Revistas para la democracia. El papel de la prensa no diaria durante la Transición. AAVV
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El debate periodístico sobre el secreto de las deliberaciones de la ponencia constitucional fue más bien sordo. De hecho, ni siquiera Interviú, que venía colocándose a las afueras del consenso constitucional e incluso de los Pactos de la Moncloa, hizo causa contra aquella decisión de los constituyentes de esconder sus trabajos adoptada en pleno agosto de 1977. Cuando sale a la luz, primero una parte del articulado (Cuadernos para el Diálogo) y luego la totalidad (La Vanguardia), solo un pequeño suelto, recuadrado en la página 116, se felicita por ello: «Bien por Cuadernos».96 El comentario del director es distante, «un texto gris, sin empuje alguno, espeso y municipal, pacto entre la cobardía y el egoísmo», y le augura un futuro igual al de los Pactos de la Moncloa, «que todo el mundo los ha firmado y al final nadie quiere cargar con la paternidad correspondiente».97
No solo el director, Álvarez Solís, sino a menudo algunas firmas de prestigio de la revista, como Fernando Claudín,98 advierten de que el consenso constituyente amenaza con retrasar sine die las imprescindibles y urgentes elecciones municipales. La visión crítica de los excesos del «consenso» se acompaña de una clara focalización sobre los conflictos laborales o los acuciantes problemas sociales, que desbordaban o amenazaban con desbordar los límites de dicho consenso.
A la hora de examinar el resultado de los trabajos de la Comisión Constitucional, el primer dato que se debe tener en cuenta es el referéndum de diciembre de 1978, que convirtió el proyecto de Constitución en vigente Carta Magna. Interviú, nuevamente, se desmarca de los entusiasmos generalizados por dicha aprobación, ya que no solo no encuentra tan indiscutible el resultado aprobatorio («no se trata ya de que cerca del 40 por 100 de los españoles –abstención y votos blancos–hayan vuelto la espalda a la Constitución»), sino que lamenta «el desangelamiento con el que fue vivida por la calle la “más alta ocasión que vieron los siglos”».99
El compromiso de Interviú con los «temas» sociales, aunque siempre con un enfoque más bien sensacionalista, fue una de sus constantes. Reportajes sobre los casi olvidados crímenes del franquismo: «Vitoria no olvida» o «Datos sobre el caso Puig Antich» (10 de marzo de 1977), «Galicia. Recuerdo de los crímenes fascistas» (9 de junio de 1977), «Las mujeres peladas, broma de Fraga» (4 de agosto de 1977), «Granada: las matanzas no se olvidan» (1 de diciembre de 1977) o «Masacre fascista en Arahal (Sevilla). La venganza fue terrible» (9 de febrero de 1978). También sobre la represión posfranquista que convive con la reforma: «Estampas de la reforma» (16 de junio de 1977), fotos de cargas policiales que han devenido icónicas o la historia de algunos «topos» escondidos durante el franquismo: «Cuarenta años de miedo» (14 de agosto de 1977).
Esta fue una línea de trabajo en la que la revista, si no estuvo sola, no tuvo demasiadas compañías. El tipo de transición que fue posible hacer en España condicionó una especie de sordina en torno a la oscura noche del franquismo que se tardó decenios en corregir. Denuncias sobre la corrupción, la fortuna de los Franco o los negocios privilegiados de la aristocracia franquista: «La finca fantasma de Pilar Franco» (9 de febrero de 1978), «Lo que chupan los aristócratas» (2 de marzo de 1978), «Los Rosón, azote de Galicia» (20 de abril de 1978) o «Rumasa al descubierto» (3 de febrero de 1977).
En medio de una época de politización rampante, Interviú presta mucha atención a algunas de las luchas sociales más destacadas, que otros medios olvidan, como «Los “güertanos” contra el Marqués de Mondéjar» (14 de diciembre de 1978). Y también a colectivos marginados o en riesgo de exclusión como «En busca del subnormal perdido» (4 de agosto de 1977), «Despedidas por lesbianas en una fábrica de Valencia» (14 de diciembre de 1978), «Mi vida en Carabanchel» (10 de marzo de 1977) o «Profesión delincuente. Los que no pueden elegir» (16 de junio de 1977).
Y, por supuesto, la incorporación, podríamos decir, desacomplejada de los nuevos personajes del mundo político, que contribuyó a visibilizar y dar realidad a una nueva clase política, antes incluso de que recibiera el refrendo de las urnas. Felipe González, Enrique Tierno Galván, Santiago Carrillo, Marcelino Camacho, incluso Dolores Ibárruri, La Pasionaria. De hecho, una de las escasas portadas de la revista que no lleva desnudo femenino fue la del 24 de junio de 1976, protagonizada por un Marcelino Camacho enfundado en su característico jersey de cuello vuelto. Este esfuerzo de visibilización o «normalización» de una nueva clase política para la democracia, la verdad es que fue compartido por otras revistas como Cambio 16 o Cuadernos, Triunfo y algunas ilustradas, y puede considerarse como una de sus contribuciones más decisivas a la transición democrática.
Todo ello configuró un tipo de oferta periodística peculiar que se caracteriza por una crítica valiente y desde posiciones democráticas al mundo político, aunque sin un verdadero seguimiento de los temas políticos, así como también una atención intermitente también a temas sociales y marginales y una apuesta por la libertad moral y de las costumbres que conectaba con las generaciones jóvenes más «post franquistas». Aunque el «populismo» y el sensacionalismo con los que se presenta y defiende todo ese criticismo, el enfoque escabroso y el desmedido interés por el escándalo y el impacto visual serían hoy muy discutidos y lo eran también entonces. Como señala Jorge Marí (2007: 136),
la relevancia de Interviú deriva en buena medida de que muchas de sus paradojas internas y de las posibles contradicciones entre su discurso oficial y su praxis –erotismo como liberación / erotismo como explotación comercial y como perpetuación de la dominación masculina, exaltación de valores democráticos / falta de ética periodística, etc.– pueden verse como contradicciones inherentes al propio destape e incluso al propio proceso transicional.
Lo cierto es que esa específica combinación de ingredientes funcionó a la perfección y tuvo el efecto, quizá no buscado, de incorporar lectores menos politizados o, por así decirlo, de ampliar los públicos de lo político en una España en transición que estaba necesitada, precisamente, de esa base social de apoyo.
1. El salto de Cambio 16 de 43.483 ejemplares (1974) a 199.623 (1975) y 348.081 (1976), para retroceder a 145.494 (1978), en contraste con el crecimiento sostenido por Interviú, que pasa de 297.524 ejemplares (1976) a 640.462 (1977) y a 712.385 (1978), ilustra la retracción de la revista política ante la renovación de la prensa diaria, que no afecta de manera inmediata a la línea popular sensacionalista de la segunda (Cabello, 1999: 114-116).
2. Los 16 accionistas fundadores de Cambio 16 son los siguientes, por orden de posesión de acciones de la empresa Información y Publicaciones S. A.: José Luis Barreiro Conde, industrial gallego (60); Luis María de la Fuente, empresario (55); Juan Tomás de Salas, periodista y fundador (55); Domingo Garnelo Vázquez, industrial gallego (55); Luis González Seara, catedrático de universidad (55); Alfredo Lafitta, abogado del Estado (55); Juan Huarte, empresario navarro (50); José Félix de Rivera, industrial sevillano (25); César Pontvianne, empresario salmantino (22); Romualdo