¡Ellas!. José Ramón Alonso

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¡Ellas! - José Ramón Alonso Lienzos y Matraces

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años de historia de la Universidad de la Sorbona, una mujer dictó las clases.

      Cuando parecía que recuperaba una vida, la suya, a finales de 1911 empezó su particular calvario. El diario Le Journal publicaba una noticia en primera página con el siguiente titular: «Una historia de amor: Madame Curie y el profesor Langevin». Langevin estaba casado y tenía cuatro hijos. La entradilla detallaba: «Los fuegos del radio acaban de encender un fuego en el corazón de uno de los científicos que estudian tan devotamente su acción; y la esposa e hijos de este científico están llorando». El periodista seguía relatando que Marie Curie había roto una familia, dejando a cuatro niños en estado de orfandad. Otro diario, Le Figaro, publicaba una caricatura de Marie con un amplio escote y trenzas voladoras cuyo sombrero era un remedo de la cúpula de la Academia de Ciencias de Francia. El Excelsior, por su parte, publicaba un pseudoanálisis científico en el que el sujeto experimental era Marie Curie, e incluía dos fotos de ella con aspecto de ficha policial en las que se la veía cansada, con el cabello revuelto y una mirada fija que sugería peligro y perversión.

      Fue, durante semanas, el tema y la comidilla de los diarios y los cotilleos. Se hacían especulaciones por escrito sobre si la relación ya existía antes de la muerte de Pierre, llegando incluso a sugerirse de forma velada que este, en realidad, se había suicidado por la infidelidad de su mujer y la traición de su amigo.

      «No puedo aceptar la idea de que las calumnias y difamaciones de la vida privada puedan influir en el valor de la investigación científica».

      Paul Langevin era cuatro años menor que Marie y había trabajado en el laboratorio con el matrimonio Curie. Fue un buen científico, experto en paramagnetismo y diamagnetismo, y se enfrentó a los nazis en la ocupación de París en la Segunda Guerra Mundial. Su vida familiar era infeliz y tuvo numerosas relaciones extramatrimoniales, además de la que mantuvo con Marie. La familia y los amigos intentaron ocultar la situación, pero el 23 de noviembre L’Oeuvre publicó algunos fragmentos de la correspondencia Curie-Langevin con el titular «Los escándalos de la Sorbona». En esas cartas, Langevin le habla a Marie de su vida, le explica que las noches que pasa con su mujer son atroces, que no duerme más de tres o cuatro horas. Marie, por su parte, le recomienda trabajar hasta tarde y levantarse temprano, le dice también que compartir cama con su esposa no le dejará descansar, le pide que no la deje embarazada una vez más. Parece que la esposa de Langevin encargó a un detective privado que obtuviera pruebas y consiguió robar la correspondencia de su despacho. Los biógrafos dan por sentado que esas cartas eran realmente de Marie, porque estaban escritas con las mismas frases categóricas con las que ella hablaba. Por bien que hables un idioma, si no es el tuyo materno, pierdes los matices y las frases suelen ser muy contundentes. El editor de L’Oeuvre, un ultraconservador, hizo el resto: manipuló los textos y seleccionó las partes más personales y salaces para inculparlos. La prensa amarilla no es un invento reciente.

      La respuesta de Marie a este acoso mediático fue clara: «Considero abominables todas las intromisiones de la prensa en mi vida privada». Pero la campaña de difamación no se detuvo y el tema empezó a presentar un claro sesgo xenófobo y sexista. Le echaban en cara ser extranjera y, alentando la hipócrita actitud de la época sobre las mujeres que se veían implicadas en un romance, depositaban sobre sus hombros toda la culpa, como si el hombre no tuviese nada que ver. La sociedad más rancia la acusó de traidora, de monstruo egoísta, de destructora de familias osando escribir «la gran Francia privada de sus hijos por una judía polaca». Llegaron a merodear en torno a su casa, a tirarle piedras a las ventanas; le gritaban por la calle llamándola «prostituta» y «tentación judía». También fueron hostigadas por los periodistas su hijas, Iréne y Eva, de catorce y siete años.

