Universidad y Sociedad: Historia y pervivencias. AAVV

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Universidad y Sociedad: Historia y pervivencias - AAVV CINC SEGLES

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se alcanzó con libros españoles como el ya citado de Gómez Pereira. Valgan algunos ejemplos. La Compendiosa Historia Hispanica, de Rodrigo Sánchez de Arévalo, impresa en Roma hacia 1470; las Epistolas de Séneca (Toledo 1502); Crónica abreviada de España, de Diego de Valera, la Valeriana, como la llamó el autor, en las prensas sevillanas de Cromberger, en 1543; Los Seys libros de la Galatea, de Cervantes, por Cormellas (1618); diferentes ediciones de El Quijote; el Discurso Poético, de Juan de Jáuregui (1624); Conquista y Antigüedades de las Islas de la Gran Canaria (1676), de Juan Núñez de la Peña, que hace unos años editó Antonio Bèthencourt; el arbitrismo de la Representación al Rey (1732), de Miguel de Zavala, que se considera «An important work on political economy, of American interest»; los elegantes 18 volúmenes del Viage de España, de Antonio Ponz (1772-1794), o la Bibliotheca Hispana Vetus (Madrid, 1788, 2 vol.), de Nicolás Antonio, ambas en la Imprenta de Joaquín Ibarra. En un conjunto en el que, con la salvedad de la literatura científica y médica, predominan los autores clásicos sorprende encontrarse el Picasso, 1930-1935, de Christian Zervos (París, Cahiers d’Art, 1935), o Poems (Londres, The Dolphin Book, 1939), selección de poemas de García Lorca preparada por Rafael Martínez Nadal, traducidos por Stephen Spender y J. L. Gili, y editados por The Dolphin Book, sello que Gili había creado en 1934.42

      A fines de 1947 Negrín se instaló en París en un amplio piso de la avenida Henri Martin, cercano al Trocadero. Fue entonces cuando pudo recuperar aquella parte de su biblioteca depositada en 1940 en Andrésy, al amparo del notario Coquelin. En 1945 con ocasión de un viaje a México, Negrín solicitó al Secretario de Relaciones Exteriores, Francisco Castillo Nájera, que se le permitiera recuperar los libros que en 1941 habían quedado en Marsella bajo la protección de las autoridades mexicanas. La respuesta fue atenta e inmediata y en 1946 esas cajas viajaron de nuevo, en esta ocasión de Marsella a la notaría de Andrésy, ahora atendida por Georges Pelé.43 Allí permanecieron hasta 1954 cuando siguiendo instrucciones de Mariano Ansó, llegaron a París. Después de quince años, se reunían los libros y papeles que habían salido de España en 1939.

      Por un tiempo, entre 1947 y 1954, hubo de nuevo dos bibliotecas, una en Chiddingfold y otra en París y aunque entre ellas hubo trato y vaivén de papeles, la biblioteca abierta, viva y renovada fue la francesa. En el que fue despacho de Negrín, al hojear algún libro puede uno encontrar una nota de 1952 del editor de los Keesing’s Contemporary Archives, o un saludo de la librería londinense John & Edward Bumpus, fechado en octubre de 1956, pocas semanas antes de su fallecimiento.

      Los libros de estos años mantienen el gusto por lecturas muy variadas, entre el documentado relato biográfico de Robert Capa, Slightly Out of Focus (1947), y algún libro de Albert Camus, a quien debió conocer a través de la actriz María Casares, amiga de Feli López de Dom Pablo, que le dedicó La devotion a la croix, adaptación del auto sacramental de Pedro Calderon de la Barca (París, Gallimard, 1953). Obras de Einstein o de Norbert Wiener recuerdan la atención por la ciencia, interés que le llevó a colaborar con Raymond Moch, investigador del Laboratorio de Física Atómica del Collège de France.44 Atento a la política internacional, en abril de 1948 publicó unos artículos en el New York Herald Tribune en los que defendió que España no debía quedar excluida del Plan Marshall, una opinión muy criticada por el exilio. No obstante, desde México llegaron amistosos envíos como Recordación de Cajal (1952), homenaje editado por la revista Cuadernos Americanos en el que participaban discípulos y amigos como José Puche Álvarez o Arturo Rosenblueth; 50 años de arquitectura española (1900-1950), de Bernardo Giner de los Ríos; y No (1952), de Max Aub, que le dedicó el libro «con la devoción de siempre». Aub, también expulsado del Partido socialista en 1946, escribió la necrológica «Juan Negrín, el guerrillero», que no corrió de molde hasta 1967.45 También de la diáspora proceden dos libros: el Gulliver de Jonathan Swift, ilustrado por Luis Quintanilla (Nueva York, 1947), con una dedicatoria cómplice a quien «también conoce quienes son los pequeños, los grandes, los filósofos, los sabios y los Yahoos»; y Spanien mot Franco (1949), resultado de una estancia en Estocolmo, que incluye una traducción del poema de Machado dedicado a Lorca, preparada por Ernesto Dethorey, periodista y traductor que durante la guerra civil había estado muy vinculado a la embajada de España en Suecia.46 Un folleto de su biblioteca, Beograd 1936-1956, recuerda que en el otoño de 1956 Negrín viajó a Belgrado, donde los voluntarios yugoeslavos celebraban el veinte aniversario de la creación de las Brigadas Internacionales. Alguna fotografía le muestra con un grupo de combatientes. Debió ser la última. Fue también su último viaje. Falleció en París el 12 de noviembre de 1956.

      Días después, el 27 de noviembre, un documento notarial ofrecía una sumaria descripción de los muebles y objetos del domicilio de Negrín, entre ellos una cámara Leica. En su despacho «quatre bibliothèques ouvertes entièrement garnies de livres brochés ou reliés français et étrangers»; en el pasillo: «Soixante quatorze rayonnages contenant des livres brochés et reliés soit en Français soit en langue étrangère». Por entonces se decidió la venta de Combe Court, así como de los libros, cuya subasta en Sotheby produjo unos beneficios netos de 9.000 libras.47 La biblioteca de Henri Martin, enriquecida con los libros no vendidos en Londres, se mantuvo al cuidado de Feli López, si bien Juan y Rómulo Negrín quisieron conservar algunos libros y documentos. «Papá –escribió Juan a su hermano el 16 de noviembre de 1956– me habló con mucho más detalle que en otras ocasiones de los libros que preparaba y particularmente de la parte dedicada a la guerra de España. Me pidió comprobara y añadiera ciertos datos, fechas y detalles con ayuda de papeles y documentos que yo guardo».48 Los libros y papeles retirados por Juan –entre ellos una colección completa de la Editorial España– fueron a Nueva York aunque acabaron en una residencia que este tenía en Niza, y no parece que sus heredero hayan mostrado interés por conservar el legado. Algo similar ocurrió con los impresos –entre los que había algún incunable– que Rómulo se llevó a México.

      No fueron esos los únicos libros olvidados. A los de Jules-Étienne Marey y Jacques Loeb, a los que ya me he referido, podría añadirse una cuidada edición de El Príncipe, de Maquiavelo que, según comentó Serrano Suñer, le ofreció Negrín en un vuelo entre Madrid y Las Palmas, en la primavera de 1936, cuando ambos eran diputados. Debió haber muchos más. A partir de 1969, Feli López viajó con alguna regularidad a Madrid para visitar a sus familiares y en ocasiones lo hacía con los libros que estaba leyendo. Uno de ellos ya no volvió a París y debemos darlo por desaparecido. Era –debo la noticia a Carmen Negrín–, la Historia de la guerra en España, de Julián Zugazagoitia, publicada en Buenos Aires en 1940, un ejemplar que en los márgenes tenía anotaciones de Negrín relacionadas con el asesinato de Andreu Nin. En los dramáticos días de la retirada republicana, en enero de 1939, recordó Zugazagoitia que todo su consuelo intelectual se lo procuraban dos lecturas, El sermón sobre la muerte y la Meditación sobre la brevedad de la vida, de Bossuet, y las cartas de amor de sor Mariana Alcoforado al caballero de Chamilly: «A Negrín le interesó Bossuet. Se lo negué. El libro me servía para hacer ejercicios de serenidad». Ese sermón barroco que Negrín no consiguió leer en el castillo de Figueras y que con toda probabilidad nunca leyó, es quizá otro de los libros olvidados.49

      Al igual que la biblioteca de Alberto Manguel, reunida a lo largo de una vida peregrina, la de Negrín es el resultado de diferentes bibliotecas fragmentarias. Bibliotecas interrumpidas o abandonadas y vueltas a comenzar al albur de una vida nómada y del caleidoscopio de sus cambiantes intereses como lector. Esta nota es apenas un esbozo de las identidades lectoras de Negrín. Un apunte a la espera de una precisa catalogación de los fondos del Archivo de la Fundación Juan Negrín y del inventario completo de los libros, revistas y folletos que se conservan en el domicilio familiar, en París. Algunos no han podido ser desembalados desde aquel último traslado de Andrésy, en 1954, y se conservan con razonable desorden en baldas y rimeros cumpliendo la exigencia que, a juicio de Umberto Eco, debe tener toda biblioteca: participar de la azarosa condición de Rastro. 50

      DOCUMENTOS

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