Sal. Rebecca Manley Pippert

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Sal - Rebecca Manley Pippert

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que da el servicio a Dios como servilismo. Puesto que a Satanás le molesta que Dios controle y tenga todo el poder, su principal argumento, que está detrás de todo lo que dice, es este: Ser Dios lo es todo; ser criaturas que dependen de Dios es un estado que hay que evitar, contra el que hay que luchar y del que hay que escapar. Por lo tanto, ¡rechaza tu humanidad y sé Dios!

      Satanás hace dos cosas a la vez: ataca el carácter de Dios y niega la belleza de lo que somos: criaturas. Es una mentira horrible y diabólica completamente opuesta a todo lo que hemos aprendido en Génesis 1 y 2: que Dios es bueno y digno de confianza, y que ser un ser humano, creado para depender de un Dios amoroso y bueno, es hermoso y maravilloso.

      Satanás desea que, en lugar de celebrar nuestra dependencia de Dios, odiemos el hecho de que Dios es Dios y nosotros no. Quiere que despreciemos nuestra “pequeñez” y que la veamos como algo de lo que avergonzarnos. Pero reconocer nuestra incapacidad y dependencia de Dios no es deshonroso. ¡Es lo que nos hace libres! Ser criaturas no es una porquería, como Satanás quiere que creamos. Ser criaturas que aman a Dios, le obedecen y dependen de él sin avergonzarse es algo glorioso.

      En Génesis 3, el mal gana terreno porque los seres humanos se niegan a ser lo que realmente son: seres creados por Dios por amor y puro gozo, que encuentran satisfacción y libertad cuando dependen de su Dios amoroso y misericordioso.

      El problema perdura

      Observa con atención la profundidad de la inseguridad humana desde que los seres humanos creyeron en la mentira de Satanás en Génesis 3 y comprobarás que esa mentira ha echado raíces profundas. Tiramos de terapias y fórmulas de autoayuda para tratar de superar ese sentimiento de incapacidad. El difunto psiquiatra Wilhelm Reich, después de ejercer la psicoterapia durante décadas, concluyó: “¿Cuál es la dinámica de la miseria humana en este planeta? Todo proviene de que el hombre intenta ser lo que no es” (The Mass Psychology of Fascism, p. 234, publicado en español como Psicología de masas del fascismo).

      ¡Brillante explicación secular de cómo se manifiesta el pecado! Sin embargo, Reich no explica por qué intentamos aparentar más de lo que somos, porque eso es algo que solo Dios nuestro Creador puede revelar. La Biblia explica que somos rebeldes que, en el fondo de nuestro corazón, sabemos que no somos Dios pero desearíamos serlo. Así que ocultamos nuestra incapacidad tratando de parecer más de lo que realmente somos. El profeta Ezequiel lo expresa muy bien: “¡No eres un dios, aunque te creas que lo eres! ¡Eres un simple mortal!” (Ezequiel 28:2).

      La historia de la humanidad y nuestra cultura actual están llenas de ejemplos que confirman el punto de vista de Ezequiel. Consideremos el bestseller de Yuval Noah Harari Sapiens, donde Harari dice que, debido a la ingeniería genética, los humanos están a punto de superar la selección natural y convertirse en dioses. Aunque, irónicamente, también señala que todavía parecemos infelices y en muchos sentidos inseguros de lo que queremos: “¿Hay algo más peligroso que unos dioses insatisfechos e irresponsables [nosotros] que no saben lo que quieren?” (p. 456).

      Como cristianos, sabemos que no somos Dios. Sin embargo, fácilmente caemos en la trampa de sentirnos avergonzados por tener que depender de Dios. No queremos que nadie vea nuestra debilidad o las limitaciones de nuestra humanidad, así que intentamos no parecer tontos o decir algo que pueda ser interpretado como antiintelectual o fuera de lugar en nuestra cultura. Nos importa más lo que pensarán las personas que lo que piensa Dios. ¿No es esa la razón por la que muchas veces no compartimos nuestra fe? ¿Porque tememos que quizá la gente se dará cuenta de nuestras limitaciones o quedaremos como unos tontos?

