La democracia de las emociones. Alfredo Sanfeliz Mezquita
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Por ello, aunque no suene bonito, mi recomendación es no asumir que los líderes de organizaciones e instituciones actúan siempre rectamente en defensa de los intereses que representan. Y por ello, cuando no podamos comprender alguna de sus actuaciones por parecernos estúpida, preguntémonos si es estúpida para quien lo que quiere es proteger más sus intereses particulares que los de la institución. Seguramente el simple planteamiento de la pregunta nos dará luz para comprender el porqué de las cosas y dinámicas que se dan en el entramado institucional de la sociedad. No miremos por tanto las cosas con ojos de bien o de mal sino con los ojos realistas de quien conociendo la realidad humana ha podido constatar la extendida práctica de estas deslealtades, a menudo poco conscientes por parte de quien las practica.
Ya hemos visto que nos cuesta aceptar e integrar en nuestro pensamiento espontáneo el egoísta comportamiento humano propio de nuestra sutil programación para la supervivencia, que en un momento dado es lo que nos puede también llevar a la deslealtad y al conflicto de agencia. Para liberarnos del rechazo que nos puede producir el pensar mal del ser humano, recordemos que el objetivo de este libro no es hacer un juicio ni posicionarnos en uno u otro sentido, sino ayudar a observar y descifrar las fuerzas que mueven nuestro sistema para hacerlo lo más comprensible posible. Solo después entrará la conciencia de cada uno para actuar de una u otra forma en esa complejidad comprendida. Y ya, libres de cualquier ingenuidad buenista y con la sociedad mejor conocida, volver a actitudes positivas que den más peso a la bondad humana que a la maldad, que es mi opción de mirada al mundo y que creo que es también la elegida por parte de la mayoría de las personas.
Las personas encontramos satisfacción en la ayuda «desinteresada»
Pasemos a hablar de motivaciones humanas mucho más admirables y elevadas. Existe otra gran fuerza que mueve al hombre y de la que se suele hablar menos. Se trata de la ayuda o el servicio a los demás como factor de motivación y satisfacción. Es en gran medida una fuerza eclipsada por las múltiples muestras de voracidad consumista, de conquista y acaparamiento de riqueza, así como por nuestra educación, demasiado escorada en la práctica hacia estrategias para la competitividad frente a las dirigidas a la cooperación. Occidente combate sus miedos existenciales y temores sobre el futuro mediante la acumulación de dinero y tratando de ser mejor y más competitivo que los que nos rodean. Hemos sido educados de esa manera. Pero la ayuda a los demás como factor causante de muchas de las actuaciones del hombre es algo indiscutible e imborrable de nuestro sistema motivacional. Es además una de las más nobles vías de aquietamiento de muchos de nuestros desasosiegos.
Se dice que la vida en las grandes ciudades se ha hecho muy fría y que las personas van a lo suyo con cierta deshumanización de las relaciones. No discuto ese fenómeno como algo muy extendido, y seguramente en el pasado los vecinos en los pueblos y ciudades eran más proclives a compartir los problemas y a prestarse ayuda mutua. Nuestras habituales actitudes utilitaristas y de competitividad y conquista nos llevan a que hoy gran parte de las ayudas que desinteresadamente nos prestamos unos a otros hoy se efectúen a través de sistemas organizados en forma de asociaciones, ONGs, voluntariados, etc., olvidándonos de prestar esa ayuda a nuestro vecino o familiar. Parece que nos gusta ayudar, pero haciéndolo con una etiqueta que nos facilite sentir que lo estamos haciendo desinteresadamente. Es en gran medida, y paradójicamente, el premio que buscamos, pues se trata de un interés más elevado, amoroso y espiritual que hace compatible e integra el bien de unos y otros.