      Según la entrevista que realizó Valentina Raffio a Adela Muñoz Páez:

      Los matices más humanos de la historia de Marie Curie hacen que sea más fácil identificarse con ella. No solo fue un genio científico. Fue una mujer valiente que pasó por muchas más dificultades. El aspecto más frágil de Marie Curie también es inspirador porque, en cierto modo, derriba barreras y hace que más gente pueda interesarse por su historia. No solo fue una científica excepcional, también una mujer apasionada y muy luchadora.

      Los insultos continuaron, pues el periodista Gustave Téry llamó a Langevin «pueblerino y cobarde», y el físico retó al periodista a duelo. En aquel teatrillo, el periodista levantó su pistola y se retiró alegando que no podía matar a un hombre «tan valioso para la patria». Hubo más duelos, aunque sin muertes. Marie Curie y Paul Langevin no siguieron adelante con su relación, aunque los nietos de ambos, Hélène y Michel, se casaron muchos años más tarde. No se conoce que Marie Curie tuviera más romances, vivió sola el resto de su vida.

      De esta manera, la vida personal se mezcló con la trayectoria científica. A su hija Eva le escribió: «Constituye una fuente de decepción el hecho de permitir que todos los intereses de la propia vida dependan de sentimientos tan tormentosos como el amor».

      Svante Arrhenius, uno de los miembros de la Academia Sueca que había defendido la candidatura de Marie Curie para su segundo Nobel, le escribió una carta en nombre del Comité sugiriendo que no aceptara el premio hasta que se demostrara que las acusaciones de inmoralidad que se le imputaban no eran ciertas. Particularmente, decía que:

      Si la Academia hubiera pensado que las cartas en cuestión eran auténticas, no os habría, con toda probabilidad, otorgado el Premio […].

      La respuesta de Marie fue, como siempre, contundente:

      La decisión que me aconsejan que tome sería un error. De hecho, el premio se me ha otorgado por el descubrimiento del radio y el polonio. Creo que no hay conexión alguna entre mi trabajo científico y mi vida privada… No puedo aceptar la idea de que las calumnias y difamaciones de la vida privada puedan influir en el valor de la investigación científica. Estoy segura de que muchas personas comparten esta opinión. Me apena que no piensen Uds. de esta manera.

      En su discurso de aceptación del segundo Premio Nobel fue muy técnica, describió los nuevos avances en el ámbito del estudio de la radiactividad, y mencionó también la parte de la obra llevada a cabo por su esposo, pero explicitando que el trabajo que se premiaba era el que había realizado ella y, por tanto, no era un premio a la consorte, sino a la labor realizada por ella misma. En este discurso, recalcó delante del rey de Suecia, del Comité del Nobel y de todos los invitados que el aislamiento del radio como elemento puro lo había hecho sola. Para terminar de dejar las cosas claras, les recordó las palabras de lord Kelvin: «Si no se puede medir en números lo que se está investigando, el conocimiento sobre el objeto investigado se torna poco preciso». No hablaba de su vida personal, estaba muy por encima de todo eso.

      Aun así, la situación le afectó. Volvió a caer en una depresión grave. Sus cuadernos de laboratorio, donde registraba la labor de cada día, tienen un hueco de un año. Se sabe que pensó en el suicidio y que, finalmente, ingresó en una clínica psiquiátrica con su nombre de soltera: madame Skłodowska. Prohibió a su hija que le escribieran cartas dirigidas a madame Curie, preocupada de no honrar el apellido de Pierre al mismo tiempo que buscaba que la prensa se olvidara de ella.

      Sería lógico pensar que Marie estuviera dolida por el trato recibido de los medios y la sociedad francesa. Pues bien, el dinero que sacó de su segundo Nobel lo donó a Francia para hacer frente al esfuerzo bélico de la Primera Guerra Mundial, mientras que el gramo de radio que consiguió reunir, tras un trabajo durísimo, y que valía una fortuna, lo donó al Instituto del Radio de Francia. Tras el inicio del conflicto, Marie estudió Anatomía Humana, obtuvo el carné de conducir y se fue al frente con su hija Iréne — que también recibiría el Premio Nobel años después—. Las dos instalaron unidades móviles de radiografía y formaron enfermeras que se movían por los hospitales de campaña ayudando a los cirujanos a operar a los soldados heridos gracias a que podían identificar

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