Sube conmigo. Ignacio Larrañaga Orbegozo

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Sube conmigo - Ignacio Larrañaga Orbegozo Bolsillo

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a vuestros parientes y amigos, ¿en qué os diferenciáis de los demás? Hasta los ateos proceden así.

      Mirad esa lluvia. ¿Acaso el Padre hace discriminación, regando los campos de los buenos y dejando áridos los campos de los blasfemos e ingratos? Él no guarda rencor ni toma venganza. Devuelve bien por mal, y envía indistintamente la lluvia benéfica sobre los unos y los otros. Sed como Él y os llamaréis hijos benditos del Padre celestial.

      Familia itinerante

      Más que colegio apostólico o escuela de perfección, el grupo de los Doce fue una familia sin morada, caminando bajo todos los cielos y durmiendo bajo las estrellas; familia dentro de la cual Jesús fue el Hermano que los trató a ellos como el Padre lo había tratado a Él.

      Igual que en una familia, fue sincero y veraz para con ellos. Les abrió su corazón y les manifestó que lo iban a crucificar y matar, pero que al tercer día resucitaría. Les previno de los peligros, los alentó en las dificultades, se alegró de sus éxitos.

      Los trató como «amigos» porque un hombre es amigo de otro hombre cuando le manifiesta toda su intimidad. En una tremenda reacción de sinceridad, les manifestó que sentía tristeza y miedo. Me parece que Jesús llegó casi a mendigar consolación cuando en Getsemaní fue a verlos y los halló durmiendo. Después de muchos años, Pedro recordaba con emoción que en su boca nunca nadie encontró ambigüedad o mentira.

      Fue con ellos exigente y comprensivo a la vez. Como en todo grupo humano, también allí nacieron y crecieron las hierbas de la rivalidad y de la envidia. Jesús necesitó un extraordinario tacto y delicadeza para suavizar las tensiones y superar las rivalidades con criterios de eternidad. Con infinita paciencia, en innumerables oportunidades, les corrigió su mentalidad mundana.

      Les lavó los pies. Fue delicado con el traidor, tratándolo con una palabra de amistad. Fue comprensivo con Pedro, con una mirada de misericordia. Fue cariñoso con Andrés y Bartolomé. Sobre todo fue un sembrador infatigable de la esperanza. Se manifestó paciente con todos y en todo momento. Sólo en un momento aparece un destello de impaciencia: «¡Hasta cuándo!» (Lc 9,41). Fuera de ese momento, la paz para con ellos fue la tónica general.

      Y así nació la primera fraternidad evangélica, modelo de todas las comunidades religiosas.

      Ejemplo y precepto

      Lo que estamos afirmando en todo momento, a saber, que Jesús trató a los suyos como el Padre lo había tratado a Él, se lo declaró al final en términos explícitos:

      «Así como el Padre me amó a mí, de la misma manera yo os amé a vosotros. Ahora haced lo mismo entre vosotros» (Jn 15,9).

      Jesús hace ahora una transmisión: yo recibí el amor del Padre y os lo comuniqué a vosotros. Ahora comunicaos mutuamente ese mismo amor y trataos unos a otros como el Padre me trató a mí y como yo os traté a vosotros. Vivid amándoos.

      Jesús, sabiendo que había llegado su Hora y la hora de regresar al Hogar del Padre y que disponía de pocos minutos para estar con ellos, abrió para ellos todas las puertas de su intimidad, en una apertura total.

      En un gesto dramático se arrodilló ante ellos y les lavó los pies, suprema expresión de la humildad y amor. Y les dijo: ahora haced vosotros lo mismo: trataos con veneración y cariño.

      Nunca se vio que un simple obrero ocupara el lugar ni la función del patrón. Nunca se ha visto tampoco que un recadista o enviado tenga mayor categoría que aquel que lo envió. Vosotros me llamáis maestro y señor, y lo soy efectivamente. ¿Visteis alguna vez que el Señor esté sirviendo a la mesa? Sin embargo, yo, a pesar de ser maestro y señor, rompí todos los precedentes y me visteis en el suelo, a vuestros pies, y ahora sirviéndoos la comida. Ya os he dado ejemplo. Tengo autoridad moral para daros ahora el precepto: ¡amaos!

      ¿Queréis saber quién es el grande? Los hombres de este mundo, para afirmar su personalidad y su autoridad, dan golpes de fuerza, ponen los pies sobre la cabeza de sus súbditos y los oprimen con la fuerza bruta. Así se sienten hombres superiores. Vosotros no. Si alguno de vosotros quiere ser grande, hágase como el que está a los pies de los demás para reverenciarlos, servirlos a la mesa, lavarles y secarles los pies. ¡Amaos!

      * * *

      ¿Sabéis cuál es el distintivo por el que os identificarán como discípulos míos?: el amor fraterno. Si os amáis como yo os amé y el Padre me amó, hasta los más recalcitrantes sacarán la conclusión de que yo soy el Enviado.

      No tengáis miedo. No os dejaré huérfanos. Cuando yo llegue a mi Casa, os enviaré un soplo de fortaleza y consolación que os transformará en murallas invencibles frente a cualquier adversidad. Y si, en una suposición imposible, fallara todo esto, sabed que yo mismo, personalmente, estaré entre vosotros hasta el fin del mundo.

      Me voy. Como recuerdo os dejo una herencia: mi propia felicidad. ¿Me visteis alguna vez triste? En medio del combate, siempre me visteis en paz, nunca resentido. Esa misma paz os dejo por herencia. Sed felices. Este es mi precepto fundamental: ¡amaos los unos a los otros!

      * * *

      Jesús levantó sus ojos. Y, con una expresión hecha de veneración y cariño, dirigió al Padre esta súplica:

      Padre Santo,

      sacándolos del mundo, los depositaste a todos estos

      en mis manos, a mi cuidado.

      Yo les expliqué quién eres Tú.

      Ahora ellos saben quién eres Tú

      y saben también que yo nací de tu Amor.

      Eran tuyos, y Tú me los entregaste como hermanos, y yo los cuidé

      más que una madre a su niño.

      Conviví con ellos

      durante estos años:

      como Tú me trataste,

      así los traté yo.

      Pero ahora tengo que dejarlos, con pena,

      voy a salir del mundo y regresar junto a Ti,

      porque Tú eres Mi Hogar.

      Pero ellos quedan en el mundo.

      Padre querido, tengo miedo por ellos, el mundo está dentro de ellos:

      temo que el egoísmo, los intereses y las rivalidades

      desgarren la unidad entre ellos.

      Eran tuyos y me los entregaste,

      ahora que me alejo de ellos vuelvo a entregártelos.

      Guárdalos con cariño.

      Cuando estaba con ellos

      yo los cuidaba.

      Ahora cuídalos Tú.

      Tengo miedo por ellos, los conozco bien.

      No permitas que los intereses los dividan

      y

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