Los papiros de la madre Teresa de Jesús. José Vicente Rodríguez Rodríguez
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Desorientadas en el camino
Lo de errar el camino también pasó más de una vez, por ejemplo, cuando en junio de 1568 se acercó a Duruelo con una compañera y Julián de Ávila. Querían ver qué posibilidades ofrecía una casa que un caballero ponía a su disposición para hacer allí el primer convento de frailes. Cuenta ella:
Aunque partimos de mañana, como no sabíamos el camino, errámosle. Y como el lugar era poco nombrado, no se hallaba mucha relación de él. Así anduvimos aquel día con harto trabajo, porque hacía muy recio sol. Cuando pensábamos estábamos cerca, había otro tanto que andar. Siempre se me acuerda del cansancio y desvarío que traíamos aquel camino. Así llegamos poco antes de la noche. Como entramos en la casa, estaba de tal suerte, que no nos atrevimos a quedar allí aquella noche, por causa de la demasiada poca limpieza que tenía, y mucha gente del agosto» (F 13, 3).
Hay quien piensa que «la gente del agosto» serían los piojos, esos bichitos hemípteros y anopluros, a los que ella en una de sus famosas poesías procesionales llama «la mala gente».
El viaje más peligroso
Seguramente que el viaje más peligroso fue el que la llevó a la fundación de Burgos, muy particularmente desde Palencia a Burgos. Ella menciona en el capítulo 31 de Las Fundaciones «un paso que hay cerca de Burgos, que llaman unos pontones, y el agua había sido tanta, y lo era muchos ratos, que sobrepujaba sobre esos pontones tanto, que ni se parecían ni se veían por dónde ir, sino todo agua, y de una parte y de otra está muy hondo. En fin, es gran temeridad pasar por allí, en especial con carros; que, a trastornar un poco, va todo perdido; y así el uno de ellos se vio en peligro» (F 31, 16).
Todos perdidos
Otro de esos viajes llenos de extravíos y pérdidas fue camino de Salamanca. El cronista es Julián de Ávila:
Era en tiempo de grandísimo calor, y así salimos tarde y hubimos de andar dos o tres leguas con mucha oscuridad, y llevábamos un jumento en que iban quinientos ducados para pagar la casa que se había mercado allí. Y el jumento se apartó del camino, de suerte que ninguno de los que allí íbamos le echamos de ver; y fue jumento que en toda la noche pareció. Y teniéndole ya por perdido, a la mañana volvió un hombre a buscarle y le halló, un poco apartado del camino, que nunca de allí se había meneado (BMC 18, 200).
Otro día fue peor porque no era el jumento el que se había perdido sino la Madre fundadora. Merece la pena leer el relato del mismo Julián de Ávila, aunque sea un poco largo. Cuenta:
Otra noche, por ser tiempo de tanto calor, nos fue forzado andar con noche muy oscura, y como íbamos gente de a pie y de a mula, y por malos caminos, apartáronse unos de otros, y yo, procurando recogerlos a todos porque fuésemos juntos, dije a la santa Madre que se detuviese ella y una monja que se llamaba doña Quiteria, de la Encarnación [...]. De manera que yo dije: «Quédense aquí, que era a la puerta de una casa de un labrador, y volveré a hacer andar a los que quedan atrás, porque nos juntemos y no vaya cada uno de por sí». Yo volví, y topando la gente íbamos juntos, y volviendo que volvía a buscar a la santa Madre, como hacía tan oscuro, nunca pude atinar a donde la había dejado, aunque era un lugar de pocos vecinos. Y como di muchas vueltas al lugar y no la hallé, dije a los demás: «Sin duda que se debió de ir el camino adelante con su compañera. Caminemos y alcancémosla». Anduvimos hasta alcanzar a otros de los nuestros con quien yo pensé se había ido, y como yo preguntase si iba allí la Madre, y me dijeron que no, Dios sabe lo que mi alma sintió de pena y parte de afrenta, pareciéndome que por mi mal recado la habíamos perdido. Vuelvo a gran priesa. Y tanta priesa me daba a vocear como a andar, para ver si me respondía. Andando lo que había andado muy buen rato, tópela, que venían ella y doña Quiteria con un labrador que, pagándoselo, las venía mostrando el camino. Ya con esto nos consolamos todos con llevar delante a nuestra fundadora. Y esto antes se pasaba en risa y entretenimiento que con pesadumbre ni disgusto, porque la daba Dios tanto ánimo para todo lo que se ofrecía, que era espanto (BMC 18, 200-201: declaración en el proceso de Ávila).
Julián de Ávila que lo cuenta, como ni el propio Cervantes, dice bonitamente: «De modo que nos hallamos todos con oscuridades, la de la noche y la de hallarnos sin nuestra Madre, que era muy mayor». Haberla perdido y no encontrarla era la mayor de las oscuridades.
De Soria a Segovia
Tremendo el viaje de Soria a Segovia en agosto de 1581: «Aunque quien iba con nosotros sabía el camino hasta Segovia, no el camino de carro. Y así nos llevaba este mozo por partes que veníamos a apearnos muchas veces, y llevaban el carro casi en peso por unos despeñaderos grandes. Si tomábamos guías, llevábannos hasta donde sabían había buen camino, y, un poco antes que viniese el malo, dejábannos, que decían tenían que hacer. Primero que llegásemos a una posada, como no había certidumbre, habíamos pasado mucho sol y aventura de trastornarse el carro muchas veces» (F 30, 13).
Medios de trasporte
Tema viajero de gran interés en la Vida de santa Teresa es el de los medios de trasporte de que se sirvió. Se enumeran los carros cubiertos, el coche de caballos o de mulas, la carroza, la litera. También tuvo que hacer un viaje de Medina a Ávila a lomos de un «jumento de aguador»; no fue esta la única vez que se sirvió de animal tan bíblico.
En los carros con sus monjas llevaba, en cuanto le era posible, como hemos dicho, la vida del convento: sus rezos, horas de oración, horas de silencio; todo mirando el reloj de arena que mandaba. Los mozos que iban en la comitiva guardaban el silencio, como unos santos, y cuando lo levantaban tenían doble alegría.
En su última caminata, de Medina a Alba de Tormes, santa Teresa tuvo a disposición el vehículo femenino por antonomasia: la carroza de la duquesa de Alba... Pero, por aquel septiembre de 1582, ya no andaba la Madre para disfrutar de las comodidades de tan lujoso medio de trasporte (Teófanes).
Capítulo 10. El realismo de santa Teresa
Santa Teresa es una de esas personas realistas de veras. Ella, como los santos auténticos, suelen ser muy realistas, es decir, brillan por su realismo humano y cristiano.
Servir en lo posible al Señor
Comenzó a escribir en Toledo el 2 de junio de 1577 su gran libro Castillo interior o Las Moradas y lo terminó en Ávila el 29 de noviembre de ese mismo año. Ya al final del libro, después de haber hablado de cosas tan altas y sublimes, da la impresión de que quiere aterrizar. Bajando a las aplicaciones prácticas más esenciales fundamenta lo que andamos llamando realismo cristiano y espiritual. Y lo hace amonestando a quien quiera seguirla que tenga cuidado con los deseos grandes que algunas veces nos pone el demonio o nuestra imaginación «para que no echemos mano de lo que tenemos a mano para servir a nuestro Señor en cosas posibles, y quedemos contentos con haber deseado las imposibles» (7M 4, 14). Aquí está la clave para vivir auténticamente el realismo espiritual.
Aconsejando