¡Ellas!. José Ramón Alonso
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No teníamos ningún tipo de derechos civiles. Era solamente un tema de supervivencia, de continuar existiendo de un día al siguiente. Recuerdo irme a la cama de niña oyendo galopar al Klan durante la noche, escuchando un linchamiento, temiendo que quemaran la casa.
En 1932 Rosa se casó con Raymond Parks, un barbero miembro de la NAACP —National Association for the Advance of Coloured People—, una de las principales organizaciones no gubernamentales que trabajaba y trabaja para mejorar las condiciones de vida de las personas de color y por la igualdad racial. Tras la boda, ambos comenzaron casi de inmediato a colaborar con la organización, recaudando dinero para la defensa de los llamados «chicos de Scottsboro». Se trataba de un grupo de adolescentes negros falsamente acusados de violar a dos mujeres blancas y condenados a muerte. A las profundas irregularidades —acoso policial, pruebas falsas, testigos falsos, un jurado formado exclusivamente por blancos, intentos de linchamiento, intentos de agresión, manipulación de todas las fases de la instrucción, etc.— siguió una sucesión de juicios que pusieron de manifiesto la desigualdad de la justicia para blancos y para negros, las profundas perversiones de un sistema que se autodenominaba democrático y la necesidad de levantarse y luchar para cambiar las cosas.
«La gente siempre dice que no cedí mi asiento porque estaba cansada, pero no es cierto. […] tenía 42 años. No, de lo único que estaba cansada era de ceder».
En el momento de su detención tras el incidente del autobús, Rosa Parks era secretaria del capítulo local de la NAACP en Montgomery. No era una responsabilidad política, sino que, según ella: «era la única mujer que había allí, necesitaban una secretaria y yo era demasiado tímida para decir que no». El trabajo en las organizaciones pro derechos civiles no tenía demasiadas alegrías en aquella época, pero seguían adelante. Rosa lo contaba así:
Trabajé en numerosos asuntos con la NAACP pero no obtuvimos ningún resultado. Había casos de palizas, de servidumbre forzada, de asesinatos y violaciones, pero no parecíamos tener demasiado éxito. Era más un tema de intentar retar a los poderes existentes y hacerles saber que no queríamos seguir siendo ciudadanos de segunda clase.
Rosa asumió su gesto como algo personal, como una ciudadana «harta de rendirse». Hay que pensar que la situación era dura: por poner un ejemplo, los niños negros no tenían ningún tipo de transporte que los llevase a la escuela. En su infancia en Pine Level, Rosa había visto y vivido que los niños blancos eran recogidos por los autobuses del servicio de transporte escolar que los llevaban a su colegio, mientras que los niños negros iban andando al suyo. En una entrevista años después, Rosa contaba:
No quería ser maltratada, no quería que me quitasen el asiento por el que había pagado. Ya era hora… tuve la oportunidad de hacer un gesto para expresar cómo me sentía al ser tratada de aquella manera. No había planeado que me arrestaran. Tenía muchas cosas que hacer sin tener que terminar en la cárcel. Pero cuando tuve que encarar esa decisión, no dudé en hacerlo así porque sentía que lo había soportado durante demasiado tiempo. Cuanto más cedíamos, cuando mayor era nuestra aceptación de esa forma de tratarnos, más opresiva se volvía.
Parks fue arrestada, juzgada y condenada a pagar una multa. Otras mujeres habían hecho gestos similares en los meses y años anteriores, pero el caso de Parks alcanzó notoriedad porque, una vez fuera de la cárcel, un grupo de personas, profesores, pastores protestantes y empleados, decidieron que no se podía seguir así. La misma noche que Parks fue liberada gracias a la intervención de Edgar Nixon, un activista de la NAACP, y de Clifford Durr, un abogado blanco que simpatizaba con la causa, Jo Ann Robinson, una profesora universitaria con la que Nixon había hablado, pasó la noche en vela imprimiendo treinta y cinco mil octavillas llamando a un boicot de los autobuses de la compañía de transportes de Montgomery. Las iglesias negras de toda la zona respaldaron el movimiento. El periódico The Montgomery Advertiser lo anunció en primera plana. Algo nuevo había empezado. La población negra se sumó al boicot y más del 75 % de los usuarios de autobús eran negros. Tres eran las modestas peticiones de los que protestaban: que se os tratase con respeto, que se contratasen conductores negros y que la zona intermedia del autobús entre blancos y negros se ocupase bajo la norma de que el primero que llegaba se quedaba el asiento libre.
