Comunicación e industria digital. Группа авторов

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aquí se desprenden los retos principales que, en materia de tecnología digital, enfrentan las universidades: (i) transformar las estructuras institucionales atendiendo a modelos de la sociedad del conocimiento; (ii) incorporar de manera eficiente y eficaz las tecnologías para la docencia y la investigación; (iii) promover el desarrollo de competencias digitales para el desarrollo de la disciplina y de la profesión; (iv) flexibilizar el acceso y planificar experiencias de aprendizaje abiertas; (v) ofrecer tecnologías e implementar prácticas acordes con una formación personalizada y personalizable; (vi) identificar mecanismos que estimulen y promuevan la innovación docente apoyada en las TIC; (vii) realizar investigación en red sobre educación superior; (viii) centrar la evaluación de la innovación educativa en una cultura que añada tecnología a los modelos educativos; (ix) implementar mecanismos de apoyo a la actualización de conocimientos y competencias del mundo digital; (x) garantizar la competitividad y sustentabilidad de la institución educativa.

      Empero, más allá de lo que esos horizontes de implantación, esas tendencias y esos retos puedan suponer o implicar, lo verdaderamente inquietante no es que el mundo de la comunicación y, en particular, el de la educación superior, se tecnifique por completo. Mucho más inquietante es que el ser humano no esté preparado para esa transformación universal; que la tecnología —como temía Einstein— sobrepase nuestra humanidad; que aún no logremos enfrentar meditativamente lo que mediáticamente se cierne en esta época. Y me refiero a la agonía de la ética solo en dos aspectos: primero, el de la comunicación directa, el de la conversación cara a cara tan interrumpida, tan fragmentada, pero tan esencial. Y segundo, el de la apuesta por utopías tan valiosas como las expresadas en las consignas de la Carta de la Tierra.

      Heidegger distinguía dos tipos de pensar, cada uno de los cuales es, a su vez y a su manera, necesario y justificado: la reflexión meditativa y el pensar calculador. Aquella, emblema de la razón cordial que cuida y preserva; este, emblema de la razón instrumental que domina y transforma.

      El pensar meditativo es aquel que va en pos del sentido que impera en todo cuanto es. El pensar calculador, mientras tanto, planifica, investiga, organiza una empresa, programa un software o construye un hardware. Es un pensar que considera siempre circunstancias dadas, que apunta a unas finalidades determinadas, que cuenta de antemano con ciertos resultados y que, aun cuando pueda no operar con números, calcula probabilidades continuamente nuevas, abre perspectivas cada vez más ricas y más económicas, pero no se detiene nunca ni hace un alto para meditar. Cuando, con Heidegger, asumimos la tensión contemporánea entre esas dos modalidades del pensamiento paramos mientes en que el hombre de hoy huye ante el pensar. Queda claro que no nos referimos aquí al pensar calculador sino a la reflexión meditativa. Resulta que esta última anda por las nubes, no es útil para acometer asuntos corrientes, no aporta beneficios de orden práctico, exige un esfuerzo sostenido, un largo entrenamiento y delicados cuidados. Pero, cual campesino, debe saber esperar a que brote la semilla y llegue a madurar.

      Pues bien, cada uno de nosotros puede, a su modo y dentro de sus límites, seguir los caminos de la reflexión, pues somos seres pensantes, ‘meditantes’, críticos. Esa reflexión no tiene por qué ser necesariamente sofisticada, es suficiente que nos demoremos junto a lo más próximo, que meditemos acerca de lo que nos concierne a cada uno de nosotros aquí y ahora; aquí, en este rincón del planeta; ahora, en el momento presente del acontecer mundial, en el que —legítimamente— todos creen que pueden ser comunicadores y en el que, por lo tanto, hay que repensar seriamente el valor agregado de educar para hacer comunicación.

      Leonardo Boff advierte que educar no es llenar una vasija vacía sino encender una luz. En otras palabras, nos dice que educar es enseñar a pensar y no solo enseñar a tener conocimientos (agregaría: aprender a tenerlos y sostenerlos). El caso es que los verdaderos conocimientos nacen del hábito de pensar con profundidad. Hoy en día estamos hiperinformados; a partir de esa información, podemos conocer poco o mucho; pero lo que sí es cierto es que solemos pensar poco en lo que conocemos. Aprender a pensar es decisivo para situarnos autónomamente en el interior de la sociedad del conocimiento y de la información. Para respirar libertad. En caso contrario, seremos simplemente sus lacayos, condenados a repetir modelos, fórmulas y eslóganes que se superan rápidamente. Para pensar de verdad y para actuar pronta y eficazmente, necesitamos ser críticos, creativos y cuidadosos.

