La censura de la palabra. José Portolés Lázaro
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17. En opinión de Ruiz Bautista (2008: 45), en España se generalizarían estas connotaciones peyorativas a lo largo de la década de 1940. Ya en la década siguiente el propio ministro de Información en ocasiones elude la palabra censura y habla de «consulta previa» o de «aprobación previa» (Arias Salgado, 1955: 127 y 163). Gabriel Arias-Salgado fue en 1951 y hasta 1962 el primer ministro de Información y Turismo, año en el que fue sustituido por Manuel Fraga Iribarne.
18. Esta definición no sigue las reglas de la tradición lexicográfica. Las definiciones a partir de un sustantivo censor o de un verbo censurar comunican una clase –el sustantivo– o una actividad (con un aspecto verbal determinado) –el verbo–; no obstante, todos corremos alguna vez y no somos «corredores», ni un modo de acción verbal de realización –tal como se concibe la censura en este libro– se define bien con un infinitivo, cuyo significado aspectual se corresponde mejor con un estado o con una actividad homogénea.
19. A lo largo del texto, se empleará destinatario para aquella persona a la que se dirige el emisor y receptor para aquella persona, incluido el destinatario, que recibe el mensaje. El censor, por ejemplo, puede prohibir un mensaje pensando que un niño –receptor– puede escucharlo, pese a no ser él el destinatario. Con todo, también en este caso el verdadero destinatario del mensaje puede verse afectado por esta censura.
20. Para una primera introducción a los asuntos tratados por la pragmática y el análisis del discurso, se pueden consultar Escandell (1996), Calsamiglia y Tusón (1999), Fuentes (2000), Gutiérrez Ordóñez (2001), Portolés (2004) y López Alonso (2014).
21. Portolés (2009).
22. En relación con lo que aquí se pretende, también Jef Verschueren (2012: 199) defiende la pragmática lingüística como una disciplina que puede proporcionar unas nuevas perspectivas y herramientas a las otras ciencias sociales.
23. En este punto es oportuno situar la propuesta de estudio que se desarrolla en estas páginas frente a una corriente con gran predicamento: el análisis crítico del discurso (ACD, Critical Discourse Analysis). El ACD busca el fortalecimiento social de los grupos que se encuentran dominados y se ocupa de los problemas que les afectan, en general, cualquier tipo de discriminación por medio del discurso (Rojo, Pardo y Whittaker, 1998; Fairclough y Wodak, 2000; van Dijk, 2009; Wodak, 2011; Fairclough, 2012). Ahora bien, pese a que en nuestro estudio habrá una amplia ejemplificación de situaciones de dominio de unos grupos sociales por otros, el enfoque elegido es más amplio y no se circunscribe a esta situación. De hecho, como ya se ha advertido, todos los seres humanos censuramos, si bien los poderosos lo hacen con más facilidad, con más frecuencia y con mayores efectos.
24. Dicho con otras palabras, la comunicación acostumbra a ser multimodal (§ 7.4.3).
25. Para estos términos técnicos, Poyatos (1994).
26. Beevor (2012: 1033).
27. Los opositores utilizaban el aplauso como forma de rechazo al Gobierno. El presidente recibió el paródico Ig Nobel Prize de la Paz de 2013 por esta prohibición y por la detención ese mismo año de una persona manca que había aplaudido. Disponible en línea: <www.improbable.com/ig/ig-pastwinners.html#ig2013>, consulta: 12-12-2015.
28. Kamen (20042: 173); Escudero (2005: 28).
29. Kress (2010: 82).
30. Ibáñez (2009: s.p.).
PARTE I
LA CENSURA DESDE LA PRAGMÁTICAY EL ANÁLISIS DEL DISCURSO
Capítulo 1
EL CENSOR COMO TERCERO
1.1 EL MOTIVO DE CENSURAR
Para estudiar la censura de la palabra, se debe partir del hecho de que quien habla o escribe hace algo y eso que lleva a cabo puede importunar a otros. Con hacer no solo se ha de pensar en que articula sonidos al hablar o dibuja trazos al escribir, sino también que realiza algo con esos sonidos o esos trazos: cambia el estado mental de otras personas. Del mismo modo que, cuando se construye un puerto, la costa es distinta a como era antes, en el momento en el que se le ordena algo a otra persona su mundo es diferente: quien ha ordenado se sitúa en una posición superior –puede ordenar– y emplaza al otro a cumplir su mandado. Esto también sucede si simplemente se asevera algo. Al escuchar, pongamos por caso: «Esa camisa te sienta muy bien», la camisa no cambia, pero nosotros sí. Esas palabras nos confirman que acertamos al comprar la camisa, nos muestran que otra persona se preocupa de nosotros, nos alegran; en fin, después de escucharlas no somos los mismos.
En los cuentos y en los milagros también se actúa con palabras sobre las cosas. Con «Ábrete, Sésamo», Alí Babá franquea la entrada de una cueva y Jesucristo resucita el cuerpo muerto de Lázaro diciendo: «Levántate y anda», pero, por eso mismo, son cuentos o milagros. Lo habitual es que los seres humanos no podamos hacerlo y nos limitemos a actuar con nuestras palabras en lo que podemos: la mente de otros seres como nosotros. El filósofo John Austin (1982 [1962]) consideró central este hecho para explicar la comunicación humana: hacemos cosas con las palabras. En su teoría diferenció en los actos de habla tres tipos de actos: actos locutivos, actos ilocutivos y actos perlocutivos.
Los actos locutivos consisten en decir o escribir algo. En cuanto a los actos ilocutivos de Austin, constituyen aquello que se hace con los actos locutivos, con «Esa camisa te sienta muy bien» se han dicho unas palabras, pero también se ha aseverado –no se ha preguntado, ordenado, sugerido o pedido, como pudiera suceder con otros enunciados– lo bien que le sienta a alguien la camisa. Y una tercera distinción de Austin es la de los actos perlocutivos. Estos constituyen los efectos o consecuencias, buscados o no buscados, que ocasiona en el interlocutor un acto ilocutivo; así, el enunciado anterior alegró a quien vestía la camisa, otro enunciado podría haberlo intrigado, indignado, persuadido de algo o desanimado.
En resumen, se hacen cosas con las palabras y esas acciones puede que, en el caso de la censura, incomoden de algún modo –acto perlocutivo– a quien puede prohibir. Recordemos un ejemplo histórico. La teología de la contrarreforma denominaba propositio –con algún tipo de modificador (blasphema, erronea, haeretica, impia, injuriosa, insana, piarum aurium offesivae, sapiens haeresim, scandalosa, seditiosa, entre otros muchos)– a los delitos verbales.1 En las conversaciones de la gente corriente las proposiciones erróneas más frecuentemente perseguidas por la Inquisición eran afirmaciones irreverentes