Lituma en los Andes y la ética kantiana. Fermín Cebrecos
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Módulo 2. Características fundamentales de la “razón ilustrada”
La Ilustración fue un movimiento cultural –y, como tal, abarcador también de la filosofía–, que, desarrollado principalmente en el siglo XVIII, pretendió dirigir las actividades humanas (literarias, artísticas, éticas, religiosas, políticas y educativas) de los países en los que se hizo presente (Inglaterra, Francia y Alemania), aunque sin renunciar nunca a irradiar su influencia en todo el mundo. Aspiraba, por consiguiente, a “ilustrar” (es decir, “esclarecer”, “iluminar”) por medio de la razón la totalidad de las ideas y quehaceres humanos. También la filosofía, desde sus inicios, tuvo como una de sus misiones fundamentales la de clarificar racionalmente los problemas cosmológico-antropológicos, aspecto que heredó, desde perspectivas diversas, la educación. Sin embargo, la Ilustración moderna, pese a que no puede ser sintetizada en un concepto unitario (Sloterdijk, 1983, p. 160), poseyó contenidos y alcances peculiares que es pertinente subrayar aquí.
No interesa, en este contexto, delimitar el movimiento ilustrado ni geográfica, ni histórica, ni sociopolíticamente. Desde luego que, como todo logro o factum intelectual, la Ilustración forma parte de un proceso histórico que recogió, por negación y selectividad, aspectos que venían incubándose en los siglos anteriores. Su producto final, sin embargo, va a caracterizarse por tres señales determinantes: el uso esclarecedor de la razón, un liberalismo político de marcada tendencia hacia la tolerancia y una emancipación de tutelas políticas y religiosas contrarias al dominio exclusivo de la racionalidad.
Se trataba en primer término –y Kant es aquí un ejemplo paradigmático– de someter a la razón a un análisis crítico, confiándose en encontrar en su interior un sistema de principios que fundamentase y dirigiese, desde ella misma, todo el saber y obrar humanos: tanto las teorías científicas, filosóficas y teológicas, como las acciones morales y políticas. En este sentido, la naturaleza (physis) y el hombre (ánthropos) quedaban supeditados, en su conocimiento y en su dimensión nomológica, al poder de la razón. El espíritu ilustrado se expresará, por tanto, mediante el “uso correcto” de la razón humana.
A continuación se describen las características más significativas de la razón ilustrada5:
a) La razón humana es autónoma
La autonomía de la razón (autós: “uno mismo”; nómos: “ley”) se define etimológicamente como una “razón que se dicta a sí misma sus propias leyes”. Dicha característica, heredada de la filosofía griega, se convierte ahora en el sello distintivo de la racionalidad humana. Esta no reconoce otras instancias (ni superiores: Dios, la Revelación, la ideología política; ni inferiores: el sentimiento, el instinto, las inclinaciones, es decir, “lo otro de la razón”) para juzgar acerca de la verdad o falsedad de las proposiciones y acerca de la bondad o maldad de las acciones. La razón humana se constituye en el tribunal máximo de apelación para dictaminar lo que es verdadero, lo que es bello y lo que es bueno. Se traza, así, una línea demarcatoria entre la ciencia y la metafísica teológica, entre la ética racional y la teología moral.
b) La razón humana es una
También este supuesto metafísico tiene ascendencia griega. La razón posee una misma naturaleza, una idéntica esencia, de modo que, empleada correctamente, llegará a los mismos logros o resultados. Tal constatación significa, en principio, que la razón no está sujeta al devenir histórico ni a ninguna clase de evolución: permanece siempre igual a sí misma y es, a su vez, también “la misma” en todos los seres humanos, de suerte que lo que fue verdadero (o bueno, o bello) para un griego del siglo III a.C. tendrá que serlo también necesariamente para un ser humano de cualquier época o nacionalidad. Esta universalidad de la razón, en la que se identifican todas las diferencias, es lo que constituye al ser humano como ser racional y, por ende, le otorga una igualdad ontológica con sus semejantes.
c) La razón humana es crítica
La crítica, como facultad constitutiva de la razón humana, ha de entenderse desde tres dimensiones recíprocamente complementarias:
– La razón como instrumento (órganon), esto es, como sujeto crítico que lleva a cabo la “acción de criticar” (krinein), la cual se manifiesta, ante todo, como una labor jerarquizadora que concede gradación a las ideas y a las obras humanas.
– La razón como función crítica (en especial, contra los prejuicios de la ignorancia, contra el peso de la tradición, contra la autoridad irracional, contra la idolatría, la superstición y la intolerancia religiosa y política).
– La razón como objeto crítico, es decir, como sujeta ella misma al autoanálisis, a la autocorrección, a la crítica de sí misma. (Recuérdese que dos obras importantes de Kant llevan por título Crítica de la razón, y ha entenderse en ellas, efectivamente, una reflexión jerarquizadora y comparativa llevada a cabo por una razón que es sujeto y objeto de dicha crítica). Esta dimensión será propia de la Ilustración alemana y, más particularmente, de la filosofía kantiana.
d) La razón humana es analítica
La razón, para conocer lo otro de sí y para conocerse a sí misma, ha de proceder analíticamente, esto es, de manera inductiva: partiendo de la experiencia (“caso concreto”) y luego, en enlace de lo empírico con lo racional, formularse en una “ley” que se exprese en proposiciones hipotéticas. Pero la ley tiene que ser consecuencia del “análisis de lo dado” y, por ende, la referencia empírica se convertirá en el inicio cronológico de todo saber.
e) La razón humana es secular
Ya no se atribuirá la razón (su origen, sus contenidos, sus funciones) a una fuente extrarracional (Dios), como lo habían hecho tanto la filosofía escolástica como el racionalismo cartesiano. Precisamente porque la razón humana es autónoma, ha de convertirse en “secular” (esto es, en cismundana y terrena). “Secularizar” la razón significa, ante todo, interpretar todas las cuestiones reduciéndolas a un estado secular (saeculum es la contraposición latina de “cielo”). Así, pues, como secuela de la Ilustración, el teocentrismo se tornará en un fisiocentrismo o en un antropocentrismo; el providencialismo dejará paso a la fe (racional) en el progreso; la redención sobrenatural se convertirá en la idea de la salvación terrena o, lo que es lo mismo, en un traslado del paraíso celestial a un mundo en el que la historia humana se constituirá en el único marco de su realización. En consecuencia, “secularizar” implica reducir racionalmente lo sobrenatural a lo natural, lo trascendente a lo inmanente, lo divino a lo humano.
f) La razón humana es limitada
La Ilustración comienza teniendo una fe ciega (y, por ende, difícilmente identificable con lo racional) en el poder y el alcance ilimitados de la razón, Sin embargo, será Kant el filósofo que, sometiéndola a una crítica exhaustiva, le hará consciente de la finitud de sus alcances. Dicha finitud, sin embargo, posee, en su expresión, rostros complejos e incluso contradictorios entre sí. Por ejemplo, y merced a su filiación ilustrada, el marxismo depositará en el género humano perspectivas y logros de un progreso que sobrepasará los límites de lo individual, pero tal optimismo político se fundamentará en la implementación de una metodología que el formalismo ético kantiano no podría legitimar racionalmente6.
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