Sal. Rebecca Manley Pippert

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Sal - Rebecca Manley Pippert

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día, tendemos a lo contrario. Pero Jesús no se hizo pasar por un ser humano. No era 90 % divino y 10 % humano, ni tampoco cambió su divinidad por su humanidad. Jesús era completamente Dios y completamente humano. Tenía dos naturalezas, divina y humana, en una sola persona.

      Al principio del Evangelio de Juan, el apóstol testifica de la naturaleza divina de Cristo: “En el principio ya existía el Verbo [Cristo], y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba con Dios en el principio” (Juan 1:1-2). Juan también nos dice que “por medio de él todas las cosas fueron creadas; sin él, nada de lo creado llegó a existir” (Juan 1:3). Eso significa que Cristo, el divino Hijo de Dios, creó las galaxias y formó el cosmos, la luna, el sol y las estrellas. Antes de venir a nuestro planeta, vivió fuera de nuestra experiencia sensorial y fue un ser trascendente.

      Como hemos visto, Juan también dio testimonio de la humanidad de Cristo: “El Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria” (Juan 1:14). Pablo dice que Cristo, “siendo por naturaleza Dios, [sin embargo] no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos” (Filipenses 2:6-7). El Hijo era completamente humano, asumiendo nuestras limitaciones humanas: tiempo, espacio, conocimiento y mortalidad; pero no así nuestro pecado, ya que eso no era parte del diseño de Dios cuando hizo a la humanidad.

      En otras palabras, cuando Jesús vino a la tierra no solo reveló el carácter divino de Dios, sino que también nos mostró lo que significa ser plenamente humanos. Por ejemplo, en los Evangelios vemos a Jesús viviendo las siguientes características humanas en toda su plenitud.

      El verdadero amor humano: Jesús amaba a las personas. Incluso en la cruz, cuando estaba experimentando un sufrimiento atroz,

      Jesús amó a su madre pidiéndole a su discípulo Juan que la cuidara como a su propia madre.

      Las verdaderas emociones humanas: Las historias del Evangelio revelan que Jesús lloró y se entristeció. Tenía la capacidad de sorprenderse y se sintió movido a compasión. Y Jesús sufrió, como vemos tan vívidamente en su experiencia en el huerto de Getsemaní y en su muerte en la cruz.

      La verdadera elección humana: Se hizo humano por elección propia; eligió no caer en la tentación; eligió ir a la cruz.

      El verdadero intelecto y desarrollo humano: Qué maravilloso pensar que su madre tuvo que enseñarle los colores: “Jesús, esto es azul; esto es rojo”. José tuvo que enseñarle las habilidades necesarias para ser un carpintero. Jesús creció en estatura y sabiduría porque para eso fue creado el ser humano (Lucas 2:52).

      La verdadera experiencia corporal humana: Jesús se cansó y tuvo sed y hambre, como vemos en la historia de la mujer samaritana en Juan 4.

      La verdadera dependencia humana: Cuando Jesús nació en la tierra, no dejó a un lado su deidad, pero sí su gloria y majestad. En otras palabras, Jesús no ejerció todas sus capacidades divinas. Por ejemplo:

      1 Cuando Jesús fue arrestado en el huerto por guardias armados, dijo: “¿Crees que no puedo acudir a mi Padre, y al instante pondría a mi disposición más de doce batallones de ángeles? Pero, entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras que dicen que así tiene que suceder?” (Mateo 26:53-54). Pudo haber dispuesto de los batallones de ángeles, pero también era un ser humano que dependía, como todos los seres humanos, de Dios.

      1 Cuando Jesús estaba a punto de elegir a sus discípulos, no dijo: “Padre, mañana es un día importante. ¿Podrías darme

      GLORIA EN LA DEBILIDAD

      doce nombres rápidamente para que pueda descansar?”. Al contrario, Jesús hizo lo que debemos hacer. Luchó en oración toda la noche para conocer la voluntad del Padre antes de elegirlos: “Por aquel tiempo se fue Jesús a la montaña a orar, y pasó toda la noche en oración a Dios. Al llegar la mañana, llamó a sus discípulos” (Lucas 6:12-13).

