40 ejercicios de neurociencia para emprender. Néstor Braidot

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40 ejercicios de neurociencia para emprender - Néstor Braidot

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      Cada sujeto ve el mundo en función de lo que percibe e interioriza y en ello tiene una enorme influencia el entorno.

      Partiendo de esta premisa, inteligencia es un concepto relativo.

      Además de lo que se lleva en los genes y de las condiciones fisiológicas del cerebro, es difícil definirla sin considerar la capacidad de adaptación de una persona a diferentes ambientes.

      Esto no se refiere únicamente a la cultura, sino también a la habilidad para sortear los inconvenientes que se presenten en cada momento de su emprendimiento.

      El tema del relativismo es analizado de manera muy interesante por Martin Gardner, que aboga por la importancia de adoptar una perspectiva intercultural debido a que, en sus términos “una misma inteligencia se puede emplear en diferentes culturas con unos sistemas de roles y valores muy distintos”.

      Como cada cultura ha desarrollado sistemas religiosos, místicos o metafísicos para abordar las cuestiones existenciales, él utiliza el ejemplo de un chamán y de un yogui para explicar que la inteligencia también está relacionada con las competencias sociales requeridas por cada grupo humano.

      Al analizar los distintos puntos de vista de Oriente y Occidente, razona que en las sociedades influidas por Confucio se considera que las diferencias en las capacidades intelectuales no son muy grandes.

      El rendimiento de las personas se explica, básicamente, por su esfuerzo, una idea con la que, en sus tiempos, también parecía coincidir nada menos que Darwin.

      En Occidente, continúa, se ha apoyado más la postura de que la inteligencia es innata y que poco podemos hacer para alterar el potencial intelectual con el que vinimos al mundo.

      Una posición que la neurociencia ha puesto en jaque en numerosas oportunidades.

      El potencial que requiere un emprendimiento es exigente.

      Demanda un alto grado de energía, que debe estar cargada aún cuando todo alrededor parece extraviarla.

      Es clave iniciar la idea sabiendo que lo que viene será una etapa compleja y que para el propietario las exigencias seguirán siendo altas, aún cuando ya se promedie la vida del negocio.

      Así es posible comprender el grado de compromiso que se requerirá, tanto en energía mental como física.

      Confiar en que la idea funcionará también es esencial para comenzar. Si uno no lo hace… ¿Quién lo hará?

      Actitud positiva siempre. Para conservarla, es preciso manejar la inteligencia emocional de los sentimientos que asaltan en los diferentes momentos del proyecto. También, apuntalarla con fuerza y decisión.

      La responsabilidad hace la diferencia. Hacer que las cosas sucedan es el paso que va del idealista al emprendedor.

      Ese “hacer”, más que sólo “idear” es otra demanda de energía a atender. Hay que conservar el hacer activo.

      Tal como el corredor sabe que su entrenamiento físico le permite salir a la competencia, el emprendedor debe conservar su herramienta en training, dispuesta a dar batalla.

      Este es el aspecto técnico del negocio.

      El atleta también es consciente que lo que dice su cerebro: nunca darse por vencido y seguir los sueños, pase lo que pase, más allá de las tribulaciones momentáneas.

      Emprender es también transitar la dificultad. Comprender eso es central.

      Si en el momento en que no hay obstáculos es necesaria la energía para seguir adelante… ¿Qué se puede decir de aquellas instancias en que las trabas surgen en el camino?

      Ser el generador, el que propone los avances, el que impone el ritmo, el que maneja los tiempos es otro de los valores del emprendedor.

      La iniciativa abreva en una reserva de energía que debe estar siempre a tope. No sólo en materia de propuestas, sino también en cuestiones de conducción.

      La garra, la potencia, la pasión, la intensidad que se pone en el desarrollo del negocio es un valor diferencial entre el emprendedor y el ejecutivo.

      Aunque para ambos es una cualidad de valor, es impensable que el primero no la posea o no la ejercite con ahínco. Cuestión que, nuevamente, requiere de energía.

      En esta enunciación somera queda expuesta la imprescindible necesidad de contar con suficiente fuerza para encarar las exigencias que emprender demanda.

      Además, es requisito el aprendizaje de su dosificación justa para preservarla de manera generosa.

      Allí juegan los resortes de la neurociencia, para contribuir a esa articulación.

      Tener una idea y la fuerza arremetedora de llevarla adelante es una tromba que derrumba casi todas las tranqueras.

      No obstante, no basta para hacer un proyecto que se vuelva exitoso y se mantenga en el tiempo. Es indispensable también trabajar los atributos vinculados al pensamiento.

      Y, claro, el pensamiento se produce en el cerebro.

      Así, las neurociencias tienen un protagonismo clave para construir el marco esencial para ser creativos y otorgar de originalidad a las ideas y soluciones que se requerirán, no sólo en el comienzo, sino en cada avance del emprendimiento.

      Ante todo, enfrentándose a un mundo volátil que exige nuevas propuestas de manera permanente.

      La originalidad y la creatividad son dos condiciones que se poseen y se entrenan. Se potencian y se ejercitan.

      Encontrar sendas inexploradas o caminos alternativos constituye una suerte de pensamiento lateral en los negocios sólo posible en un cerebro entrenado para ello.

      Otro valor vinculado a la reflexión es la capacidad analítica de lo que sucede.

      Tener el ejercicio de tomar distancia del negocio, verlo en perspectiva con detalle en términos prácticos, teóricos y abstractos, con suficiente nivel crítico como para torcer los rumbos necesarios, aunque sin llegar a imponer una práctica autodestructiva.

      Evaluar el andar de manera positiva es una práctica clave en la que la neurociencia juega una papel fundamental.

      Emprender es para valientes. Para los que se animan a desafiar el mercado y a sí mismos. Es salir a pelear entre otros contendientes a los clientes que van a comprar (o no).

      Hacerse amigo del desafío es en el emprendedor una relación cotidiana. Por ello no se debe temerle ni impedir que su aparición implique un desgaste emocional o físico, sino una realidad revelada, ineludible y hasta disfrutable.

      Con este panorama, el emprendedor debe acostumbrarse a lidiar con el estrés.

      Cabe recordar que es el modo en que el sujeto reacciona ante las situaciones, por lo tanto no necesariamente es malo.

      Si es una especie de “cosquillas en el estómago” que mantiene alerta, con ganas de hacer y no afecta

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