Historia de un alma. Santa Teresa De Lisieux

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Historia de un alma - Santa Teresa De Lisieux Biblioteca de clásicos cristianos

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colegio aunque se quejaba de dolores de cabeza. A finales de marzo aparecieron los síntomas de una nueva enfermedad. Debió influir en ello la ausencia de su hermana. Era una enfermedad de nervios. Sufría fuertes crisis: temblores nerviosos, miedos, alucinaciones. El médico la juzgó muy grave pero no sabía diagnosticarla. Sorprendentemente se sintió bien para asistir a la celebración de la toma de hábito de Paulina. Parecía curada. Al día siguiente recayó. Ella piensa más tarde que esta enfermedad fue cosa del demonio. Y tuvo, al parecer, un desenlace feliz por la intervención de la santísima Virgen. El 13 de mayo se encontró totalmente curada. Se le había aparecido la Virgen y le había sonreído. Era Nuestra Señora de las Victorias. Habían desaparecido los males del cuerpo y empiezan las penas del alma. Comunicaron a las monjas el suceso y, al ir a visitarlas, estas le hicieron varias preguntas. La niña creyó que podía haber simulado su enfermedad y mentido a las religiosas. Esta idea le amargó la vida durante varios años. No se vería libre de estas inquietudes hasta que la Virgen le aseguró que se le había aparecido. Esto ocurría cuatro años y medio más tarde, al visitar su santuario en París. No recobró la tranquilidad total hasta lograrla en el convento por la intervención de un confesor. Las visitas que, en familia, hacían a Paulina le resultaban decepcionantes. No le permitían estar a solas con ella todo el tiempo que necesitaba para sus confidencias.

      Durante el verano de 1883, la niña de diez años hizo, con su padre y hermanas, la primera visita a su ciudad natal, Alençon. Era ya una jovencita despierta y como a tal la trataron. Se encontraron con diversas familias, celebraron fiestas, se divirtieron mucho un poco a lo mundano. No dejaron de impresionarle las atenciones y halagos de que fue objeto. Más tarde confiesa que esta experiencia le sirvió para conocer un poco el mundo y saber a qué renunciaba al encerrarse en un convento de clausura. Se hizo una idea de la caducidad de las alegrías y de la felicidad de este mundo.

      Teresita no sabía jugar pero tenía una gran afición a la lectura. No se cansaba de leer. Le encantaba recordar las hazañas de las heroínas francesas, principalmente las de Juana de Arco. Se sentía llamada a realizar proezas semejantes, se creía destinada a la gloria. ¿Con qué posibilidades contaba para llevar a cabo estos ideales? ¿No veía entre sus aspiraciones y la realidad en que se movía, un abismo imposible de cruzar?

      Como en tantas otras ocasiones, Dios le hizo comprender su destino real. ¿Cuál es la meta de gloria a la que desea encaminarse? ¿Qué camino ha de tomar? Le dio a «entender que la verdadera gloria es la que ha de durar eternamente, y que para alcanzarla no hacía falta realizar obras deslumbrantes, sino esconderse y practicar la virtud de modo que la mano izquierda no sepa lo que hace la derecha». «Me hizo comprender también que mi gloria quedaría oculta a los ojos de los mortales, que consistiría ¡en llegar a ser una gran santa!» (MsA 32rº). Aún no tiene un conocimiento claro de en qué consistirá la santidad, pero el convencimiento de estar destinada a alcanzarla la pone en camino. Marchará con decisión y confianza. No es que ya no vaya a tener problemas. Mas la orientación fundamental está ya tomada. Al afrontar nuevas situaciones según se vayan presentando, recibirá nuevas luces y el necesario impulso. Es la santa de la confianza. Ella se lanza y Dios la asiste cuando necesite (cf MsA 83vº).

      Uno de los acontecimientos principales de este período va a ser su Primera Comunión, que recibirá el 8 de mayo de 1894. Ella nos cuenta en el Manuscrito «A» todos los detalles de la preparación. Paulina le escribía una carta cada semana, le enviaba estampas muy significativas, que le hicieron reflexionar. Como preparación inmediata hizo un retiro de cuatro días en la Abadía.

      El día de la Comunión fue espléndido, sin ninguna nube. Todo salió muy bien. Respecto a su encuentro con Jesús dice: «¡Oh!, qué dulce fue el primer beso de Jesús a mi alma» (MsA 35rº).