El pastor de la iglesia baptista de la avenida Dexter, en Montgomery, se puso a su lado de forma decidida. Su nombre era Martin Luther King Jr., y se convirtió en el portavoz del boicot. El caso le dio notoriedad en toda la nación, y lo convirtió en el gran líder de la lucha por los derechos civiles. En sus discursos y actos públicos demostró siempre la firmeza y claridad de sus convicciones, insistía en la vía de la no violencia y huía del camino del odio y el enfrentamiento entre las comunidades. King llegó a ser el líder negro mejor valorado de su época, y recibió el Premio Nobel de la Paz en 1964. Desgraciadamente, murió asesinado cuatro años después a causa de sus ideas, de ese sueño que consistía en forjar una nueva sociedad en la que todos los hombres fuesen iguales, independientemente de su raza o su credo.
El boicot a los autobuses de Montgomery es uno de los hitos en la lucha por los derechos civiles y la igualdad racial en Estados Unidos, una protesta pacífica, un ejemplo de dignidad y exigencia. Duró 381 días. En esos largos meses, más de un año, obreros, madres de familia y ancianos se levantaban media hora antes o una hora antes, para cubrir andando el trayecto que antes hacían en autobús, y otro tanto a la vuelta. Las fotos de sus miradas serias mostraron en todos los periódicos del país el cansancio de esas gentes tras volver a casa caminando después de una larga jornada de trabajo y, al mismo tiempo, la resolución, la convicción de que era una batalla que no podían perder, por ellos, por sus hijos, por sus nietos. Respecto a las enormes presiones que sufrió todos esos meses —llegó incluso a perder su trabajo de costurera—, Rosa Parks explicaba que no sintió ansiedad porque había vivido toda su vida rodeada de presiones de distinto tipo y comentó: «No tuve ningún miedo especial, era más bien un respiro al saber que no estaba sola».
Al aspecto político de la protesta, es decir, el trabajo por ganar el favor de la opinión pública, se unió también la acción judicial. Encabezada por los abogados de la NAACP, la revuelta por los derechos civiles se libró también en los tribunales de justicia. En ellos el «caso Parks» se convirtió en un icono en la lucha contra la segregación racial. Al final llegó hasta el Tribunal Supremo de los Estados Unidos, que dictaminó que la segregación era una norma contraria a la Constitución norteamericana, que declara iguales a todos los ciudadanos. Un año después, el Gobierno federal abolió cualquier tipo de discriminación en los lugares públicos.
Rosa Parks fue denominada por el Congreso de los Estados Unidos «Primera dama de los derechos civiles» y «Madre del movimiento de la libertad». Recibió los dos máximos honores para un civil norteamericano: la Medalla Presidencial de los Estados Unidos y la Medalla de Oro del Congreso. Cuando falleció, a los noventa y dos años, su cuerpo fue velado en la rotonda del Capitolio, un símbolo de la democracia, de la Constitución y del pueblo de los Estados Unidos. Ha sido la única mujer y la segunda persona afroamericana que ha recibido este reconocimiento; el primero fue Jacob Chestnut, un policía que murió asesinado cuando un perturbado entró disparando en el propio Capitolio. Martin Luther King dijo una vez: «La libertad es una sola cosa. O la tienes toda o no eres libre». Gracias a Parks, a King y a miles de personas, el mundo fue un poco más libre.