La democracia de las emociones. Alfredo Sanfeliz Mezquita

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La democracia de las emociones - Alfredo Sanfeliz Mezquita Directivos y líderes

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historia vivida podemos comprender sin problema el que los «okupas» se busquen la vida entrando en casas y «okupándolas» como viviendas temporales de forma gratuita.

      No tengo amigos «okupas», pero supongo que pensarán y sentirán, desde su perspectiva, que hay una casa vacía y que quizá no sea justo que unos tengan tanto y otros tan poco. Ello les permite crear un relato que les otorga una sentida o artificial legitimidad para llevar a cabo la «okupación», aun sabiendo que ello tiene el riesgo de la aplicación de una ley con unas penas para quien lo hace. Pero estoy convencido de que, muy por encima de la motivación utilitarista de encontrar un alojamiento, pesa más el hecho de ejercer de rebelde y luchador contra el sistema establecido con la posibilidad incluso de salir en la tele como un bravo revolucionario. Y en lo que se refiere a la aceptación consciente de cometer actos ilegales, seguramente el comportamiento de los «okupas» no difiera mucho del que, de una u otra forma, defrauda impuestos. En ambos casos una persona realiza un acto que sabe que es ilegal, que puede causar un perjuicio a uno o varios terceros, y lo hace asumiendo el riesgo de que el peso de la ley, si es pillado, le lleve a sufrir una pena.

      Pero creo que similar repugnancia a la que nos produce a muchos observar una «okupación», les producirá a los «okupas» el oír que alguien se apropia mercantilmente de algo que no le corresponde, o que no ha pagado parte de sus impuestos aun cuando lo haga con sofisticados argumentos y apoyos legales que pretendan justificarlo. Más allá de que uno sienta mayor o menor cercanía con la gente que cae en uno u otro comportamiento, ¿hay intelectual y conceptualmente alguna diferencia de ambas prácticas? Ambas implican el incumplimiento de leyes, ambas tienen castigos asociados y ambas causan importante daño patrimonial y al funcionamiento de la sociedad. De nuevo, y haciendo una simplificación, lo que ocurre es que unas las cometen principalmente algunos miembros de los de un lado (conservadores, de derechas, privilegiados…) y perjudican más a los más necesitados del otro (clases más de izquierdas, humildes, desfavorecidos...), mientras que otras, por el contrario, las cometen principalmente algunos de los segundos y las sufren los primeros.

      Por naturaleza el ser humano tiende a ser cómodo y a rehuir el esfuerzo salvo que haya una buena motivación para ello. Soy de los muchos que piensa, como los de derechas, que una sociedad sin esfuerzo por parte de sus miembros es una sociedad tendente a la degeneración antes o después. Considero que una sociedad que ofrece a las personas todo lo que necesitan para vivir sin exigir cierta contribución a la misma, o al menos cierto acoplamiento y comportamiento social para recibir, genera un efecto llamada hacia esa degenerante comodidad. Pero esta afirmación es perfectamente compatible con mi firme creencia de que hoy resulta demasiado difícil o imposible para muchos encontrar un hueco mínimamente digno en la sociedad acorde con su nivel de desarrollo y con el nivel del entorno en el que uno vive. Y la frustración que genera esa dificultad explica el enfado de quienes teniendo carrera, máster e idiomas, no son capaces de encontrar trabajo o de superar los 900 euros de sueldo tras muchos años de trabajo. Estas frustraciones se convierten en comprensible rebeldía y en un rechazo del orden establecido revestido de una legitimidad verdaderamente sentida por quienes las padecen. A veces pienso que si estuviera en la piel de quien sufre esos problemas viviría probablemente irritado y enfadado con la sociedad y encontraría argumentos, uno detrás de otro, para calificar a la sociedad de injusta y de explotadores a quienes acumulan tanta ganancia o riqueza por exprimir las cadenas de producción de bienes y servicios.

      La realidad es que en el mundo hay vagos y personas mal acostumbradas que llegan incluso a morder la mano de la sociedad que les da de comer. Pero también es verdad que estructuralmente hoy la sociedad no deja hueco digno para todos, como veremos al hablar de algunas consecuencias de los paradigmas e inercias en las que se asienta un sistema basado en la necesidad de continuas mejoras de productividad y crecimiento. Los que estamos en un lado y otro debemos tener cuidado de no vernos cegados por una excesiva y desequilibrada defensa y protección de nuestros intereses. Tenemos y debemos evitar el riesgo tan humano de no ver lo que no nos interesa o conviene por más evidente que sea. Pues esta ceguera o distorsión de nuestra capacidad de observación hace muy difícil comprender las dinámicas sociales y contribuye a la confrontación, la polarización, y en definitiva a la enorme y caótica complejidad de la sociedad que hoy vivimos en la que todo vale.

