Conflicto cósmico. Elena G. de White

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Conflicto cósmico - Elena G. de White

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se acercaron mutuamente hasta que solamente un río los dividía. “Los cruzados constituían una fuerza muy superior, pero en lugar de lanzarse a pasar el río para entablar la batalla contra los husitas, a quienes habían venido a hacer frente desde tan lejos, se mantuvieron en un lugar observando en silencio a los guerreros”.[19]

      Repentinamente un terror misterioso cayó sobre esa hueste. Sin dar un solo golpe, esa tremenda fuerza se disolvió y se esparció como empujada por un poder invisible. El ejército husita persiguió a los fugitivos, y un inmenso botín cayó en manos de los vencedores. La guerra, en lugar de empobrecer, enriqueció a los bohemios.

      Pocos años más tarde, bajo un nuevo Papa, se emprendió aun otra cruzada. Otra vez un ejército enorme entró en Bohemia. Las fuerzas husitas se retiraron atrayendo a los invasores más al interior del país, e induciéndolos a creer que ya habían ganado la victoria.

      Por fin el ejército de Procopio avanzó para presentarles batalla. Tan pronto como oyeron el son del ejército que se les aproximaba, aun antes que los husitas estuvieran a la vista, de nuevo el pánico se apoderó de los cruzados. Príncipes, generales y soldados rasos arrojaron sus armaduras y huyeron en todas direcciones. La derrota fue completa, y de nuevo un inmenso botín cayó en manos de los vencedores.

      Así fue como por segunda vez un ejército de hombres aguerridos, preparados para la batalla, huyó sin asestar un golpe contra los defensores de una nación pequeña y débil. Los invasores fueron heridos con un terror sobrenatural. El que hizo huir a los ejércitos de Madián ante Gedeón y sus trescientos hombres, de nuevo había extendido su brazo (ver Jueces 7:19-25; Salmo 53:5).

      Traicionados por la diplomacia

      Fieles y firmes al evangelio, los bohemios, aun en la noche de su persecución y en la hora más sombría, dirigieron su mirada al horizonte como personas que aguardan la madrugada.

       Capítulo 7

      En la encrucijada de los caminos

      De entre los héroes que fueron llamados a conducir la iglesia desde la oscuridad del papismo hasta la luz de una fe pura, sobresale nítidamente Martín Lutero. Sin conocer ningún otro temor más que el temor de Dios, y no aceptando ningún fundamento para la fe fuera de las Sagradas Escrituras, Lutero fue el hombre de su tiempo.

      Sus primeros años los pasó en el humilde hogar de un aldeano alemán. Su padre quería que fuera abogado, pero Dios se proponía hacer de él un constructor del gran templo que se estaba levantando lentamente a través de los siglos. Las durezas de la vida, las privaciones y la severa disciplina fueron la escuela en la cual la infinita Sabiduría preparó a Lutero para la misión de su vida.

      El padre de Lutero era un hombre de mente activa. Su sentido común lo indujo

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