      El mismo día, por la mañana, en la intimidad de la comunidad de monjas, Paulina hizo la profesión religiosa. Por la tarde, toda la familia fue a visitarla. Allí se juntaron todos los supervivientes. Teresita no echó en falta a su madre. Le parecía que en aquel día de cielo estaba allí presente.

      Las fiestas pasan y la niña tiene que volver a la vida ordinaria. No poseemos mucha información sobre los acontecimientos de los años siguientes. La interesada, que escribe su biografía once años más tarde, no nos ha conservado muchos recuerdos. Por lo visto, no le parecieron de interés para lo que ella quería. Sabemos por otros informadores que iba creciendo en todos los aspectos. Se abrió a la vida, estudió con plena dedicación, e iba también entendiendo algo de lo que es la verdadera vida cristiana aunque aún le quedaba mucho camino que recorrer y lo más importante por descubrir.

      Asistía al colegio. Durante las vacaciones pasó temporadas en una casa de campo con sus tíos y primas. También residió algunos días en la orilla del mar en Trouville, a lo largo de los tres veranos siguientes. Disfrutó mucho. Le gustaba el campo, pero, sobre todo, le encantaba el mar. No se cansaba de contemplarlo. Su salud no era muy buena. Sufría mucho de catarros. Todos los inviernos caía enferma. Según testimonio de su hermana Celina, no podía correr porque se sofocaba. Como se ve, su aparato respiratorio era terreno abonado para la tuberculosis.

      Uno de los acontecimientos que le impresionaron, fue el retiro de preparación para la segunda comunión solemne. Escuchó pláticas terribles sobre el pecado mortal y la facilidad con que se cae en él, y sobre otros temas semejantes. Estas consideraciones provocaron en su pobre alma una tormenta de escrúpulos. Este estado duró, con esa intensidad, durante año y medio. Su única persona de confianza era la hermana mayor, María. Esta la consolaba y trataba de tranquilizarla. Nunca dijo nada de esto al confesor. Se acusaba de sus faltas según las indicaciones de su hermana. Por fin, recurrió a la intervención de sus hermanitos del cielo, y ellos le consiguieron de Dios la paz que tanto necesitaba (cf MsA 44rº).

      Estudiando en su casa

       (1886-1887)

      El colegio seguía siendo para la joven un verdadero suplicio. Mientras la acompañaba su hermana Celina, pudo soportarlo. Pero una vez que se quedó sola, ya no tuvo fuerzas para aguantar más. Se ponía enferma. En vista de ello su padre optó por retirarla. Hubo que buscar otro medio para completar su formación todavía tan incompleta. Como solución contrataron a una señora que le daría clases particulares.

      Con esta ayuda y su gran afición a la lectura iría adquiriendo la instrucción intelectual que en aquella época y en aquel ambiente se daba a las jóvenes.

      En las vacaciones disfrutaba mucho. Era indudablemente feliz. La tía, que era la que acompañaba a las jóvenes, les preparaba toda clase de entretenimientos. Las muchachas se paseaban por la playa, metían los pies en la agua. En otras ocasiones se internaban en el bosque. Algunas veces intentaban montar en un borrico con la algazara que es de suponer. Lo pasaban en grande.

      Llega la segunda dolorosa separación. Durante el mes de agosto de 1886 Teresa se entera de que María va a seguir la estela de Paulina. Está decidida y ha empezado a hacer los últimos preparativos para ingresar junto a su hermana. La pequeña va a quedar sin apoyo humano. La familia quedaba reducida a las dos pequeñas con su padre, pues Leonia también estaba ya en un convento. Aquella alegre y bulliciosa colmena, ahora muy mermada, se sumerge en el silencio (cf MsA 43vº).

      Dios nunca deja de echar una mano en los momentos críticos. Teresa pierde a su confidente para exponer sus problemas de conciencia, sus inquietudes. Pues bien, hacia fines de octubre, la intercesión de sus hermanitos del cielo la libera de sus escrúpulos y le trae la paz. Poco antes, aunque no conocemos la fecha exacta, compuso una oración cuyo autógrafo se conserva. Dice así: «Santísima Virgen, haced que vuestra pequeña Teresa no se atormente nunca más».

      Aunque ha recuperado la paz, aún no se puede cantar victoria. Quedan por superar grandes obstáculos, que impiden su pleno desarrollo humano y cristiano. Uno de ellos es la excesiva sensibilidad. Siempre las lágrimas están a punto de asomarse

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