Universidad y Sociedad: Historia y pervivencias. AAVV
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ENTRE MADRID, NÁQUERA Y BARCELONA (1936-1939)
Transcribo una carta recibida en Cultura Popular –escribió Arturo Serrano Plaja en diciembre de 1936– en la tarde de un día que por la mañana hubimos de visitar unos de nuestros frentes y en él hablar de la cultura con nuestros milicianos, dentro de las trincheras. «Estimados camaradas: […] en la mayoría de estos hoteles (hay que aclarar para la mejor comprensión de esta carta que se trata de hoteles deshabitados y situados en plena línea de fuego) existen bibliotecas con valiosas colecciones expuestas a ser destruidas por los obuses (y la incultura de algunos milicianos, los menos). ¿Por qué no nombráis una comisión que venga a rescatarlos? Espero que así lo haréis. Con saludos revolucionarios. Emeterio Orgaz, 4a Compañía de Asturias. 1a Brigada Internacional». No parece que la petición de éste oficial fuera atendida, pero algo pudo salvarse en esos devastados escenarios cercanos a Madrid. Debemos al esfuerzo de José María Corral, discípulo y amigo de Negrín, quien tras la guerra civil dirigió el Instituto Cajal, el rescate de una parte de los libros y revistas que se habían depositado un año antes en la recién creada Ciudad Universitaria. Una arriesgada intervención que le fue agradecida por la Junta para Ampliación de Estudios a fines de 1938. Convertida en frente de guerra, los libros de mayor tamaño sirvieron –como recordó el brigadista Bernard Knox y testimonia alguna foto de Robert Capa– en barricada y protección ante las balas enemigas.18
En 1936 llegarían las incautaciones oficiales que pretendían la salvaguarda del patrimonio bibliográfico y las requisas que aspiraban a socializar la lectura, pero prevalecieron la destrucción causada por las bombardeos franquistas y el hurto y la rapiña –que Gloria Fuertes ilustró con algún vivido recuerdo del Madrid de su juventud. Fueron muchas las bibliotecas desaparecidas entre 1936 y 1939.19 «No tengo un solo libro de mi biblioteca de Madrid», escribió en 1954 Alberto Jiménez Fraud, director de la Residencia de Estudiantes, que había dejado España en septiembre de 1936. En sus Caminos inversos, el fisiólogo Rafael Méndez –otro discípulo de Negrín de quien fue secretario cuando éste ocupó el ministerio de Hacienda–, agradeció que algún libro suyo rescatado por manos amigas le llegara a México, pero lamentó la pérdida de su ejemplar del Romancero Gitano que García Lorca, compañero de la Residencia, le había dedicado, adornando con dibujos algunos de los romances.20
Los libros de Negrín estuvieron en Madrid hasta que el Gobierno de la República se trasladó a Valencia. Fue entonces cuando la biblioteca inició un incierto éxodo que el final de la guerra y las circunstancias del exilio convirtieron en serpenteante y laberíntico. Feli López y Elías Delgado, técnico de laboratorio de Negrín y después secretario del Presidente, se ocuparon de trasladar la valiosa y amplia biblioteca a Náquera, una localidad cercana a Valencia en cuya urbanización La Carrasca se alojaron algunos ministros.21 Al parecer Negrín, ministro de Hacienda desde septiembre de 1936, ocupó una espaciosa casa conocida como «El Pinaret». Alguna huella dejó en sus anaqueles la estancia valenciana. Entre otras, Propaganda y cultura en los frentes de guerra, parte de cuya tirada se destinó a los asistentes al II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura reunido en Valencia en julio de 1937. Generoso arsenal de información gráfica y literaria, el libro, que debió coordinar Gabriel García Maroto, se imprimió en los talleres de La Semana Gráfica, de donde también salieron los romances de Emilio Prados, Llanto en la sangre, ilustrados por Miguel Prieto. También valenciano es el folleto Oficina de Adquisición de Libros. Memoria. Marzo-Noviembre 1937, preparado por María Moliner, entonces directora de la biblioteca de la Universidad de Valencia.22 A Valencia debió llegar otro de los libros para los agasajados congresistas de julio, la Crónica general de la Guerra Civil (1937), textos recopilados por María Teresa León con la ayuda de José Miñana, publicada por la Alianza de Intelectuales Antifascistas, que cierra el emocionado «Homenaje» de Luis Cernuda aparecido en El Mono Azul en febrero de ese año.