      Necesitamos aceptar las limitaciones de nuestra humanidad. Y podemos hacerlo mirando el nacimiento de Jesús.

      Poder en la debilidad

      El evangelista Lucas nos dice que, mientras los pastores vigilaban sus rebaños por la noche:

      Sucedió que un ángel del Señor se les apareció. La gloria del Señor los envolvió en su luz, y se llenaron de temor. Pero el ángel les dijo: “No tengáis miedo. Mirad que os traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy os ha nacido en la Ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto os servirá de señal: Encontraréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”.

      De repente apareció una multitud de ángeles del cielo, que alababan a Dios y decían:

      “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los que gozan de su buena voluntad”. Lucas 2:9-14

      ¿Por qué las huestes celestiales alababan con tanta pasión y gozo después de que el ángel anunciara el nacimiento de Cristo a aquellos pastores ojipláticos y aterrados? ¡Porque conocían la identidad de Aquel que Dios había enviado! Tal como Pablo dijo: “Porque a Dios le agradó habitar en él con toda su plenitud” (Colosenses 1:19).

      ¡Las huestes celestiales sabían que la venida del Hijo de Dios no tenía precedentes y que cambiaría para siempre el curso de la historia humana! Además, sabían que Dios Padre llevaba siglos revelando su plan de enviar a su Hijo a la tierra. Lo que nos lleva a hacer una pregunta obvia: ¿por qué Dios envió a su Hijo, acostumbrado como estaba a la majestad del cielo, de la manera más débil y humilde posible? ¿Por qué lo envió a este mundo como un bebé indefenso y totalmente dependiente al que tendrían que acostar en un pesebre?

      En primer lugar, ¡porque Dios está dándole la vuelta a la mentira diabólica! ¡Ser humano, es decir ser dependiente, es maravilloso a ojos de Dios! Por eso, nunca debemos despreciar nuestra pequeñez, ya que el Hijo de Dios se hizo “pequeño” cuando se hizo humano. Su nacimiento es una tremenda validación de lo bueno que es ser humano. Al hacerse carne, Cristo “santifica toda carne”, como dijo el poeta Charles Williams. En segundo lugar, las humildes circunstancias de su nacimiento son una señal de que Jesús no vino a salvar solo a los privilegiados y a los poderosos; vino a salvar a toda la humanidad.

      El hecho de que Cristo vino asumiendo la debilidad y vulnerabilidad de un bebé tiene una enorme importancia para la evangelización. La razón es la siguiente: el nacimiento de Jesús revela que a Dios le complace habitar en la debilidad humana y revelar su gloria a través de ella. Es un tema que aparece a lo largo de toda la Escritura. A lo largo de la Biblia vemos que hay una profunda relación entre la debilidad humana y el poder de Dios.

      Piensa en el apóstol Pablo, uno de los mayores evangelistas de la historia. ¿Cómo se sentía Pablo cuando fue de viaje misionero a la importante ciudad de Corinto, la “Ciudad del Pecado” del mundo antiguo? ¿Estaba rebosante de confianza en sí mismo? En 1 Corintios 2:3-5, encontramos la respuesta y sus palabras nos ayudan a entender por qué reconocer nuestra pequeñez es en realidad un regalo:

      Es más, me presenté ante vosotros con tanta debilidad que temblaba de miedo. No os hablé ni os prediqué con palabras sabias y elocuentes, sino con demostración del poder del Espíritu, para que vuestra fe no dependiera de la sabiduría humana, sino del poder de Dios.

      La declaración de Pablo es asombrosa. Pablo dice que se gloría en su debilidad e incapacidad para que se vea el poder de Cristo. ¡Es justamente la antítesis de Génesis 3! Satanás quiere que odiemos que nuestra humanidad implica tener que depender de Dios. ¡Pero Pablo afirma exactamente lo contrario! Dice que ha aprendido a amar y a celebrar su debilidad porque, a través de su incapacidad, el poder y la gracia de Dios se hacen evidentes.

       ¿Pero cómo aprendemos a vivir así? Pablo nos muestra que lo primero que tenemos que hacer es aceptar nuestra pequeñez. Eso implica mucho más que reconocer nuestras limitaciones. Significa experimentar un poder mucho más grande que el nuestro

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