      Y para concluir esta reflexión, nada como traer a Adam Smith con su frase: «La mejor manera de satisfacer los intereses propios es cuidando los intereses de aquellos que tienen lo que uno quiere». Conforme a ello, cualquiera que sea nuestro grupo de pertenencia, nada es más importante que comprender a los otros, pues solo conociendo sus verdaderos intereses podremos trabajar en satisfacerlos, y con ello satisfacer los nuestros.

      La confusión de lo útil y lo realista con lo justo

      Uno de los principales reproches de las «derechas» a las ideologías de «izquierdas» se centra en gran medida en la creencia de que estas últimas tienden a perjudicar el buen funcionamiento de la sociedad en lo que se refiere a su capacidad de generar riqueza. Se dice que provocan el acomodamiento de quien siente que vive en un mundo de derechos sin las correspondientes obligaciones y en el que el esfuerzo no tiene recompensa al existir una justicia igualadora. Consideran que es poco inteligente basar una sociedad en principios que llevan a un empobrecimiento de todos en términos absolutos. Personalmente comparto plenamente dicho planteamiento pues me parece claro que el progreso de la humanidad se construye sobre el esfuerzo de unos y de otros, y que las personas, de una u otra forma, necesitamos recompensas (del tipo que sea) para realizar nuestro esfuerzo. Pienso que incluso quienes se sienten pertenecientes al grupo ideológico de «izquierdas» suscribirán esta observación pues posiblemente resulta constatable en sus versiones extremas con la evolución de los comportamientos y experiencias pasadas en las distintas sociedades. Quizá no se atrevan o permitan compartir la observación abiertamente, pero estoy convencido de que si se colocan en Marte para tener una posición sin implicación, hasta los más extremos podrán advertir esta tendencia si no reniegan de la realidad del funcionamiento de nuestro sistema basado en una u otra forma de egoísmo de supervivencia.

      Pero lo anterior no debe llevarnos a pensar que las actuaciones de quienes a todas horas gritan y reivindican derechos, que parecen ir contra el reconocimiento y la compensación del esfuerzo y del mérito, no resultan también inteligentes y útiles. Pues sin duda casi todos esos gritos y reivindicaciones acaban produciendo su fruto en el medio y largo plazo. Es claro que muchas de esas reivindicaciones hacen daño a la economía, al empleo o a ciertas condiciones de nuestro bienestar social en el corto plazo. Pero en el largo plazo han extendido un alto nivel de bienestar a más y más población. Cada vez que hoy alguien habla de subir un impuesto, los empresarios, con buen criterio, dirán que ello reducirá la inversión y restará atractivo a nuestro país para inversores extranjeros. Si se habla de subir el salario mínimo, dirán que ello generará más paro, y seguramente sea cierto en el corto plazo, pero me parece también indudable que si los menos favorecidos de nuestra sociedad hubieran esperado a que los empresarios encontraran un momento bueno para subir los impuestos o el salario mínimo estarían todavía con salarios de hambre y sometidos a unas condiciones que hoy nos resultarían absolutamente inaceptables.

      No pretendo entrar ahora en el debate de cuál es la mejor forma de funcionamiento social y económico para nuestro mundo, pero he querido poner estos ejemplos para hacer visible como, para los desfavorecidos, los gritos y reivindicaciones que efectúan, cuando se hacen de forma inteligente, producen frutos que no se habrían producido de otra manera. Y aunque a veces nos produzcan un gran rechazo e indignación (como el fenómeno de los «okupas») parece claro que tales batallas van sembrando y regando a la sociedad con un tinte protector y comprensivo de las necesidades de los menos favorecidos que consiguen impregnar el comportamiento social y generar medidas orientadas a la protección de los menos privilegiados. Es a la conclusión a la que llego con la simple observación de la evolución de las cosas a lo largo del tiempo.

      Para comprender las dinámicas sociales es importante empezar por aceptar que las reivindicaciones y los gritos han sido en general muy útiles a lo largo de

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