En vivo y en directo. Fernando Vivas Sabroso
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Para la Navidad de 1959 un televisor seguía siendo el regalo más preciado. Se estimaba en 80 mil29 el número de aparatos existentes a fin de año en la capital. Los canales y sus anunciantes decidieron capitalizar el espíritu navideño de fin de década. El canal 4 había celebrado el 15 de diciembre su primer aniversario con un show de Mario Clavel, cantante argentino de mucho cartel, y Juan Sedó preparaba con su club infantil vivos cuadros navideños. El 9 anunciaba la puesta en escena de una bizarra ópera navideña yanqui, Anabel y los visitantes nocturnos.
El 13 no se quedó atrás. Armó un show de antología para ser televisado desde el cerro San Cosme que, invadido en 1946 por pobladores armados de esteras, fue el primer hito de la ola migratoria serrana sobre la capital que había dado forma a una barriada aérea suspendida en torno al cerro, un “pueblo joven” como los cientos que nacerían en los años venideros. La carencia de unidad móvil (recién en el verano de 1960 los Delgado tendrían operativo su primer equipo rodante) fue resuelta con un pacto sui géneris. Los equipos del canal 7 fueron desmontados y trasladados a San Cosme para hacer las veces de unidad móvil. Así, el 24 de diciembre, Alfonso D’Allesio, animador radial de origen mexicano, condujo un show de excepción donde desfilaron, entre otros, Chabuca Granda, Fetiche y el Ballet de Panamericana. Sin duda, el panorama desde el cerro antes de comenzar la nueva década era auspicioso para la televisión, pues el gusto de las masas que empezaban a sobrepoblar Lima era aún un terreno virgen para explotar y encontró en Genaro Delgado Parker un interlocutor desprejuiciado y populachero como el negocio mandaba. Pero ese mismo panorama también anunciaba brechas, carencias y conflictos sociales que asustarían a cualquier empresario.
Canal 9: Caso cerrado
Desde que oyó hablar de ella el ingeniero Alfonso Pereyra quiso hacer televisión. Era la lógica consecuencia de una pasión científica por la comunicación a distancia que se hizo efectiva cuando manejó un equipo de radioaficionado, aún antes de que el Perú tuviese su primera emisora radial (OAX, 1926). De ahí en adelante su presencia como fundador, socio o consultor técnico era obligada en cada paso trascendente de la radio en el país.
Al concretar el proyecto para fundar radio El Sol, Pereyra ya estaba firmemente decidido a invertir en televisión, bautizando su empresa como Compañía de Producciones Radiales y de Televisión. Había viajado a Estados Unidos en 1948 y ahí había tenido ocasión de apreciar los avances de la televisión.30 Unos años después, en 1955, organizó con bombos y platillos unas pruebas de circuito cerrado en el hotel Bolívar. Entonces Pereyra avizoró su canal privado. El diario El Comercio, queriendo ampliar sus intereses a la radio, había ingresado como fuerte accionista a El Sol. Pereyra hizo una intensa campaña de convencimiento a sus nuevos socios —además de Luis y Pedro García Miró por El Comercio, estaban Iván Blume y los hermanos Santiago y Carlos Acuña— hasta que en 1958, ante la experiencia del canal 7 y los anuncios del 4, decidieron lanzarse a la aventura. La RCA Victor se encargaría de la provisión de equipos y la NBC, una de las tres grandes cadenas norteamericanas, asesoraría la instalación y programación del canal, además de incluirlo en su red nominal de estaciones afiliadas. En realidad, más allá de la asesoría teórica y del prestigio del consultor, y, por supuesto, de una provisión de series de estreno (sin hablar de representación exclusiva, pues la NBC ya había hecho negocios con el 4) este trato no significaba nada para el futuro del canal.
La NBC no invirtió dinero en el 9, se limitó a enviar un texto de Robert W. Sarnoff (su presidente de directorio) para ser publicado en El Comercio donde con gran deferencia mencionaba la “procesión de nuestro Señor de los Milagros” entre una lista de grandes eventos mundiales tales como “las Olimpiadas, el rally de Montecarlo y el festival musical de Edimburgo” que transmitiría la televisión del futuro en nuestros hogares. Y junto con el texto llegó Edward Roth, gringo consultor que cayó simpático a todos por sus vanos esfuerzos de hablar en español y al que se destinó una oficina que casi nadie visitaba y de la que salía para tropezarse con los técnicos en los pasillos. Madrugador, llegaba a las 8 de la mañana al canal y se iba a primeras horas de la tarde, antes de que comenzaran las transmisiones y los problemas.
