Historia de un alma. Santa Teresa De Lisieux

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Historia de un alma - Santa Teresa De Lisieux Biblioteca de clásicos cristianos

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monumento de la santidad. La santidad al alcance de todos. Obra que se puede realizar en cualquiera de las circunstancias en que debe desarrollarse la vida de un creyente. Enseñanza que brota del examen de la vida de Teresita.

      Hay también otro factor estrechamente vinculado con el precedente. Me refiero a las enseñanzas de la santa acerca de las condiciones personales e íntimas que debe reunir quien aspira a escalar la cumbre de la santidad. No se requieren cualidades especiales ni en el terreno natural ni en el sobrenatural. Así lo expresa en multitud de ocasiones, principalmente cuando explica cómo se logra escalar las cotas más altas del camino, que ella cree haber alcanzado. Por ejemplo, para ofrecerse como víctima de holocausto al Amor misericordioso de Dios. Lo único que se exige es reconocerse pequeño y débil. Jesús se abajará, le cogerá en sus brazos y lo elevará. Son precisamente los «pequeños» quienes se encuentran en las mejores condiciones para dejar a Dios realizar en ellos su obra de misericordia y amor. Para llegar a estas convicciones, Teresa ha tenido que descubrir, primero, a un Dios misericordioso, compasivo, humilde, que se abaja hasta mendigar nuestro pobre amor. Tenemos que vernos con ese Dios. De ahí se deduce cómo hemos de proceder y qué actitud hemos de tomar frente a Él y su proyecto. Son muchos los que han ingresado en ese gran número de almas pequeñas, que, junto con su guía y maestra, esperan comprender los secretos de Dios y escalar las cimas más altas de la montaña del Amor. Será esta la «legión de pequeñas víctimas de tu Amor», que la santa pedía a Jesús que escogiera (MsB 5vº).

      Todo esto vivido con extrema sencillez, serenidad, paz y alegría inalterables. Nos gusta figurarnos a Teresita con la sonrisa en los labios. Es cierto que en muchos momentos de su vida no le resultaba fácil dibujar semejante gesto, pero aún entonces sentía, en el fondo de su alma, una alegría que ella califica de no gustada. Es una paz, que brota de la convicción de estar comportándose como Jesús quiere (cf C 63).

      Estos son algunos de los rasgos de sor Teresa, que la hacen simpática, atractiva. Como se ve, no son cualidades puramente naturales. No nos llama la atención porque es una monjita joven, sonriente y alegre. No es superficial. Pronto constataremos que en ella no hay nada de infantil. La religiosa es, como ella mismo lo dijo, «un bebé que piensa como un anciano» (Proceso apostólico, 231). Pues esos pensamientos de creyente muy madura, esa interpretación desde la fe de lo que podía y creía tener que hacer en cada circunstancia, con paz y alegría, por lo menos íntima, es lo que nos llama la atención tan poderosamente.

      Para llegar a este estado ha ido descubriendo al Dios del Evangelio, a ese Dios que para ella se refleja a través de Jesús: «Quien me ha visto a mí ha visto al Padre», dijo Él (Jn 14,9). Teresa no entiende la santidad como una serie de obras que tenemos que ejecutar o vicios que extirpar. Su planteamiento es más sencillo. Se trata de «ser lo que Dios quiere que seamos» (MsA 2vº) en cada momento y situación. Durante el retiro para la toma de hábito está en una sequedad tal que no se le ocurre ni un buen pensamiento. Se encuentra «sumergida en tinieblas». Pero a pesar de ello goza de una paz grande porque «cree que está como Jesús quiere que esté» (C 54). Para ella no existe una manera ideal de hacer el retiro con sus fervores, ideas luminosas, buenos propósitos. Piensa simplemente en aceptar la realidad y comportarse en esta situación tal como entiende que Jesús espera de ella. Tan santas y provechosas pueden ser la sequedad y las tinieblas como la luz y el gozo. «Amo el día y la noche por igual», cantará hacia el final de su vida (P 37).

      La monjita nos propone una alta santidad, pues no hay santidad grande y santidad pequeña como se ha dicho a veces. Pues la que se vive en la sencillez es la «que me parece la más verdadera, la más santa, la que yo deseo para mí» (MsA 78vº), escribirá refiriéndose a otra religiosa, que había llevado este camino. Este es el ideal, que llama la atención de las personas ignorantes y sencillas como las que entendieron y siguieron a Jesús. Teresa las atrae y las estimula a tratar de escalar las cotas más altas de vida cristiana.