Son crecientes y manifiestas las muestras de acciones e intervenciones humanas basadas en la satisfacción que produce ayudar y servir. Baste para ello ver la felicidad de los misioneros o voluntarios que arriesgan su vida yendo a países peligrosos para educar a sus habitantes o para apoyarlos y procurarles salud, como en el caso de los médicos o personal sanitario. No tengo datos exactos, pero el número de personas que participan en voluntariados dirigidos a una u otra causa es muy creciente y, cada vez más, muchas de las operaciones y movimientos de bienes y servicios del mundo ya no se sustentan en un ánimo de lucro mercantil sino en una filosofía basada en la satisfacción o bienestar interior que nos procura el hecho de prestar ayuda desinteresadamente. Es cada vez mayor la tropa de voluntarios que dedican su tiempo en favor de terceras personas, grupos sociales o incluso el planeta entero (en el caso del tema medioambiental), y parece también incremental el número de ricos que dedican importantes cantidades de dinero a la filantropía.
¿Por qué pienso yo que ocurre esto? Creo que son varios los factores que lo explican:
• El ser humano tiene un lado de bondad y otro de maldad y quiero soñar con que con la evolución humana el lado de la bondad va haciéndose con una mayor proporción del terreno.
• En segundo lugar, la liberación de la energía y esfuerzo que antes dedicábamos a satisfacer y garantizar nuestras necesidades hoy se ha de dedicar a encontrar sentido vital, siendo la ayuda a los demás una gran aplacadora de nuestros desasosiegos mentales y existenciales.
• Cuando ayudamos a los demás, aun cuando sea de forma «desinteresada» se genera una cierta expectativa de recibir agradecimiento y quizá un cierto deber por parte del beneficiado de devolver la ayuda algún día. Se trata también por tanto de una forma de satisfacer nuestra necesidad de ser queridos.
• La búsqueda implícita de reconocimiento que las personas podemos perseguir (consciente o inconscientemente), auto creándonos una imagen de buenos y generosos ayudadores que aplaca las propias dudas respecto a nosotros mismos a la vez que nos crea una buena imagen frente a los demás. Seguramente suponemos que ello contribuirá a ser más reconocidos y queridos. ¿No es eso lo que parece haber detrás de algunas donaciones filantrópicas aireadas o del voluntariado de muchas personas cuando parece que lo hacen más para contarlo?
• Amar y darse a los demás desinteresadamente puede ser parte de los mandamientos de unas y otras religiones. Procura la satisfacción de hacer el bien, además del sentimiento de ser una buena inversión para la entrada en el cielo o para tener una buena reencarnación.
Considero poco discutible la satisfacción que produce a la mayoría de las personas el prestar ayuda de forma desinteresada. Yo mismo puedo confirmarlo. Quizá haya excepciones, pero seguro serán minoritarias. Existen de hecho estudios que demuestran el valor de la satisfacción que produce la ayuda. Así, se ha visto como la entrega de una porción de la remuneración en el ámbito laboral en forma de bono para aplicar necesariamente a causas benéficas produce mayor satisfacción en el tiempo que si la misma cantidad de dinero se hubiera entregado para el gasto por el trabajador. Reconozco que puede ser vidriosa la medición de ese mayor nivel de satisfacción pues soy escéptico respecto a la posibilidad de medir determinados intangibles como el amor o la felicidad. Pero lo que sí resulta curioso es que, cuando los bonos-remuneración de ayuda estaban necesariamente ligados a la involucración y participación del trabajador en la prestación de la ayuda, el nivel de satisfacción resultaba notoriamente superior.
Como he venido explicando, el ser humano irremediablemente, por razones de su configuración y programación genética, se debe a su supervivencia y trascurre por la vida rehuyendo el dolor y buscando el placer o el bienestar, necesitando sin duda el querer y ser querido. Por ello es difícil pensar en un total desinterés en la prestación de ayuda pues la satisfacción alcanzada constituye la mejor motivación y premio para prestarla.
En general (con excepción de personas que podríamos calificar de «santas») se ha visto también que las personas que obtienen gran satisfacción mediante la ayuda a los demás dejan de experimentar esa satisfacción tan pronto los ayudados empiezan a recibirla con actitud de tener derecho a ello. Seguramente se producirá un cambio radical en quien, encontrándose entregado sacrificadamente a la ayuda voluntaria y desinteresada a alguien, de