El día de la bendición
Adelantándose a la fundación de Panamericana Televisión, el domingo 2 de agosto de 1959 se inauguró el canal 9 de radio El Sol, con una misa oficiada por el arzobispo Juan Landázuri Ricketts en el local de la emisora ubicado en la avenida Uruguay. Tras el agua bendita y los acordes del Himno Nacional el presidente del directorio, Luis García Miró, dio las palabras de bienvenida. Evidentemente, la inversión del diario sobrepasaba el aporte del propio Pereyra, que quedaba de ejecutivo principal en un directorio dominado por los Miró Quesada y, en menor medida, por integrantes del poderoso grupo Prado y por socios de América, canal 4.
El discurso de García Miró,31 hombre improvisado en la novedad de la televisión que ocupaba el cargo por razones familiares (su pariente Óscar Miró Quesada, el popular Racso, sí era un fanático de la novedad), insistió en la presencia de la NBC como cadena tutelar de El Sol a la que se agradecía por “su magnífica labor en organizar la estructura comercial del canal”. Sorprendente atribución de una función que debía ser la preocupación principal de los nacionales e indicio del temprano colapso económico que sufriría el 9 pocos meses después.
Pereyra, por el contrario, habló como el pionero que por fin alcanzaba el sueño de un canal equipado con tecnología potente y moderna. Gran visionario y flojo empresario, no pudo convertirse en visible timonel (como lo fue Genaro Delgado Parker en el 13 o el inseparable dúo González-Umbert en el 4), que coordinara un plantel humano sin cohesión. César Miró se encargaría del noticiero y asesoraría la programación. Hombre de originales proyectos, enterado e inquieto comunicador, Miró era la engreída oveja negra de la familia Miró Quesada, entregado al proyecto televisivo con un entusiasmo que duró muy poco, menos aún que el de Emilio Herman y Sebastián Salazar Bondy, dos connotados intelectuales convocados por el 9. Según Miró32 su pronta lejanía se debió a la presencia de Augusto Goycochea Luna como jefe de producción, peruano que venía de trabajar con éxito en la radio colombiana y el hombre controvertido en un staff al que solo le faltaba la bronca entre unos y otros para sumirse en el caos. Pero si éste no tardó en llegar, culpemos a la inexistencia de una línea comercial agresiva. Los dueños de El Comercio, acostumbrados a una clientela incesante que nunca cuestionó ni regateó tarifas, esperaban un éxito de ventas similar en la televisión. Pero los segundos de pantalla no se podían vender con la misma inflexibilidad que los centímetros de papel. El jefe de ventas, Ed Gory, popular barman limeño que había incursionado en la radio, vendió muy poco como para compensar la cuantiosa inversión en series, en películas de estreno y en producción en vivo. A través de Óscar Artacho, periodista argentino que dirigía el conocido programa Pregón deportivo en radio El Sol, los Miró Quesada recibieron una oferta de auspicio para el programa inaugural. Como no se ajustaba a sus rígidas expectativas no la aceptaron y tuvieron luego que salir al aire con menos.33 El canal tenía los días contados. Sin embargo, el día de la fundación, el espectáculo vivo sí fue auspicioso. El largometraje de arranque, la mítica Casablanca, era el primero de un lote de rutilantes estrenos. Goodrich, sólo auspiciador, presentó una movida variedad musical con Alicia Lizárraga, Filomeno Ormeño y un cuerpo de baile. A continuación, como expresión de ese amor dual por la música criolla y la cultura norteamericana propia de El Comercio, siguió una edición especial del Perry Como show. A las 8.30 de la noche aparecieron las estrellas de peso, algunas especialmente importadas para la ocasión: Los Tex-Mex, tejanos mexicanos que confundían con mucha gracia la música country y las rancheras; la melódica Iris Vale; nuestra Edith Barr, que tuvo un contundente debut televisivo que le valió un contrato estable con la empresa; y la primera peruana que había triunfado en el cine mexicano: