lamentos de alarma” (203). Por lo tanto, un hombre del Sur se siente más seguro rodeado de la inquietante presencia de los espectros del pasado, las memorias que avergüenzan, que en el temido Norte que produce terror al no poderse controlar.

      Pero el Sur no puede permanecer encerrado en la obsesión con su pasado. Uno de los personajes de Barry Hannah en su última colección de relatos Long, Last, Happy, “Out-Tell, the Teller”, afirma que “si te introduces en tu historia dorada, tan sólo caminarás dando vueltas en la parálisis de tener tus botas llenas de lodo” (435). Si el sureño se empecina en construir su identidad según los estereotipos y perpetuados en la historia se sentirá como explica el ilustre

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