      Hay que saber situar las cosas en su contexto, darse cuenta de que los conocimientos muchas veces encubren y justifican intereses. La buena crítica es siempre autocrítica, perfecciona la correspondencia con los cambios reales, da razón de nuestras finalidades, nos ubica, nos sitúa. Nos enseña a tomar distancia, a desenredarnos de vez en cuando para ‘reenredarnos’ mejor.

      Hay que saber dar alas a la imaginación, soñar con lo no ensayado sin dejar de poner cable a tierra, inventar y reinventar incesantemente nuevas maneras de expresarnos, identificar potencialidades de la realidad, proponer innovaciones y alternativas consistentes y coherentes.

      Hay que saber ser cuidadosos o cuidadores. Atender siempre a los valores que están en juego, priorizar, poner por encima el bien común, no perder de vista el impacto que nuestras ideas y acciones pueden causar en los demás.

      Al respecto, vale evocar un relato aleccionador: un antropólogo propuso un juego a los niños de una tribu africana. Puso una canasta de frutas cerca de un árbol y le dijo a los niños que aquel que llegara primero ganaría todas las frutas. Cuando dio la señal para que corrieran, todos los niños se tomaron de las manos y corrieron juntos, después se sentaron juntos a disfrutar del premio. Cuando él les preguntó por qué habían corrido así, si uno solo podía ganar todas las frutas, le respondieron: «Ubuntu, ¿cómo uno de nosotros podría estar feliz si los demás están tristes?». Ubuntu en la cultura xhosa significa «Yo soy porque nosotros somos».

      La finalidad, el sentido de algo, solo nace donde hay unión y conciencia común. En el fondo, conciencia y finalidad son lo mismo. La conciencia viene de un horizonte de retenciones, de memorias compartidas y apunta siempre hacia otro horizonte de proyecciones, de esperas más o menos tensas, pero siempre compartidas.

      La unidad y la continuidad de la vida consisten en la emergencia sin fin de esos momentos de «ahora viviente». El pasado no está muerto y el futuro es nonacido; se retiene el pasado y se proyecta el futuro en el momento mismo del presente viviente; sobrevivimos, pues, en esa brecha entre lo que ya no es y lo que aún no es. Esa es la paradoja de la existencia humana: el hombre es el ser que aún no es. Siempre cabe preguntar si hemos cumplido los objetivos que tuvimos al encontrarnos. Seguramente muchos objetivos se han logrado y ya son realidades, lo cual nos regocija, pero también es verdad que la mayoría de los objetivos, si somos realmente exigentes, son aún metas por cumplir, son posibilidades, y eso nos pre-ocupa.

      Mediante la educación, con ayuda de una tecnología digital cada vez más ubicua, estamos llamados a incrementar el número de personas críticas, creativas, cuidadoras, esto es, de ciudadanos plenos para una sociedad mundial que no deja de transformarse.

      En los textos aquí recopilados podremos encontrar el tempo lento de la reflexión meditativa pero también el tempo rápido del pensar que calcula y se compromete e involucra con la acción convocando el emprendimiento creador, las estrategias creativas, la empresa comunicativa eficaz, las nuevas poéticas y estéticas.

      Cabe expresar un especial reconocimiento a los miembros de nuestra comisión académica, los profesores Javier Protzel, Julio César Mateus, Ana María Cano, Giancarlo Carbone de Mora, Teresa Quiroz y Fabián Vallas, quienes leyeron las ponencias enviadas al Encuentro y las organizaron en 47 mesas. Basados en ese admirable esfuerzo, los editores de este libro hemos podido tener una referencia muy representativa para seleccionar las ponencias aquí presentadas, junto con las conferencias magistrales que abren el volumen.

      Este libro no es solo una posible expresión de la profunda huella digital grabada en nuestras inteligencias y en nuestros

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