      Nuestra santa no parte de teorías o exposiciones abstractas. Arranca de su propia experiencia. Naturalmente que siempre supone el plan de Dios, la llamada a la santidad. Pero no se pone a analizar el proyecto divino. Su modo de proceder es el siguiente: constata y reconoce su propia pobreza e impotencia. Pero esto no la desanima. Está segura de que Dios la ama y que las aspiraciones de llegar a ser una gran santa son realizables. Si no, Dios no se las hubiera inspirado. Él no sugiere ideas irrealizables. Por lo tanto, tiene que ser santa tal como es. ¿Cómo se realiza esto? Aquí está su gran descubrimiento. Comprende que Dios está tan empeñado en amarla y santificarla que se abaja hasta su pequeñez, se pone a su nivel y se establece allí. Ella no tiene la sensación de ser elevada, sublimada, junto a Dios, y es que ha sido Él quien se ha acercado a su pequeñez. No podía ser de otra manera. Escuchemos su canto: «Yo necesito un Dios que, como yo, se vista de mí misma y mi pobre naturaleza humana, y que se haga hermano mío y que pueda sufrir» (P 23). Es el hecho que ella comprueba. Y no la sorprende. Pues Dios, que es Amor, ha de proceder de este modo porque «lo propio del amor es abajarse» (MsA 2vº; MsB 3vº). Ahí se ve la calidad del amor. El verdadero amor no es un paternalismo, que ayuda desde lejos, desde otra esfera, sino el gesto que lleva a solidarizarse, a compartir la vida, los problemas y los sufrimientos del ser amado. Es el amor que sabe humillarse, perdonar, pues si no se humilla ni sabe perdonar no es verdadero amor.

      Este es el Dios que ha experimentado Teresa, y lejos de parecerle esto extraño cree que el Dios trascendente se complace y encuentra su satisfacción en ello (cf CRG 2,21). Nos ha hecho así de pobres e imperfectos porque en abajarse y amarnos, según le parece a Teresa, desahoga su amor (cf MsB 3vº; O 1).

      Es una experiencia semejante a la de Martín Lutero. Este monje alemán se dio cuenta de que el hombre es débil y pecador y de que Dios le salva sin sacarle totalmente de esa condición. Ahí estaba el problema. ¿Cómo se explica eso? Quizás no vio el proyecto y el modo de ser y de actuar de Dios con la misma claridad y seguridad de la monja carmelita. Lo cierto es que se expresó en términos equívocos, que no fueron entendidos por los teólogos del Concilio de Trento en el sentido que él les quería dar. Ahora se trata de recuperar sus expresiones e interpretarlas en su sentido conforme con el evangelio y el pensamiento católico. Tal vez Teresa se adelantó a este nuevo movimiento teológico y, sin darse cuenta, encontró la solución del problema. La experiencia que tenía de sí misma y de Dios la llevó a ese resultado. Se siente imperfecta y está convencida de que nunca logrará verse totalmente libre de ciertas imperfecciones. Pero eso no le quita la esperanza de llegar a ser una gran santa. ¿Cómo se compaginan estos dos términos: santa e imperfecta? Ella entiende la santidad como la obra que Dios, abajándose, ejercitando su amor como misericordia, o sea, como amor que perdona constantemente y purifica el alma, realiza en la pobre, débil y frágil criatura humana. Lo importante es comprender esto y ofrecerse humildemente a ser objeto de las operaciones divinas. Exige renuncia y humildad. Sobre todo, humildad. Un día en que su hermana lloraba de despecho porque veía que nunca llegaría a ser perfecta, a dominar todos sus impulsos, le escribe lo siguiente: «A veces comprobamos que estamos deseando lo que brilla. Coloquémonos entonces entre los imperfectos, estimémonos como almas pequeñas a las que Dios ha de sostener a cada instante. Cuando él nos ve bien convencidas de nuestra nada, nos tiende la mano... Sí, basta humillarse, soportar con dulzura las propias imperfecciones: he ahí la verdadera santidad» (C 215).

      Cuando piensa, o mejor, cuando Dios le inspira la idea de ofrecerse a él como víctima, se ofrece como víctima al Amor Misericordioso. Es una idea genial. Supone una percepción lúcida de la obra que el Señor tiene determinado realizar en nosotros, débiles e imperfectas criaturas.

      Creo que estas convicciones de las que ella trata de vivir son las que hacen tan atractiva esta gran figura del santoral católico. La santa se ha ganado muchas simpatías incluso entre los no católicos. Los ortodoxos rusos aseguran que ellos miran con simpatía y admiración a dos figuras de la Iglesia católica posteriores a la separación. Estos dos personajes son Francisco de Asís y Teresa del Niño Jesús.

      De todo esto deducimos que la publicación de los escritos principales de la

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