La democracia de las emociones. Alfredo Sanfeliz Mezquita
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El afán de poder e influencia
La búsqueda de poder siempre ha sido una constante en el hombre. De alguna forma es una estrategia que utilizan muchos para reforzar o proteger su supervivencia. Unos buscan poder en un amplio nivel social y otros en un pequeño ámbito dentro de lo que es su minisistema de relaciones. Pero de una u otra forma todos contamos con este potencial recurso para hacernos más fuertes. Todos somos conocedores de esta tendencia eternamente asociada al ser humano, y por tanto parecería innecesario traerlo aquí como idea poco tenida en cuenta a la hora de analizar y comprender nuestra sociedad. Pero me ha parecido importante mencionarla por el hecho de que quizá hoy, ante la extraordinaria importancia que se otorga al dinero, podamos confundir la búsqueda de poder con la búsqueda de dinero o riqueza. La búsqueda de riqueza es una vía para la búsqueda de poder, pero existen también, de forma creciente, estrategias con las que se busca directamente poder como medio de vida. En cada vez más ocasiones podemos observar el camino de los gritones y extremistas capaces de cualquier cosa por llamar la atención, aunque sea para ser insultados, para generar a los seguidores que les hacen poderosos (influyentes) y les otorgan un medio de vida.
El poder procura una doble consecución: la falsa ilusión de ser queridos y seguridad. Por una parte, queremos ser poderosos para ser queridos, creándonos la ilusión de que, si tengo poder, la gente me querrá más. Probablemente lo correcto sería pensar no tanto que por mi poder me querrán más sino que a quienes tienen poder se les hace más caso, lo que refuerza la posición del poderoso en la sociedad. Consiguen así los poderosos que los aguanten, que les rían las gracias y resultar más atractivos… Pero el amor no deriva del poder sino de otras variables relacionadas con intangibles humanos y espirituales tales como nuestra autenticidad, nuestra sinceridad, nuestra capacidad de querer a los demás, y en definitiva con nuestra alma. Por otra parte, la búsqueda de poder está asociada a la búsqueda de seguridad y autonomía. Pensamos que mientras seamos poderosos tendremos más posibilidades de conseguir, en el presente y en el futuro, aquello que necesitaremos sin depender de los demás.
Y está búsqueda de poder con esa doble finalidad perseguida por muchas personas de forma consciente o inconsciente nos hace tratar de colocarnos en posiciones superiores a las de los que nos rodean para poder influir, someter o disponer de las personas cuando sea necesario de una forma sana o malsana. El poder nos puede hacer sentir superiores y más fuertes para sobrevivir en nuestra compleja y exigente sociedad en lo que se refiere al esfuerzo requerido para satisfacer las necesidades sociales. Aunque el poder puede crear una falsa ilusión de aquietamiento de los miedos y desasosiegos existenciales del hombre, solo a través del desarrollo o crecimiento personal y de una espiritualidad bien vivida se pueden aplacar nuestros temores y consiguientemente la búsqueda de poder. Pero lo que es una realidad es que el poder, por posición o por tener influencia, cada vez más se ha convertido también en una fuente de búsqueda de nuestro sustento económico.
Una de las vías de búsqueda de poder propia de nuestra época es la de convertirse en el líder de causas y reivindicaciones basadas en la crítica por la crítica y en la denuncia de injusticias que identifican enemigos culpables de los resentimientos y padecimientos de aquellas víctimas a las que se quiere reclutar. Sin duda esta vía es una de las que más contribuyen a los altos niveles de agitación y confrontación.
La deslealtad y el conflicto de agencia
A menudo decimos que los políticos lo que buscan es hacer carrera, que los ejecutivos se agarran como lapas a las empresas que lideran, y por supuesto que los partidos políticos colocan la búsqueda del interés de su partido por encima de la búsqueda del bien de las naciones o pueblos donde desarrollan su política. Por ello no descubro nada al afirmar la enorme frecuencia con la que se dan fenómenos de deslealtad por parte de quienes representan unos intereses o una causa, pero se mueven mucho más por sus propios intereses que por los de la causa a la que supuestamente representan.
Se denomina conflicto de agencia a todos los fenómenos en los que esta divergencia se produce en la actuación de los líderes de las organizaciones, partidos políticos, ONGs, etc. En ocasiones las divergencias son plenamente conscientes para quienes las encarnan, pero en otros casos no. El ambiente y la presión del entorno de seguidores que influyen en la creación de contextos y relatos legitimadores de estas actuaciones parece que dan naturalidad a estos fenómenos sin que los afectados sean conscientes. De alguna forma se vive en un ambiente en el que se han hecho tan habituales que se mira con naturalidad y casi parecen comprensibles y excusables. Con el tiempo muchas organizaciones o asociaciones que han nacido con un buen propósito en el que trabajar pierden su razón de ser, y sus líderes se dedican a defender absurdas causas que solo tienen como razón de ser proteger la supervivencia y los puestos de trabajo de tales organizaciones por más que ya no tengan sentido.
Hay dos niveles de deslealtad muy arraigados y extendidos en nuestra sociedad que conviene refrescar y tener muy presentes. Existe por una parte un altísimo coeficiente de deslealtad por parte de las personas líderes en organizaciones respecto de los intereses que representan, por supeditar, en mayor o menor medida, los intereses de la organización respecto de los suyos propios. Los líderes se dejan llevar más por lo que les conviene a ellos que por lo que conviene a las organizaciones a las que representan o lideran. Por otra parte, existe una deslealtad en el nivel institucional por el cual muchas organizaciones que tienen su razón de ser en la defensa y protección de determinados intereses, casi se olvidan de ellos postergándolos de manera manifiesta a la propia supervivencia de la organización en cuestión, y consiguientemente a los intereses conjuntos de quienes la forman. Creo que los partidos políticos hoy son la mejor representación de este fenómeno, aunque sin duda no son los únicos. Haciendo un cierto paralelismo basta observar también la aceptación y tolerancia de muchas prácticas profesionales y empresariales por las que se atrapa al cliente (cuyos intereses se reitera que son lo primero) en relaciones de servicio en las que se busca mucho más la facturación que los intereses de este. A modo de ejemplo, ¿no es acaso desleal el que una empresa dedicada al asesoramiento en soluciones informáticas o productos financieros prime en la oferta a sus clientes aquello en lo que obtiene mejor comisión postergando el interés del cliente aun cuando este contrate a la empresa por la confianza que le merece para solucionar un problema o gestionar una situación? Lamentablemente estamos tan acostumbrados a que esto ocurra que hemos perdido la conciencia de que es una deslealtad inaceptable.
Sin duda no hace falta alertar al lector acerca de la existencia de estos conflictos de agencia o lealtad. Pero si lo hago es porque, cuando discutimos y analizamos interiormente o en conversaciones el desarrollo y las acciones de las personas u organizaciones (y con claridad los partidos políticos), a menudo nos olvidamos de esta arraigada práctica y presumimos un actuar recto de las organizaciones y de las personas al servicio de los intereses que representan. Presencio muchas veces posiciones indignadas de personas incapaces de comprender por qué un partido político adopta una determinada posición. Es habitual oír que el partido (o el líder en cuestión) parece tonto, que no se entera de nada, que está equivocado y que no se puede comprender una determinada actuación. Ello ocurre porque nos olvidamos de los arraigados