      1 Cuando Satanás tentó a Jesús en el desierto, Jesús no dijo: “Disculpa, pero no puedes hacer eso porque soy el Hijo de Dios”. En cambio, Jesús experimentó voluntariamente la tentación, identificándose con nuestra experiencia humana no de manera teórica sino plenamente; y superó la tentación utilizando los mismos recursos que Dios ha dado a todos los creyentes: la palabra de Dios y el Espíritu Santo (Lucas 4:1-13).

      En otras palabras, Jesús no usó la “llamada a Dios” para obtener ayuda instantánea, cosa que podría haber hecho como Hijo de Dios. En cambio, al asumir nuestra naturaleza humana, aceptó de buena gana nuestras limitaciones humanas. Y así, nos mostró cómo vivir una vida de fe y obediencia a Dios.

      Es casi imposible apreciar cuánto se humilló Jesús al asumir nuestra naturaleza humana. Lo que Jesús nos muestra tan vívidamente es que hemos sido creados para ser dependientes de Dios, no autosuficientes. Por eso, Jesús nunca se avergonzó de su dependencia de Dios. No le avergonzaba reconocer que necesitaba orar pidiendo dirección o que estaba cansado o hambriento: porque eso es lo que significa ser humano.

      Tal como somos

      Si Jesús aceptó su dependencia de Dios sin que eso le avergonzara, entonces nosotros también debemos aceptar nuestra dependencia. Quizá pensamos que ya lo hacemos, pero, ¿lo hacemos realmente?

      Yo diría que, en toda la creación de Dios, solo a los seres humanos nos cuesta aceptar nuestra verdadera forma. Y cuanto más éxito tenemos en la vida, ¡más difícil nos resulta!

      Reflexiona: ¿has pensado alguna vez que los perros no se enojan por no ser gatos? Las ardillas no sienten envidia porque no son vacas. La luna no está resentida por no ser el sol. Lo cierto es que, en toda la creación de Dios, los seres humanos somos los únicos que estamos molestos por cómo somos. ¿Por qué? ¡Porque nuestra naturaleza dependiente siempre nos recuerda que no somos Dios! Queremos acercarnos a cada situación, incluyendo la proclamación del evangelio, como seres omniscientes y todopoderosos que disponen del control en todo momento. Secretamente, estamos frustrados —o por lo menos avergonzados— porque nuestra incapacidad significa que siempre tenemos que depender de Dios.

      Sin embargo, Jesús muestra de forma preciosa de dónde proviene nuestra alegría: de darnos cuenta de que somos incapaces y que eso no nos debería molestar, ¡y que Dios es completamente capaz! La maravillosa noticia es que nuestra debilidad e incapacidad no son un obstáculo para que Dios obre a través de nosotros. Jesús dijo: “Dichosos los pobres en espíritu” (Mateo 5:3). En otras palabras, felices los que ven que no son capaces. ¿Por qué? ¡Porque solo cuando vemos que no somos capaces, estamos dispuestos a volvernos a Aquel que sí lo es!

      Así que aprender a celebrar nuestra pequeñez es solo la primera parte. También debemos aprender de dónde viene el verdadero poder. Dios no nos ayudará cuando intentemos vivir la vida cristiana con nuestras propias fuerzas. Solo si admitimos nuestra naturaleza dependiente, veremos nuestra necesidad de depender del poder de Dios. Y en cuanto aceptamos nuestra necesidad, ¡Dios se pone a trabajar! Puede que no sepamos cómo alcanzar a una persona con el evangelio, ¡pero Dios sí! Es posible que se nos acabe el amor hacia alguien no creyente, ¡pero a Dios no!

      El autor John Arnold lo expresó de esta manera en su libro Seeking Peace:

      “ Nuestra debilidad e incapacidad no son un obstáculo para que Dios obre a través de nosotros”.

      “Cuanta

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