A fines de 1937 la biblioteca continuó su obligada errancia acompañando el repliegue republicano, ahora hacia Barcelona. Quedó instalada en la que fue residencia oficial de Negrín, una magnífica torre en Pedralbes que pertenecía a la familia Roviralta, donde el primero de mayo de 1938 se presentó el programa de gobierno, los conocidos 13 puntos. Por aquella Barcelona andaba Eduardo Zamacois quien relató en sus memorias, Un hombre que se va…, la peculiar protección que le ofreció Negrín cuando la novela El asedio de Madrid fue denunciada por derrotista. También en Barcelona estaba Luis Araquistáin, enfrentado a Negrín desde la caída de Francisco Largo Caballero en abril de 1937. Había logrado sacar su biblioteca de Madrid –le llegó por vía marítima desde Valencia–, y entretenía sus ocios con frecuentes compras en la librería de Antonio Palau Dulcet que fue –al decir del periodista y escritor– «origen de mi bibliofilia». Negrín no debió comprar tantos libros, pero alguno adquirió, a través de su hijo Juan, en subastas de bibliotecas clausuradas. Es el caso de Typografie als Kunst, de Paul Renner, y Duinesen Elegien, de Rilke, que procedían de la Biblioteca del grupo DAS (Deutsche Anarchosyndikalisten), que tanto había colaborado en la denuncia de las redes nazis en Barcelona y sería víctima del acoso comunista contra el POUM y los libertarios. En otro título, Der Arbeiter. Herrschatf und Gestalt (Hamburgo, 1932), de Ernst Jünger, aparece el sello del Centro de Estudios Alemanes y de Intercambio de Barcelona, fechado en 1938.23
La biblioteca de Negrín reúne una selecta muestra de la edición republicana, en particular de la propaganda en el exterior. Arthur Koestler figura en ella con Spanish Testament (Londres, Victor Gollancz, 1937) y con Menschenopfer Unerhört. Ein Schwarzbuch über Spanien, publicado en las parisinas Éditions du Carrefour, un sello que Pierre G. Levy, el editor de Bifour, había creado en 1928. A comienzos de los años treinta lo había cedido a Willi Münzerberger, quien con la ayuda financiera de la Komintern, para quien trabajaba, saneó sus decaídas cuentas.24 París fue un centro editorial muy relevante de la agitprop comunista. Allí se imprimió en 1938 Espionnage en Espagne (Dënoel, 1938), libelo contra el POUM que contó con un prólogo de José Bergamín y firmó un inexistente Max Rieger. Rieger, supuesto integrante de las Brigadas Internacionales, enmascaraba a un colectivo aunque la autoría determinante fue la de Wenceslao Roces –entonces subsecretario del ministerio de Instrucción Pública–, o bien, lo han apuntado Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo, la de Georges Soria, periodista y militante del partido comunista francés. Panfleto bien fabricado por la inteligencia estalinista, plagado de equívocos, que pretendía justificar la represión contra los troskistas y la atrocidad cometida por los comunistas con Andreu Nin en junio de 1937. La edición francesa aparecía traducida –de una supuesta edición española– por Jean Cassou, en tanto la edición española, publicada ese mismo año en Ediciones Unidad, sello del partido comunista de España, acreditaba la traducción de Lucienne y Arturo Perucho, ambos de obediencia comunista, de un texto francés previo. También ha suscitado alguna controversia la colaboración de Bergamín, por entonces presidente de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, cuya firma avalaba la represión del POUM, calificada de caballo de Troya y de eficaz instrumento fascista en el territorio republicano. A juicio de Gonzalo Penalva, Bergamín aceptó escribir el prólogo –del que nunca abjuró– porque se lo había pedido Negrín y porque estaba convencido de la verdad de las acusaciones.25 Otros libros, también parisinos: La République espagnole lutte pour la défense de la démocratie (Imprimerie Coopérative Étoile, 1937), de Jean Cassou; La Guerre en Espagne (Imprimerie Coopérative