Comunicación e industria digital. Группа авторов

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metaforizador y multiplicador de intersecciones.2

      Esta variedad llamativa de obras critica ideológicamente la retórica, los formatos y los procedimientos propios del software, aluden a la retórica de los procedimientos (Ian Bogost), se centran en la analítica cultural (Lev Manovich y Jeremy Douglas), que usan el análisis estadístico y las estructuras de base de datos para analizar enormes conjuntos de materiales visuales impresos, como las tapas de la revista Time entre 1923 y 1989, o un millón de páginas de novelas gráficas de manga, mostrando cómo es posible analizar, criticar, comentar y remixar formatos que van más allá del texto con la misma profundidad, valor y sofisticación que en el caso de los textos (Manovich 2012).

       Enseñar lo que no se sabe todavía

      Contrariamente a la seguridad académica textual estos antidisciplinarios diseñan cursos que ponen en cuestión la transparencia del texto y lo desnaturalizan haciéndolo resonar con otros medios. Es el caso de cursos como Literature+ de Alan Liu (2004) en la Universidad de California en Santa Bárbara (UCSB), en los cuales los estudiantes pueden elegir una historia o un poema y lo modelizan, simulan, mapean, visualizan, codifican, lo someten a análisis de textos, lo ‘samplean’, ‘mashupean’, generan un storyboard o blog, lo rediseñan como un juego, generan una versión en machinima, o lo convierten en una base de datos, un hi pertexto o un mundo virtual.

      En la misma dirección va el curso que ofrecen Jessica Brantley (2010), una medievalista, y Jessica Pressman, una especialista en literatura contemporánea, ambas de Yale University, comparando la transición del manuscrito a la imprenta con el pasaje de la imprenta a lo digital, donde uno de los pilares del trabajo es el espacio del laboratorio y del diseño de experiencias de lecto- escritura.

       Tecnogénesis y coevolución

      La propuesta de Katherine Hayles no se agota con la presunción de que hoy empezamos a pensar distinto porque los medios con los que interactuamos son muy diferentes a los que predominaron durante los quinientos años de hegemonía de la imprenta. Más allá de este semitruismo Hayles plantea mcluhaniamente que estas diferencias son atribuibles a una tecnogénesis, dado que los humanos y la técnica hemos coevolucionado desde el fondo de la historia, tal como se comprueba con la emergencia del bipedalismo junto con la manufactura de herramientas y el transporte en una causalidad recíproca continua.

      A ello debemos sumarle el efecto Baldwin según el cual cada vez que ocurre una mutación genética su dispersión se acelera a través de la población cuando la especie reingenieriza su entorno, de modo tal que la mutación sea más adaptativa. Los cambios epigenéticos iniciados y transmitidos mediante el entorno en lugar de a través del código genético tienen una fuerza notable y a su vez pueden ser acelerados por cambios en el entorno que los hacen más adaptativos, lo que lleva recursivamente a producir más cambios epigenéticos que, al producirse en forma mucho más acelerada que los biológicos, amplifican a su vez los procesos de transformación en curso.

      Entre esos cambios epigenéticos uno que sobresale en términos de tecnologías cognitivas son las mutaciones en la capacidad de lectura, algo que —como bien explícitó Antonio Dehanae (2009) en Reading in the brain— al no tener inscripción genética permite cambios significativos más allá de cualquier mutación), que después de haber estado centradas durante centenares de años (y muy particularmente a nivel crecientemente masivo desde el advenimiento de la imprenta) en la lectura exegética, interpretativa o hermenéutica, comenzó en las últimas décadas3 a convertirse en nuevas modalidades y formatos y muy particularmente en algo que desde los años noventa (con el advenimiento de la web) denominamos hiperlectura (véase más abajo).

       Proyectos de trabajo automatizado

      Cuando nos centramos en la obra de diseñadores textuales como Kenneth J. Knoespel McEver, professor of Engineering & Liberal Arts en Georgia Tech, nos encontramos con ejemplos vivos de la Tercera Cultura —que nos viene prometiendo John Brockman (1996) hace décadas—, a partir de una combinación de análisis textual y una enorme variedad de otras modalidades de trabajo automatizado que llaman poderosamente la atención y nos inspiran a revisarlos atentamente.

      Lo mismo vale cuando analizamos un proyecto como la iniciativa Transcriptions de Alan Liu, director del English Departament de la UCSB, que por otra parte se inició en el prehistórico 1998.

      También ocurre cuando revisamos los números de la revista Vectors, codirigida por Tara McPherson. En todos los casos y en la mejor tradición edupunk no solo cambia la naturaleza de la investigación sino también el formato pedagógico y, muy especialmente, el lugar de los no-alumnos que rompen con todas las divisorias y estructuras momificadas propias de la academia tradicional.

      Pero no se trata solo de tecnología o de análisis sino también de implicancias ideológicas de largo aliento. En esta orientación la función del crítico es hacer aflorar la ideología del texto a plena luz para así develarla y resistirla del mejor modo posible.

      Iniciada en áreas del psicoanálisis y del marxismo ya han pasado décadas de lectura sintomática. Por eso vemos emerger junto a esa lectura profunda o de cerca (que más que nada proyecta sobre el material analizado sus propios juicios y reflejos) una lectura superficial para la cual el texto no vale por sus claves ocultas sino por su mensaje explícito, una recuperación de su valor estético y una variedad de estrategias de lectura centradas en el afecto, el placer y el va lor cultural.

      Retomando la idea-fuerza de L. S. Vygotsky de «zona de desarrollo próximo», con su énfasis en la capacidad real del lector (punto de partida para su amplificación a futuro), los trabajos de Robertson, Fluck y Webb (2004) acerca del «encofrado», igual que la noción de «zona de capacidad reflexiva» de Tinsley y Lebak (2009), muestran que el aprendizaje (aquí la lectura en nuevos soportes medios y formatos) puede ocurrir por instrucción directa pero también trabajando con pares más avezados.4

       La lucha poética/política a favor y en contra del digitalismo

      Es tiempo de que empecemos a criticar el mantra de la crítica. Pero mucho más interesante aún es que los humanistas digitales empecemos a diseñar nuevas herramientas que estén a la altura de nuestra profesión, como propone Anne Balsamo (2011). Debemos prestar cada vez más y mejor atención a las búsquedas automatizadas de información, enfrascarnos en el diseño y análisis de las bases de datos, y mejorar y potenciar el diseño de interfaces, ya que todo ello forma parte del core de nuestra pertenencia al mundo de las digital humanities.

      Nadie debería sorprenderse de esta mutación en curso —eventos como la convención de la Modern Language Association en el 2009 (#mla09) así lo testimonian— cuando se relevan los cambios epocales que supusieron el pasaje de la escritura manuscrita a la dactilografiada, como lo reveló Friedrich Kittler (1999).

      El humanista digital debe estar atento a la información que se despliega en los monitores o pantallas, y al mismo tiempo al código que genera esos productos. La escritura del código se ve así afectada por su poder generativo (circularidad bien teorizada por Francisco Varela hace varias décadas). En la literatura en/de la web parece haber una primacía de bloques cortos de prosa que no exigen deslizar la pantalla (scroll), y también de bloques conceptuales que pueden ser rearmados a voluntad.

       Reading on the brain

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